Pericles, el famoso general ateniense, excelso orador y hombre de Estado, afirmó que “La felicidad está en la libertad y la libertad en el coraje”. El escultor madrileño Salvador Amaya, considerado en la actualidad como la más importante referencia de nuestra escultura histórica, ha comentado que
“Soy esclavo de las sombras que aclaran toda inspiración: mi vida sería silencios y esperas sin el balbuceo de mi obra”.
Salvador Amaya
Y es que todas las obras de este escultor de raza, amante de la historia y de las cosas bien hechas, llevan algún signo que relaciona al personaje con su eco en la eternidad, como la del Almirante Blas de Lezo, ubicada en la Plaza del Descubrimiento en Madrid o la de Bernardo de Gálvez, en el Museo del Ejército de Toledo.


Salvador Amaya es hijo del escultor Marino Amaya, uno de los escultores más prestigiosos del siglo XX español. De él destaca su gran capacidad de trabajo, elevada creatividad y disposición para ejecutar sus ideas de manera inmediata. Desde niño pensaba orientar su carrera hacia la milicia, pero acabó comprendiendo que la escultura podría aunar sus inquietudes militares e históricas y, de este modo, llevar a buen puerto su vocación de servicio a España. Nos recuerda- con gran emoción- que
Sin historia no hay futuro; que sin historia seríamos una sociedad con pies de barro abocada a desaparecer.
Salvador Amaya

Su devoción por la Historia le ha llevado a realizar trabajos artísticos escultóricos con visión de homenaje hacia nuestro pasado, a esos héroes y hazañas que encumbraron el nombre de España. Cuando se le pregunta por una de sus obras más representativas, la del Almirante Blas de Lezo, comenta con pasión que
Me di cuenta de que tenía un compromiso con él y para la Historia de España. Me formé interiormente la imagen del Almirante Blas de Lezo sobre el puesto de mando de “El Galicia”, dirigiendo su serena mirada hacia el horizonte, cubierto por una inmensa nube de barcos que se aproximaba hasta donde él se encontraba, con el siguiente pensamiento de coraje y dignidad propio de los grandes héroes: ¡Aquí os espero!.
Salvador Amaya
Desde un punto de vista artístico, Salvador Amaya es un escultor que apuesta con determinación, como afirma la crítica de arte María Fidalgo Casares, por la figuración, con un perfecto equilibrio entre el estilo, la forma y la función. También que su técnica responde al proceso de ejecución artesanal, propia de la gran escultura histórica europea, apenas practicadas ya por los escultores actuales, que han optado por técnicas digitalizadas en 3D, lo que confiere a las obras de este creador madrileño de singularidad y calidad.

Siente admiración por el escultor valenciano, Mariano Benlliure, considerado como el último gran maestro del realismo decimonónico; por el segoviano Aniceto Marinas, autor de diversos monumentos públicos en Madrid; y por el catalán Agustín Querol, escultor de obras efectistas que gozó en su época de gran prestigio.
Ni entiende ni comparte la visión abstracta de la realidad. Se considera una persona clara, al que le gustan las cosas claras, con licencia -eso sí- para embellecer la propia realidad. Tiene marcado a fuego determinados valores propios del espíritu militar como el honor, el valor, el amor por la patria, el deber cumplido, la disciplina y la estrategia; valores profundos todos ellos que procura aplicar a su vida civil y a todas esculturas de corte militar. Siente un especial agradecimiento hacia el mundo militar, al que considera garante de nuestra seguridad y modo de vida. Esto hace que cualquier encargo que le llega relacionado con héroes y grandes gestas, lo encare con enorme pasión. Y, por ello, en justa reciprocidad, ha sido condecorado con la Cruz al Mérito Militar, una distinción que supone el reconocimiento a la labor de un artista por su difusión de la Historia de España y la transmisión de valores profundos, a través de la escultura pública.
Hola, me gustaría saber dónde se encuentra las obras de este escultor, para verlas y admirarlas, muchas veces nos acercamos a los museos para admirar a los pintores sin darnos cuenta de la gran cantidad de esculturas que podemos admirar paseando por nuestras ciudades.