Acalanda - Casimir Soler - Stable Difussion - Barcelona Gaudi
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YO, ABO. Mi primer viaje de Autodescubrimiento y al Metaverso

Si tu abuela hubiera estado aquí se sentiría muy orgullosa de ti; ella que te enseñó…

Capítulo 1: ¡Vivir es fácil con los ojos cerrados!

Yo, Abo – Capítulo 1

Recuerdo que una tarde, tras finalizar un examen duro, complicado y desesperante, típico de los que nos ponían en nuestra Facultad de Informática de Barcelona, escuché decir a uno de mis compañeros que “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Me gustó tanto esta frase motivadora que me la apropié ipso facto, grabándomela a fuego en mi mente –sin previo pago, claro- para mi propio consumo, aunque sin comprender entonces su significado profundo. En ese momento sospeché que esta frase tan alambicada no había surgido de la erudición filosófica de mi compañero sino, más bien, del efecto narcótico ejercido sobre él por aquel dichoso examen. Poco tiempo después descubriría que, tal como yo me había imaginado, aquella locución no era de su propia cosecha; ni que tampoco la había leído en la Enciclopedia Espasa redactada por Jaime Serra Hunter –los ingenieros informáticos no solemos consultar este tipo de manuales-, sino nacida del talento de uno de los grandes de la música pop-rock de todos los tiempos: John Lennon. Aunque no soy de los de la llamada generación de The Beatles, siempre he sentido fascinación por este singular grupo compuesto por John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr. He escuchado todas sus canciones casi con la devoción de un fans, estando muy presentes en los buenos y los malos tiempos de mi vida; en los de amor y en los de desamor; en los de los largos y duros momentos de aprendizaje y en los cortos y placenteros de diversión, jolgorio y noches locas de pasión.

Casimir Soler - Dall-E - The Beatles Style - Van Gogh
Casimir Soler – Dall-E – The Beatles Style – Van Gogh

En esto de la locura por The Beatles todos tenemos nuestras propias preferencias, como cada feligrés por alguno de los santos de su iglesia. La mía ha estado muy clara desde el principio: por la de John Lennon. No sé, quizás por su aspecto de maestro espiritual, su compromiso ineludible con el pacifismo, su liderazgo o su muerte inesperada por asesinato un lunes 8 de diciembre del año 1980, causada por cinco disparos realizados por un tal Mark David Chapman a la entrada del edificio Dakota, donde él residía, de regreso con su esposa Yoko Ono de la sucursal de los estudios de grabación Record Plant.

Casimir Soler - Dall-E - John Lennon - Style Van Gogh
Casimir Soler – Dall-E – John Lennon – Style Van Gogh

“¡Vivir es fácil con los ojos cerrados!”, llegó a decir mi idolatrado Lennon. También que “Cada persona es reflejo de la música que escucha”. En fin, grandes frases que, por aquella época de efervescencia juvenil, me resultaban tan solo útiles para proyectar sobre los demás un aire de intelectualidad; bueno, también para ligar; pero en todo caso, frases que no contenían el poder de cambiar tu estructura interior, del mismo modo que la lluvia no es capaz de penetrar en tu cuerpo protegido por un buen chubasquero.

Casimir Soler - Stable Difussion - John Lennon - Style Van Gogh
Casimir Soler – Stable Difussion – John Lennon – Style Van Gogh

Hasta que un día algo muy gordo sucede en tu vida, poniendo patas arriba todas tus certezas, creencias y convicciones; algo parecido a un gran movimiento sísmico, con la capacidad de remover todo tu mundo interior. Entonces es cuando empiezas a comprender de golpe el significado profundo de la frase: “La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes”.

En mi caso, ese algo muy gordo llegó una noche de aquel día o, dicho en expresión “beatheliana”, ¡Qué noche la de aquél día!. Pero lo mío no fue como la historia loca contada por los Beatles en su famosa película-documental donde por primera vez deciden romper todas las reglas, saltarse el programa, ignorar sus obligaciones y saborear la libertad. Mi caso fue diferente. Es que algo o alguien decidió abruptamente por mí cambiar el destino vital que yo mismo me había concebido y trazado; uno que yo acariciaba ya glorioso y repleto de éxito y felicidad; en fin, el futuro personal y profesional acorde con la de un ingeniero informático en posesión de un brillante expediente académico.

