YO, ABO. Capítulo 3: Una revelación prodigiosa.
Me desperté a eso de las diez y media de la mañana con la sensación de haber dormido profundamente. El gen despertador KDM5A, responsable de que nuestra propia alarma salte por las mañanas decidió que un sábado de finales de octubre del año 2019 me despertara a esa hora, aunque tampoco descarto que fuera el frío localizado en mis pies lo que propició el proceso del despertar. Sea como fuere, me iba despertando a la vida pletórico de energía, tras un sueño profundo y reparador.
Sin saber dónde me encontraba realmente -algo confuso en los primerísimos instantes de este despertar-, surgió la idea en mi mente de que estaba aterrizando en este mundo material procedente de algún multiverso. Quizás -razoné- el enorme cansancio provocado por el intenso día de ayer desactivó todos mis mecanismos de autoprotección corporal y psíquica, provocando la apertura de cierto portal temporal que me llevó hasta otra dimensión.
Sobre este asunto de la existencia de mundos paralelos había debatido largo y tendido muchas veces con mis compañeros de piso, Gerard y Manel. Gerard se consideraba un “onironauta” es decir, alguien con la facultad de ser consciente de que está soñando; Manel iba incluso mucho más allá, asegurando que cuando cierra los ojos y se entrega al descanso nocturno consigue viajar a mundos paralelos a través de los sueños. Yo, sin embargo, defendía mi postura de incredulidad, basándome en lo que vienen dictaminando la mayoría de científicos, psiquiatras y psicólogos. A saber: que la sensación de viajar a mundos paralelos a través de los sueños es irreal, producto de nuestro propio subconsciente; por lo tanto, que los sueños no son más que un mecanismo de expresión de nuestro cerebro, un catalizador de emociones, deseos y pensamientos mediante los cuales dar libertad a nuestra mente, ahondar en miedos, ansiedades, etc. En esto reconozco que mis compañeros, formados en humanidades, contaban con mayor artillería intelectual que la mía.
-Mira, Pau -me explicó Manel con gran entusiasmo y capacidad dialéctica-: para muchas culturas, los sueños, no “son solo sueños”. Los griegos y los romanos eran capaces de leer a través de los sueños hechos del futuro.
Y Gerard, muy interesado en la filosofía oriental, sentenciaba que:
-En Oriente se cree que los sueños son un camino para entrar en contacto con la gente fallecida e, incluso, una forma de transcender, de liberarse del cuerpo durante un cierto tiempo, y unirse a ese “Todo”, del que todos formamos parte.

Mi mente racional no me permitía admitir esas teorías de mis compañeros de humanidades, elaboradas a partir de lo que yo llamaba “pajillas mentales”.
-Que no, amigos, que no, que no existe ninguna prueba que sustente el hecho de que los seres humanos podamos viajar de una dimensión a otra a través de los sueños; y menos aún transcender y unirnos al “Todo”. ¿Al “Todo”? ¿A qué “Todo”? Que todo esto me suena a lo del “mundo de las ideas” de un tal Platón.
En fin, de aquellos debates sacábamos –al menos yo- una cosa clara: ¡Los pies fríos y la cabeza caliente!; pero, ciertamente, nos procuraban veladas de debate e intelectualidad de primer nivel.
Según me iba despabilando por completo emergían en mi mente los pensamientos e imágenes relacionados con una supuesta conversación con Julia, mi abuela materna.
-Oye, que yo sé que no, pero… ¿y si… sí?
¿Y si la conversación que mantuve con mi abuela Julia hubiera sido mucho más que un reflejo de mi estado físico, mental y emocional?
¿Y si se tratara de una conexión con el Más Allá, inaccesible para mi conciencia ordinaria?
¿Y si mis amiguetes, Gerard y Manel, estuvieran en lo cierto y -tal y como defendían de manera apasionada- desde la antigüedad se cree que los sueños en los que aparecen personas fallecidas son un hecho que no debe ser ignorado?
¿Y si fuera verdad que a veces los espíritus de las personas queridas fallecidas nos visitan en nuestros sueños para darnos un mensaje, un consejo o una advertencia?

