TU MIRADA Veo un sol cercano y débil en una brisa de luz que cruza la oscuridad estéril. Y se rompe como albor en mi alma, destello de juventud, seduciendo a las sombras veladas. Un claro de amor provoca la cadencia, hechicera inquietud, que doma al espíritu con inocencia. Veo mi alma con el sol de tu mirada, mi nuevo día eres tú y la tristeza se va por la senda iluminada. Juan J. Ramírez
Uno de los lugares del mundo donde los rayos de sol tienen un mayor valor espiritual y mágico es Stonehenge en el Reino Unido. Es una construcción megalítica formada por trilitos, dólmenes y menhires asentados en la tierra de forma circular. Se estima que es un monumento del Neolítico final (aprox. 3500 a.C.).
Su relación con el sol radica en que durante el amanecer de los días que marcan el solsticio de verano e invierno, un haz de luz pasa a través del hueco de uno de sus trilitos (monumento que consta de dos piedras verticales y un dintel) e ilumina un menhir interior situado en el eje central del círculo; el cual posiblemente estuviese considerado como un símbolo telúrico de energía.
Los historiadores creen que este levantamiento podría haber servido como un instrumento astronómico indicador de los cambios estacionales. Pero los restos arqueológicos hallados a su alrededor tales como objetos festivos, animales o cadáveres incinerados, amplían el abanico de los posibles usos de este misterioso monumento. Por ello, también pudo ser un espacio de celebraciones, rituales religiosos o de contacto espiritual.

#LaContraPortadaDe:
– HUESOS DE PIEDRA Y METAL –
El monumento megalítico de Stonehenge tiene una concepción misteriosa que a lo largo de más de 3000 años aún no se ha podido resolver.
Sin estar esclarecida la finalidad por la que lo erigieron aquellos pobladores prehistóricos, lo evidente es que esos imponentes trilitos forman un círculo protector para un menhir central que, posiblemente, fuese considerado como un receptor simbólico de energía.
De esta forma podemos trazar un paralelismo entre los elementos de este monumento y el esqueleto humano: ambos tienen la función de rodear a órganos esenciales para alojarlos y protegerlos.
Sin embargo, esta similitud con la constitución humana de un monumento de la Edad de Piedra, también la encontramos, aunque parezca imposible por el abismo tecnológico y artístico que los separa, en la Torre Eiffel, unos de los iconos de la Edad Contemporánea.
A continuación paso a explicar esta apreciación basada en mi experiencia como visitante de la torre:
La Torre Eiffel conserva un encanto corpóreo que ofrece al turista una vivencia genuina, y por ello, entre otras virtudes, reina en la ciudad a pesar de los nuevos y altísimos rascacielos que sólo por una cuestión física le hacen sombra.
Este monumento centenario nos permite ascenderlo andando a través de una escalera que se abre paso entre su esplendoroso amasijo interno de vigas, remaches y listones; como si estuviéramos trepando por los huesos de un verdadero cuerpo humano.
Así cuando se cuela el aire de París entre sus “huesos” metálicos, crees inhalarlo a través de los pulmones de ese elegante Goliat ; y las pisadas de los turistas resonando en su estructura, te parecerán las pulsaciones de un corazón férreo y vertiginoso.
– Juan J. Ramírez –