Acalanda - Generación Jarcha

Don Miguel de Cervantes escribió que “La libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”; y Adolfo Suárez, primer presidente del Gobierno de España tras la dictadura, afirmó que “Hay algo que ni siquiera Dios pudo negar a los homtabres: la libertad”. Y es que la libertad que, etimológicamente deriva del latín “libertas” y “libertatis” (“El que jurídica y políticamente es libre”), hoy considerada como uno de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico y consagrada en la Declaración de los Derechos Humanos, está reñida con la coacción y la opresión por parte de otros.

De manera generalizada existe un amplio consenso en que nuestra Transición de la dictadura a la democracia se realizó de manera modélica, dando como resultado un Estado Social y Democrático de Derecho homologable a cualquier otro Estado de la Unión Europea. En líneas generales, se considera que la Transición política española fue una operación de éxito: “De la Ley a la Ley, a través de la Ley en expresión de Torcuato Fernández-Miranda, uno de los actores principales de este complejo proceso de desmantelamiento del régimen anterior. Una Transición que propició cambios de gran envergadura, que dieron como resultado grandes conquistas políticas, económicas y sociales.

Sí, ciertamente, la Transición política española fue, con avances y retrocesos, dudas y reticencias, quebrantos y sustos, luces y sombras, con dificultades de todo orden y con el espíritu del “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, del poeta Antonio Machado, una operación quirúrgica de carácter político admirable o, si se prefiere, con palabras del eminente jurista, Francisco Tomás y Valiente, coreando aquello de Libertad:Un proceso único e irrepetible. Una sinfonía coral sin partitura, que se interpretó en un concierto sin espectadores, porque nadie se quedó fuera del escenario, sino que cada cual, o tocaba un instrumento o coreaba aquello de Libertad”.

Sí, efectivamente, la Transición se fue desarrollando sin un claro sendero que recorrer, coreando aquello de Libertad; pero, ¡Atención! porque como cantó el grupo musical folklórico Jarcha: “No hay libertad sin cadenas. Puede que la tenga Dios. Puedes tú mismo tenerla. Puede tenerla el tirano. Da lo mismo. A fin de cuentas, es la libertad rodeo, que va dando la cadena”.

Recordemos que el general Franco falleció el 20 de noviembre de 1975 y con él un régimen dictatorial de casi 40 años. Es verdad que las llamadas “Leyes Fundamentales” e instituciones como el Consejo Nacional del Movimiento o el Consejo del Reino no desaparecieran hasta el año siguiente tras la entrada en vigor de la Constitución, pero, con la supresión del Tribunal de Orden Público, la legalización de los partidos y los sindicatos, las elecciones libres y la ley de amnistía, se dio por concluido este régimen.

El anuncio de la legalización del Partido Comunista de España (PCE), un 9 de abril de 1977, la celebración el 15 de junio de ese mismo año de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, la aprobación el 6 de diciembre de 1978 de la Constitución Española y la llegada al poder, un 28 de octubre de 1982 del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) son algunos de los hitos más relevantes del fin de un sistema político no democrático asentado sobre tres pilares: el Ejército, la Iglesia y el partido único. Así que, el paso de la dictadura a la democracia, conocido como “La Transición política española”, quedaría ligada instintiva y definitivamente a la libertad.

¡Libertad! ¡Sí, libertad! ¡Qué gran palabra! Una grandiosa palabra de profundos significados; de dejar atrás lo viejo para abrazar lo nuevo; impulsora de un nuevo estado de conciencia social de superación de las dos Españas; descriptiva de un tiempo convulso y apasionante en la que un joven y prometedor grupo folklórico llamado Jarcha circulaba esperanzado por carreteras estrechas de una sola dirección, en los que había que ir sorteando los baches de aquella Andalucía de los años 70; una Andalucía en la que, como dice la introducción al documental “Generación Jarcha” dirigido por Inés Romero y Pablo Coca, las madres se empeñaban en que sus hijos estudiaran para que no fueran emigrantes; una Andalucía donde los más viejos del lugar recordaban que en este país hubo una guerra y que había dos Españas que guardaban aún el rencor de viejas deudas; y también que se necesitaba palo largo y mano dura para evitar lo peor; una Andalucía que iba saliendo poco a poco de un largo letargo político y social, abierta al cambio, donde la gente comenzaba a fijar su mirada -sin miedo- en lejanos horizontes donde se podían respirar aires de libertad sin ira; gente, por cierto, que sólo deseaba su pan, su familia y la fiesta en paz.