Ese día tan especial que puso patas arriba mi mundo se produjo durante la noche del día de mi graduación. Tras las celebraciones, a eso de las 12 de la noche o, como yo suelo decir, cuando la carroza principesca comienza a convertirse en calabaza, regresé a mi piso de estudiante de la calle Bailén en Barcelona, que compartía con otros dos compañeros de humanidades: Gerard y Manel. Por cierto, que ninguno de los muy bribones se hallaba en sus respectivos aposentos, por lo que deduje que se encontrarían viviendo a tope las fiestas del barrio de Gracia.

Casimir Soler - Dall-E - Pablo Martín - Allué - Style Van Gogh
Casimir Soler – Dall-E – Pablo Martín – Allué – Style Van Gogh

Por la excitación y el cansancio del largo, divertido y significativo día de mi graduación caí en la cama fulminado, del mismo modo en que cae en el suelo un asesinado de un disparo certero. Luego, cerré los ojos, tratando de relajar mi cuerpo y mi mente, a fin de disponerme para un descanso nocturno reparador. No me resultó fácil, pues las imágenes y los sonidos de aquel día llegaban a mi mente a borbotones, impidiendo mi relajación.

A pesar de mi excitación y mi cansancio, esa noche de aquel día me veía a mí mismo con un futuro prometedor, con innumerables proyectos e ideas para desarrollar, y con la suficiente autoestima y autoconfianza para alcanzar todo aquello que me propusiera dentro de mi campo profesional. El pensamiento de ser el dueño y señor de mi propia vida, el arquitecto y constructor de mi propio destino, me estimulaba de tal modo que ni el mismo Morfeo habría podido conducirme hasta el más dulce y plácido de los sueños.

A mi mente llegaban insistentemente, no solo momentos memorables de aquel lúdico día, sino algunos otros anteriores de todo el largo proceso de la graduación. “Los telecos”, como así nos suelen llamar a los estudiantes de ingeniería del Campus de la Politécnica, tenemos dos momentos claves dentro del proceso de la esperada y dichosa graduación. Uno, de carácter más particular y académico: el de la lectura pública ante un tribunal de evaluación de tu trabajo de fin de grado; y, otro, de carácter más general y lúdico: el de la entrega formal del título. El trabajo de fin de grado es un proyecto de ingeniería de carácter individual, dirigido por un profesor de la Facultad, y en el que trabajamos durante varios meses. El formato final, la estructura de la documentación y la amplitud de la memoria son aspectos normalizados por el organismo formativo.

La escena de la defensa de mi trabajo que tuve que realizar en la sala de grados de mi Facultad ante un tribunal de tres profesores de gesto adusto y distante, más parecidos a un tribunal sentenciador que examinador, llegaba hasta mí de un modo perturbador. ¡Vaya día de nervios! Almodóvar me podría haber fichado para interpretar un papel secundario en su famosa peli, “Mujeres al borde de un ataque de nervios”.

Como si de una experiencia extracorporal​ se tratara podía examinar desde mi cama con todo lujo de detalles aquel acto formal, estructurado y ritualizado de defensa de mi trabajo de fin de grado, cuyo aspecto más amable residía en la asistencia de familiares, parejas, compañeros y amigos. Además, el vívido recuerdo desde la distancia temporal y espacial de aquel transcendental acto académico hacía que volvieran a aflorar en mí las emociones de tensión y angustia por las que tuve que pasar ese día. Es que no era para menos. Sabía que cualquier traspiés podía dar al traste con todo el gran esfuerzo realizado hasta ese momento y que, cual concursante televisivo del “Todo o nada”, podría perderlo todo en un instante. También brotaban en mi mente los pensamientos persistentes que tuve antes de iniciar la fase expositiva. Pensamientos relacionados con mi elocuencia en la defensa de mi trabajo como: saber sostener el contacto visual, pedir aclaraciones, argumentar, regular la velocidad al hablar y reorganizar el discurso en función de una pregunta del evaluador.

