Snow Storm de J. M. W. Turner

Para Laura Martínez Gimeno, “El arte es un insulto”. Ya vaticinaron sus Versos desvelados una incipiente predilección por la perversidad, lo gótico, la lascivia y el erotismo enloquecedor. Concebía Isamar Cabeza –en su reseña a dicho poemario– estos versos primigenios de Laura como “una tremenda tormenta que arrasa con amantes que dudan de un verdadero cariño mutuo”, entre otras cosas. Y es que el universo poético de Martínez Gimeno, aunque evolucionado en Hija de la brisa y la tempestad, mantiene ese gusto por la tradición gótica y romántica con sus alusiones a John Keats o las hermanas Brontë; pero es, además, transgresor: introduce la figura de la mujer –princesa, aristócrata, “Reinas de Rebeliones”, ninfa…– dotándola de la fuerza necesaria para acabar con la opresión masculina, la mitificación del padre o esa “ansiedad de la autoría”. 

Versos desvelados (Ed. Amarante, 2019)

Centrándonos ahora en Hija de la brisa y la tempestad, hemos de apreciar la cubierta del libro, la hermosa Snow Storm de J. M. W. Turner (1842) que ya nos introduce en esa atmósfera tempestuosa y, por qué no decirlo, en la poética del siglo XIX, principal fuente de inspiración para la autora.

En este poemario se conjuga lo gótico y lo romántico. Eso es un hecho. Pensemos en los demonios que lo habitan, en el héroe byroniano o la tradición borrascosa del abismo. Acerquémonos, también, a esa oda al mundo nocturno o, como diría Aurora Luque, a ese “carpe noctem”. Con la oscuridad contrastan también las figuras etéreas, como escribe en la página 25: “Siempre que no me conozcas, / seré para ti un alma blanca”. Pero más allá de los vientos torrenciales, ese verse “a escondidas” o los muros macabros, hay espacio para las hermandades poéticas. Hermandades femeninas, en este caso, donde los personajes míticos como Morgana, las sibilas o la Beatriz de Dante toman el control de los versos. Esta es una hermandad plural, donde las voces femeninas van más allá de la tortura o de la ira poetizada por Laura Martínez. Podemos decir que la voz poética (femenina) es la propia hija de la brisa y la tempestad. Es una mujer dividida, pues sueña con “arder con el amanecer” y fundirse en lo etéreo, siempre buscando ese fuero gótico tan característico de los dos primeros tercios del siglo XIX.

Los versos de Laura tienen “Predilección por las cosas rotas”, se deleitan en lo difunto, aportan constantemente imágenes en las que los dedos acarician el cabello del amante; hay alusiones al catolicismo, a los Graveyard Poets, a la vileza y bestialidad masculina que pudiera ser comparada con el personaje brontiano de Heathcliff. Es la herida de Laura –herida entendida poéticamente como “obsesión”, razón por la cual se escribe– un elemento más que se funde con un lirismo desenfrenado y esa mirada tétrica. Por eso podemos decir que siempre está presente la tensión entre ternura y brutalidad. Todo es explícito en este poemario: la información y la imagen es tal que no hay lugar para la imaginación, todo está cautelosamente medido y narrado en ese verso libre tan característico de la poetisa. La alegoría es fundamental en sus composiciones, –casi relatos poéticos– y en su estilo queda un regusto que pudiéramos decir hermanado junto al lenguaje de las hermanas Brontë o Emily Dickinson. Las preguntas retóricas no faltan, así como la rima interna fuertemente marcada. La tensión entre los elementos naturales también es un hecho, e incluso estos poemas torrenciales se asemejan a cuentos tradicionales con moraleja incluida. Mitos, leyendas y cuentos. Esto es lo que uno puede encontrar en Hija de la brisa y la tempestad. Se aprecia un gusto por la estética tradicional –como el folklore irlandés– y el cuento oral, así como por la Teoría de la Literatura. La influencia de los cuentos europeos no pasa desapercibida: encontramos guiños a Perrault, Grimm o Andersen pero de forma invertida, dando protagonismo a un feminisno actual, como haría Anne Sexton en su Cinderella.

Laura Martínez también medita sobre la inmortalidad, invocando las grandes obsesiones de los poetas románticos y universales –la búsqueda de la belleza, la verdad. Cuestiona el papel de la Iglesia, así como la esencia platónica. Incluye mini-ensayos sobre lo sublime: “Keats […] / demostró en su naturaleza que los que la claman no la encontrarán, / y que en cambio con el dedo nombrará a aquellos / que por ella se dejen llevar.”

La mitificación, así como la mitologización, son las columnas centrales de este libro. Asimismo, la voz poética reflexiona sobre la figura del padre –como haría Sylvia Plath en su Ariel– de manera casi epistolar, guiada siempre por ese rigor característico de la Teoría de la Literatura. Siempre hay diálogos sobre el poder y el sometimiento de la voz, y siempre enfocado un feminismo explícito. La voz va y viene traspasando los siglos y las convenciones. 

Hija de la brisa y la tempestad es un viaje poético a la des/mitificación de los elementos naturales, mitológicos, a la figura del padre o de la mujer en todas sus formas. Con reminiscencias clásicas, góticas o románticas, Laura Martínez Gimeno siente “cómo la flecha [de la poesía] florece dentro” de ella. Se percata de su sangre, “espesa, nocturna, viscosa y fría”, y desmonta paradigmas y convenciones que se han ido tejiendo a lo largo de la historia de la Literatura. Estos versos, pues, son el refugio de un náufrago, y como la propia poetisa canta: “Aquí, quiero sanar”.

Aitana Monzón

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