Dicen las madres, que cuando ven por primera vez la cara de su bebé, se les olvidan todos los sufrimientos, las dudas, las preocupaciones y los malos ratos del embarazo. Que en ese momento todo se torna en felicidad desbordante y que el proceso, por duro que haya sido, ha merecido la pena.

Aunque hemos de salvar muchas diferencias, esa es la analogía que crea mi cabeza cada vez que pienso en mi primera firma de libros, la meta de un viaje impresionante, un momento en el que personas conocidas y ajenas se acercan a ti con cariño para dedicarte unas palabras amables y felicitarte por tu retoño.
Cuando esta aventura empezó, hace ahora más de un año, el sentimiento que imperaba en mí era bien distinto. Me empujaba la osadía y el atrevimiento, al pensar que aquello que escribía podría llegar a ser publicado. Y es que mi deseo de escribir un libro me había acompañado desde muy joven, aunque no encontraba en los proyectos que iniciaba la calidad suficiente para que viesen la luz. Fue la madurez -y un estado de alarma que nos encerró en casa- la que fue dando cuerpo a una novela que, como si de la construcción de Matrix se tratase, fue adquiriendo forma en mi cabeza. Fueron momentos divertidos, ilusionantes, de creación. Escribir tiene un punto adictivo y lo compruebas cuando te sientes feliz porque no puedes parar.
Unos meses después un estado de plenitud llamó a mi puerta. Había acabado el libro. Fue una sensación placentera, de satisfacción y magnificencia. Sin embargo, es imprescindible pisar tierra firme en ese momento, para que los demonios que todos llevamos dentro no te convenzan de que ni el mismísimo Cervantes lo habría hecho mejor -vanidad de vanidades, que reza el Eclesiastés-.
Y llega el día en que una mezcla de temeridad, audacia y descaro te deja sin argumentos que descarten la posibilidad de sacar a la luz a tu pequeño y enviarlo a una editorial, y te descubres respondiendo en tu cabeza ¿por qué no?
Fue la Editorial Amarante la causante del júbilo desbordante que, aún a día de hoy, me provoca sonrisas incontroladas y una sensación de irrealidad, al recordar su mensaje. Mi pequeño vería la luz. Pero al igual que en el caso de las embarazadas, que, tras la felicidad por conocer su estado de buena esperanza, empiezan a sentir cierta preocupación por que todo salga bien, también, la noticia de que una editorial apostaba por mi obra abrió las puertas a una nueva sensación, el vértigo. Así me he sentido, abrumado, al pensar que podría decepcionar a mucha gente, sobre todo a los más cercanos, si no les gustaba la novela. Es entonces cuando Cervantes vuelve a ocupar su lugar natural y lo vuelves a contemplar desde una insalvable lejanía.
La firma de libros, el cariño de los que quieren tener tu rúbrica en su ejemplar, es la que te otorga la paz plena. Recibes las primeras opiniones, las sensaciones inmediatas y descubres, con alegría, que tu vástago no es bello solo para ti, sino también para muchos otros. Esa sensación, ese momento, te da pruebas indudables de que existe la felicidad y de que merece la pena luchar por tus sueños, por muy locos que un día pudieran haberte parecido.
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