¡Pero qué tonterías estoy pensando a esta hora de la mañana de un sábado 19 de octubre de 2019! Hasta donde yo sé no existe evidencia científica de que los espíritus de personas fallecidas puedan visitarnos en una dimensión onírica, por lo que soñar con un familiar o amigo fallecido sea una manifestación psicológica de tristeza, depresión o algún sentimiento de culpabilidad. Así que voy a dejarlo en que mi inconsciente ha podido escenificar en sueños mi desahogo y alivio emocional, para liberarme del dolor y hacer que recupere el control de mi vida. Así que: ¡fin de la historia!
Tras realizar una serie de estiramientos corporales determiné comenzar el día con alegría. Como se dice que cada día tiene su afán, pensé que lo mejor sería dejar aparcadas todas estas elucubraciones de los viajes por otras dimensiones durante el sueño.
-¿Y cómo empezar mejor que mejor el día? –fue mi primera gran pregunta auto-motivadora matutina- Pues, sencillamente, tomando un chocolate en la cafetería-restaurante “La Nena”. ¡Uff! el chocolate que hacen, con leche fresca, me recuerda al que me preparaba mi madre los domingos.

Por lo que, sin más dilaciones, me di una ducha de agua fría: una sana costumbre incorporada a mí ya larga lista de hábitos; un hábito muy saludable que me procura mucha energía y alegría interna. Y, bueno, también, al ser más barata que la de agua caliente, incrementa el peculio de la faltriquera que, oiga, como solemos decir por Cataluña “la pela es la pela”.
Luego, tras consumar el saludable hábito de la ducha fría, me vestí a toda prisa disponiéndome para saborear este delicioso manjar que acompañaré -me dije, representándome por anticipado el placer de dioses que suponía para mí este magnífico desayuno- con una ensaimada.
Al salir al pasillo del piso miré instintivamente hacia las habitaciones de mis compañeros, Gerard y Manel. Desde la de Manel emergían unos ronquidos tan sonoros y terroríficos que ni el propio ogro de Cornualles habría podido superarlos; desde la de Gerard, sin embargo, la roncopatía era menos perturbadora. ¡Vaya noche de fiesta –pensé- que se habrán pasado estos dos bribones por el distrito de Gracia, pequeño en extensión, pero de gran densidad demográfica! Seguramente que ahora estarán viajando por alguno de sus múltiples multiversos imaginados. Espero que se traten de bellos y esplendorosos reinos con dulces, esbeltas, rubias y “walkíricas” princesas, de acuerdo con los deseos erógenos que ellos mismos me han sugerido tantas veces.
Tras comprobar que todo estaba en orden en nuestro piso de estudiantes, descorrí el cerrojo de protección de la vivienda, introduje la llave en la cerradura y abrí la puerta. Al salir al rellano de la escalera me fijé inopinadamente en que, junto a la puerta, había una carta de Tarot. Sabía que se trataba de una carta de “adivinación” porque Manel era un aprendiz de brujo de estas cosas de pitonisas, como así las llamo yo. Manel nos explicó que el Tarot estaba compuesto por un mazo de 78 cartas, cada una con sus propias imágenes, simbolismo e historia; que las 22 cartas de Arcanos mayores representaban las lecciones kármicas y espirituales de la vida; y las 56 cartas de Arcanos menores las pruebas y tribulaciones que experimentamos a diario.




En cierta ocasión, me salieron unas cartas que, según él, hablaban de un próximo cambio radical en mi vida.
-¿Para bien o para mal? -le pregunté-.
– Bueno, eso ya se verá, -me dijo-. Las cartas que te he echado nos dicen que tu vida cambiará de forma radical rápidamente.
Evidentemente, no le di la mayor importancia a la carta del Tarot que había encontrado junto a la puerta de entrada a nuestro piso; ni siquiera me interesó si correspondía a los arcanos mayores o menores; simplemente me la guardé en uno de mis bolsillos del pantalón para entregársela a mi compañero Manel, convencido de que se le había caído al suelo antes de entrar al piso.
Un aire fresco y salutífero inundó todo mi ser al salir a la calle. Barcelona había amanecido purificada, tras la abundante tormenta de la noche. ¡Vivir es formidable! -exclamé interiormente-. Y, ahora, a disfrutar de ese chocolate con churros y una ensaimada que me voy a comer como un cardenal de los de antes en “La Nena”.