Tomé varias respiraciones profundas con el fin de tratar de apaciguar mis pensamientos y mis emociones. Ya algo más tranquilo comencé a visualizar los pormenores de este acto tan relevante y transcendental para cualquier ingeniero informático que, de forma sintetizada, sigue el siguiente “timing”:

  1. Constitución del acto, dando paso a la fase expositiva.
  2. Exposición del trabajo, que ha de hacerse por por un tiempo limitado y tasado (en torno a unos veinte minutos). En esta fase se concede también la palabra al director del trabajo.
  3. Ronda de preguntas, tanto formales como técnicas sobre el proyecto.
  4. Deliberación y puntuación por parte del tribunal examinador constituido “ad hoc”.

La fase de “Ronda de preguntas” tiene lo suyo. Yo diría que se asemeja a un duro “interrogatorio judicial”. Durante ella los examinadores acostumbran a darte “una de cal y otra de arena”, interesándose principalmente por los aspectos de la solución técnica, aunque también pueden recalar en los formales del documento. Los muy puñeteros te interrogan sobre cuestiones referidas a si consideras que el enfoque propuesto es el adecuado, si los materiales son correctos, si funcionará o si no, si es estable, etc. También con preguntas del tipo: ¿no hubiera sido mejor….? ¿Por qué ha utilizado esta tecnología y no esta otra que posiblemente sería más adecuada?

En fin, en estos transcendentales momentos para cualquier examinando, los miembros impertérritos del tribunal examinador consiguen ponerte en tu sitio de un plumazo, haciendo patente tu extrema vulnerabilidad. Pero la cosa no se queda aquí. Sus “señorías” continúan “atornillándote” o, en expresión bíblica, “metiéndote el dedo en la llaga” para -según ellos- comprobar comprensión, con aspectos formales referidos a si la bibliografía es extensa o no, si es adecuada o no, si el proyecto es muy corto o muy extenso… ¡Ah!, pero es que la cosa no se queda aquí. Porque, a fin de no dejar cabos sueltos, debes explicitar algún aspecto que, a su juicio, no ha quedado suficientemente desarrollado o clarificado; algo que, definitivamente, pone a funcionar en modo de alto rendimiento a tu sistema límbico: el principal responsable de nuestra vida afectiva, la memoria, el control de las emociones, las motivaciones, diversos aspectos de la conducta, la iniciativa, la supervivencia del individuo y el aprendizaje. 

Casimir Soler - Dall-E - Campus universitario
Casimir Soler – Dall-E – Campus universitario

Puesto que la vida -como acertadamente dijo el gran actor y maestro del humor Charles Chaplin- es una tragedia si se mira desde cerca, pero, al mismo tiempo, una comedia si se contempla desde arriba, hoy, puedo ver el lado gracioso o cómico de aquel desafío vital.

En efecto, hoy, al contemplar desde arriba –por la perspectiva que nos da el tiempo de las cosas y nuestra propia madurez personal- aquel acontecimiento tan importante y transcendental para mi vida, en el que me parecía que me iba la vida misma, puedo ver su lado cómico. Al recordarlo, me doy cuenta que, dentro de un ritual no escrito, los examinadores interpretaban a la perfección los papeles del bueno y del malo: un clásico, como sabemos, de las películas del género policiaco. Y, en esto, como en lo del algodón, debemos admitir que, ni el poli bueno ni el poli malo engañan. Así que, el profe que ha elegido el papel de malo te “machaca”; el del papel de bueno, te felicita; y un tercero se limita a hacerte alguna pregunta de situación, no sé si con la finalidad de que te relajes o te confíes. Para mayor abundamiento, también los hay muy pedantes que intervienen para su puro lucimiento, aprovechando el evento -no precisamente deportivo- para exponer durante cinco o diez minutos -que para el examinando resultan eternos- una teoría o trabajo suyo. En resumidas cuentas y para aviso de navegantes: uno se presenta ante el tribunal examinador como Cristo fue presentado ante Pilato en modo “ecce homo”; vamos, como cordero camino al matadero.