A esa hora de la mañana, la cafetería-restaurante “La Nena”, situada en pleno corazón del bohemio barrio de Gracia, decorado con un ambiente deliciosamente retro y familiar, que cautiva a niños, padres y abuelos, contaba con muchos clientes, la mayoría fijos. Este establecimiento, una mezcla de chocolatería, cafetería y salón de té, que abre todos los días, suele estar siempre lleno. Enseguida uno se lleva la impresión al entrar de estar en el salón de su casa; y es que, aquí, nadie se siente fuera de lugar, pues cada generación encuentra su sitio sin problema.
Tanto en catalán como en castellano “Nena” es el nombre afectuoso que se le da a una niña o a una chica. Un nombre que encaja perfectamente con su filosofía empresarial, evocadora de lo familiar, con un mobiliario dispar, adaptable a toda su clientela, a gente de todas las edades. De hecho, sorprende que cuenten con algunas pequeñas mesas de alturas diferentes instaladas delante de la puerta; e, incluso, llegan a sugerirte cordialmente que, si lo deseas, puedas compartir mesa con otros clientes. Además, sus precios asequibles para el bolsillo de un estudiante como yo, me habían permitido en muchas ocasiones ir a tomar un buen plato de filete de atún con endibias, lasaña boloñesa, berenjena parmesana, sepia estofada, solomillo de ternera a la plancha, ternera con queso parmesano, acompañada de una gran variedad de ensaladas.
Recuerdo que tuve que esperar un tiempo hasta que unos clientes dejaron libre un hueco en la barra. Luego, ya perfectamente instalado, pedí mi manjar de “placer de déus”.
-Bon dia. em posa, per favor, una xocolata desfeta amb nata i una ensaïmada.
-Un suís?, si clar, respondió el camarero muy amablemente.
Del mismo modo que mojar un trozo de magdalena en una taza de té produjo en el escritor francés Marcel Proust una experiencia sensorial asociada a un recuerdo placentero, yo degustaba mi fabuloso chocolate con nata y la ensaimada en “La Nena” recordando los desayunos de los domingos de mi infancia y juventud junto a mis padres, Alexandre y María Lluïsa.
De mi padre Alexandre -un gallego de pro-, he sacado lo de oír y ver para creer, es decir, la necesidad de establecer un contacto físico y directo con la realidad. Lo de ir a lo seguro por la vida es también de papá, hasta el punto en que, para que me quedara bien clarito el concepto me repetía -gráfica y machaconamente-, el siguiente aserto, golpeando tesoneramente con los dedos de ambas manos el lóbulo parietal de su propia cabeza:
-Pablito, hijo: métete bien adentro de tu cabecita que en la vida “vale más pájaro en mano que ciento volando”.
Salta también a la vista que mi carácter de persona pacífica y enemiga de todo enfrentamiento es muy de gallegos. Para la formación en valores relacionados con el pacifismo mi adorable papá, adoptando la escenografía completa del Pantocrátor bizantino, con voz queda y angelical, me decía:
-Mira, hijo: los gallegos, como decía Castelao, no protestamos, emigramos.
Pienso que también es atribuible a cuestiones de herencia paterna mi particular timidez. Sí, lo reconozco, y esto lo admito sin reservas: soy algo “coitadiño”; y, por supuesto, como buen gallego supersticioso, de los que no cree en las meigas, pero que “habelas hailas”.
De mi madre, María Lluïsa, creo haber heredado el sentido del humor irónico e inteligente, así como el de la honradez, la justicia, la puntualidad y el respeto. Debo añadir también que de ella he mamando el gusto por la estética, el diseño, el arte y la cultura en toda su amplitud. También, su lema de vida, que yo me he apropiado para mí sin pagar los derechos de autor. El de: “Fer mans i mànigues”, es decir, conseguir la excelencia en todas las cosas, hacer lo imposible si fuera necesario en cualquier situación, tarea, objetivo o misión. Creo que, cual talismán, me ha protegido de influencias malignas, atrayendo a mi vida las benefactoras.
-¡Vaya sueño más curioso que tuve ayer! -exclamé-, dejando que mis pensamientos de infancia y juventud se fueran disolviendo, cual azucarillo de azúcar en taza de café, para dar paso a los del momento presente. Nunca hasta ese día había prestado tanta atención a un sueño. Es que lo había vivido con tanta intensidad y sentido de realidad que seguía muy presente en mi cabeza y en mi corazón.
-¡Quins moments estic vivint! -exclamé-. Ha sido graduarme en la Facultad como ingeniero informático y pasarme cosas increíbles, como la del sueño de aquella noche, de aquel día. Bueno, tal vez haya sido eso…un sueño; o, tal vez, no. ¡Qui ho sap! Me resultó tan real.
– ¿Quan és? -pregunté al camarero-. Con una sonrisa en los labios me indicó lo que tenía que abonarle; luego, muy gustosamente, tras abonar el evocador desayuno de sabores y olores recordatorio de mi infancia y juventud, salí de “La Nena” rumbo hacia la habitación de mi piso compartido. Es que quería aprovechar la mañana para trabajar con mi ordenador, mi viejo compañero de fatigas, de cuyo nombre sí quiero acordarme: Un ”MacBook Air” de 13 pulgadas que me trajeron los Reyes Magos, hace ya algunos años. Ya tenía una edad, y debería de haberle gestionado su jubilación, pero la “morriña” por lo que tenía de familiar y entrañable, y su probada fiabilidad, me obligaba a demorar tan dura decisión para mí. Es que, comprendedlo, mi viejo amigo formaba ya parte integrante de mi vida.
No obstante, decidí sobre la marcha demorar mi regreso al piso, alargando el placer del desayuno con un breve paseo por los Jardins del Palau Robert. Esto me permitirá -me dije- disfrutar de los pequeños placeres que te ofrece la vida a cada instante, sobre todo en un día tan limpio, precioso y luminoso como aquel.
Siempre me han seducido estos Jardins del Palau Robert –reminiscencia de la burguesía barcelonesa del siglo XIX- por la cantidad y las dimensiones de las plantas que rebosan en los tres grandes parterres de vegetación. Me ha maravillado también su verde intenso, muy vivo, que cambia en mil tonalidades y tamiza la luz del sol. Junto al Palau Robert, se extiende la zona soleada, y dos caminos sinuosos de sablón se ensanchan formando pequeñas plazoletas de reposo.
La tranquila caminata por estos preciosos jardines trajo a mi mente el encuentro nocturno con mi abuela Julia. ¡Qué sueño tan curioso! ¡Es que me resultaba tan real! Estoy seguro de que cuando lo comparta con mis queridos compañeros, Gerard y Manel, me dirán que se trata de un sueño lúcido o, tal vez, un “Dèja vue”, es decir, un “ya visto”, un “ya experimentado” o, de un modo más academicista, “dejaísmo proyectivo”. En fin, en todo caso, una experiencia increíble acompañada por una convincente sensación de familiaridad.
Según me explicaron mis amigos Gerard y Manel las experiencias de “dejaísmo” no quedan restringidas solo a la percepción visual –“a lo ya visto” -sino que también es extensible a “lo ya amado”, “lo ya oído”, “lo ya pensado”, “lo ya sentido”, “lo ya hablado”, “lo ya olido”, “lo ya vivido”, etc. Y, por supuesto, tampoco al ámbito onírico, pues se dan también con frecuencia dentro del estado de vigilia ordinaria.
En esto que, completamente absorbido por mis sesudas reflexiones en torno a los “déjà vu”, se me acercó inopinadamente una señora de mediana edad de etnia gitana. Esta buena señora, sin previo aviso y sin recabar mi propia aquiescencia, me tomó mi mano derecha, girándola hasta situarla con la palma hacia arriba, pasando a recitarme de forma expeditiva lo que sigue a continuación:
-Joven, te voy a leer la buena ventura. Ven acá, buena pieza, que te voy a adivinar lo que tienes en la cabeza. Eres bonito y juncal, eres rumboso y salado, si te pones colorado me callo y no digo más.