Pero el guiso del cordero no termina aquí. Hay más: más y mejor, o peor, según se mire. El ritual prevé la posibilidad de que licenciados o doctores presentes en la sala puedan intervenir y preguntar; es decir, el más difícil todavía. El “desiderátum”, el deseo más apreciado por cualquier examinando; el que nos pone de los nervios al límite del bien y del mal. Y ya ni te digo si papá y mamá son de personalidad quisquillosa que, en entonces, apaga y vámonos.

De este momento podrían escribirse un libro repleto de anécdotas con varias ediciones impresas, en la línea del anecdotario médico, “Diga 33”. En nuestro sacrosanto campo de la ingeniería van desde que el sistema de proyección de la sala no funciona; que algún miembro del tribunal se retrasa; que el aire acondicionado funciona mal, acusando en carnes propias y ajenas el calor más extremo o el frío más riguroso; que un profesor amigo se presenta por sorpresa y sin previo aviso, poniéndote más nervioso que un novio a la puerta de una iglesia, al no estar seguro de poder colmar sus expectativas sobre tu propia valía; que te quedas en blanco (un clásico de este tipo de eventos), balbuceando una respuesta ante una pregunta capciosa que no eres capaz de rebatir de un modo más o menos digno; hasta la de que un antiguo novio o novia, con el que ya no contabas, se auto-invita, no sabemos si con la intención de recuperar el tiempo perdido de Marcel Proust o reclamarte lo que es suyo: el dichoso rosario de su abuela.

¡Uff! Es lo que uno exclama al finalizar el duro interrogatorio, que ya lo querrían para sí los ajusticiados de la Santa Inquisición. ¡Por fin!-también te dices para tus adentros. No sé cómo me habrá salido, pero he hecho lo que buenamente tenía que hacer; al menos me he empleado a fondo; y ahora a esperar los resultados del “Santo Tribunal”. 

Si consideras que la presentación ha ido bien o que ha rozado la excelencia, sientes mucho el que no hayan podido estar las personas más queridas, las más allegadas, las que siempre han confiado en ti y en todas tus posibilidades; las que te ven como un Espartaco del siglo XXI, capaz de enfrentarse a todos los desafíos habidos y por haber.

Y, por último, voy terminando, que lo breve si bueno dos veces bueno, con mi perorata de la “pasión, crucifixión y resurrección” del examinando para la graduación en ingeniería. Es que no puedo dejar de reflejar que, en estos actos, uno de los clásicos es que tus padres -los dos en comandita, alguno de ellos o en compañía de otros- te suelten la frase inmortal de: “Si tu abuela hubiera estado aquí se sentiría muy orgullosa de ti; ella que te enseñó…”:

Casimir Soler - Stable Difussion - Compañeros de Graduación - Style Picasso
Casimir Soler – Stable Difussion – Compañeros de Graduación – Style Picasso

El acto lúdico de la graduación, conocido como “fiesta de graduación”, es otra cosa; es un acto más frívolo, más de francachela; sin el peso psicológico y la transcendencia del primero. Esto no obsta para considerarlo también un acto relevante y hasta formal, al que acuden todos los alumnos, con sus familiares y amigos, así como miembros del profesorado. Podría decirse, si el colegio cardenalicio me permite la licencia, que es un acto para presentar en sociedad al nuevo ingeniero, al modo “Habemus Papam” (perdón: ¡Tenemos ingeniero!).

Sí, ciertamente, ¡Tenemos ingeniero!, pero, yo, postrado en mi cama, no podía conciliar el sueño; tampoco argumentar para mi descargo que no me dejaban dormir los niños de el de arriba o la juerga de los de abajo; ni tampoco los ruidos típicos de una gran urbe como Barcelona. Más bien, tendría que admitir todo lo contrario: que, como en Ávila, la ciudad mejor amurallada del mundo, se escuchaban los silencios.

Casimir Soler - Dall-E - Ávila Onírico
Casimir Soler – Dall-E – Ávila Onírico

Pablo Martín Allué

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