Completamente paralizado, quedando a merced del poder de persuasión de esta expeditiva cíngara que, sin saber por qué, se había adueñado por sus santos fueros -por no utilizar otra expresión más gruesa- de mi cuerpo y de mi mente, comencé poco a poco a hacerme cargo de la situación. Lo mejor será –dije para mis adentros- aplicar “en vivo y en directo” el popular consejo de la psicología para este tipo de casos y otros más atroces: el de “relajarse y disfrutar” todo lo que se pueda. Y así lo hice.
Ya más calmado, la gitana, de gran belleza y ojos oscuros y penetrantes se calló de repente, dejando de cantarme la perorata de la buena ventura, observando en su rostro un gesto de sorpresa y preocupación al mismo tiempo.
-Joven, veo en tu mano cosas muy fuertes. En estos momentos un ser del Más Allá, que tú has conocido y que te quiere mucho, se ha puesto ya en contacto contigo para comunicarte algo muy importante, relacionado con tu destino.
-¿A sí? -le pregunté con cierta ironía-, poco convencido de su poder adivinatorio y mucho del recaudatorio.
-Sí, debes hacerme caso, joven. Lo que acabo de ver en tus manos no lo veo todos los días. Desde este momento, tienes que ir por la vida con los ojos muy abiertos. El ser que se está comunicando contigo desea todo lo mejor para ti. No le tengas miedo. Es amoroso y bondadoso. Es un ser de luz. Se ha puesto en contacto contigo para tu propio bien.
-¡Uff! Pues gracias. ¿Cuánto le debo?
-Nada, joven. Yo ya he recibido sobradamente por hoy el pago por mis servicios. He sentido que el ser que se está comunicando contigo me acaba de enviar un rayo de luz de color blanco purísimo, purificador, protector y benefactor. Hoy es mi día de suerte al haberte conocido. ¡Que Dios te bendiga joven!
Y así, de este modo, dejándome en ascuas, esta buena mujer desapareció de mi vista y de las de todos los que en ese momento nos encontrábamos en el parque.
No lo dudé ni un segundo. Tenía que interrumpir -por causa mayor- mi reconfortante paseo monacal, para volver a mi piso, abrir mi ordenador y comprobar qué era lo que contenía. Y es que empezó a cobrar fuerza dentro de mí la idea de que, probablemente, sí había tenido lugar realmente la conversación mantenida por e-mail con mi abuela Julia.
-¿Cómo no he caído en la cuenta, collons?
Me dirigí hacia el piso a la velocidad de un guepardo. Cuando llegué -algo sofocado-, no tuve la paciencia de esperar al ascensor, por lo que subí las escaleras al modo real, es decir, de tres en tres, hasta alcanzar el tercer piso del edificio, lugar donde se hallaba mi morada y la de mis amigos. Una vez allí abrí la puerta suavemente, tratando de no hacer mucho ruido, en aras de preservar el dulce y “multivérsico” sueños de mis compañeros. Es que, como suelo yo decir, la vida de un “fiestero” es muy dura.
-Bueno, cuando se despierten estos bribones –pensé- ya me contarán con todo lujo de detalles las batallas o los desafíos en las que se han visto envueltos. Si lo han sido contra un ejército de ovejas, sacos de vino en una venta, leones de un safari, títeres de un mercadillo medieval o contra gatos en una esquina de El Bronx.
A esa hora, los insignes caballeros, curtidos en mil batallas -mis amigos y compañeros, Gerard y Manel-, seguían durmiendo a pata suelta. Eso sí, sus ronquidos eran ahora menos sonoros, por lo que inferí que habrían entrado ya en otra fase onírica, menos truculenta y más calmada.
-Pues que sigan durmiendo de este modo mis preciados amiguitos, que yo voy a lo mío -me dije a mí mismo-.
Mientras se abría mi “MacBook Air” de 13 pulgadas un pensamiento intrusivo inquietante se infiltró en mi mente. Era el de:
-¿Y sí… sí? Yo sé que no, pero… ¿Y si… sí? No creía que la conversación que había mantenido –supuestamente- con mi abuela Julia hubiera tenido lugar realmente. ¡Pero es que había sido tan real! ¡Tan bella! ¡Tan sublime!
0 comments on “Una revelación prodigiosa”