Hablar de Jarcha -Un grupo musical onubense creado en el año 1972 por Maribel Martín, Lola Bon, Antonio Angel Ligero, Ángel Corpa, Crisanto Martín, Gabriel Travé y Rafael Castizo —es hablar también del llamado “espíritu de la Transición” pues Jarcha —a juicio de muchos— es el grupo musical español que, por antonomasia, representa este espíritu de la Transición, de la Concordia y la Reconciliación.

Un año después, con su primer disco “Nuestra Andalucía”- toda una declaración de intenciones, por cierto —echaba a volar un nombre musical que, sin pretenderlo, marcaría a toda una “generación de pantalones estrechos y anchos deseos”. Andalucía como su fuente y su motivo, y en su voz la memoria de siglos de silencio, utilizando la música para quitarle el freno a los sueños, dentro de un contexto histórico de un país que se abría a la democracia.

En 1976 llega el emblemático tema “Libertad sin ira”. Con este trabajo musical la proyección de Jarcha se abre a toda España, a Europa y a la mayoría de los países latinoamericanos. Desde aquellos inolvidables años, por Jarcha han pasado varias formaciones y una veintena de cantantes, sin perder nunca su esencia; esa que le llevó a rescatar el folklore, a poner en la paleta de voces la Andalucía menos tópica y a interpretar musicalmente a poetas de la talla de Salvador Távora, Miguel Hernández, Bertol Brech, Alberti, Blas de Otero, Pedro Rivera, Federico García Lorca, Nicolás Guillén, Juan Antonio Guzmán o Eduardo Álvarez Heyer.

—Yo, a Jarcha, lo definiría como Andalucía -ha comentado Jesús Bola, Director musical de Jarcha. Para mí representa Andalucía por los cuatro costados.

—Lo importante en la música o en el arte en general apostilla Rafael Castizo (bajo), es ser capaz de comunicar ideas y sentimientos, moviendo la fibra sensible. En este sentido, Jarcha podría cantar cualquier texto que sea bello, que hable de los sentimientos humanos y sus relaciones entre ellos.

Jarcha, sin ninguna duda, fue un hijo querido de su tiempo, que fue capaz de mover la fibra sensible de un país que deseaba dejar atrás un pasado de desencuentros y profundas heridas. Una España determinada a -en expresión de Adolfo Suárez-, “Elevar a categoría política de normal lo que a nivel de calle es simplemente normal”. Y es que, como apunta Maribel Martín (Tiple primera), la generación Jarcha era gente luchadora, con ilusiones muy potentes, grandes inquietudes y muchas ganas de cambiar las cosas.

Sí, así fue. La llamada “Generación del consenso” era como Jarcha: luchadora, ilusionada, con grandes inquietudes y enormes ganas de cambiar las cosas. De ahí que, como nos aclara Juan José Oña (Tenor), por aquellos tiempos de aires de cambio, había mucha otra gente con su mirada puesta en los innumerables problemas que tenía la sociedad; unos problemas que, con la perspectiva que nos da el tiempo, hoy sabemos que eran de gran calado.

En efecto, la Transición política española tuvo que vérselas esencialmente con tres problemas de gran calado.

El primero de ellos relacionado con las “cosas de comer”, es decir, con la economía. Así que, tras las elecciones generales del 15 de junio de 1977, tuvieron que adoptarse medidas drásticas fijadas en los llamados “Pactos de la Moncloa”, mediante un amplio acuerdo entre las fuerzas políticas con representación parlamentaria, a fin de conseguir el control de la balanza de pagos y los desequilibrios internos de la economía, con políticas monetarias, presupuestaria y de precios y salarios.

El segundo, el de los nacionalismos periféricos que condicionó a la UCD a generalizar el proceso autonómico al conjunto de España.

Y, el tercero, con el terrorismo que, incomprensiblemente, siguió creciendo, a pesar del proceso de cambio que dio lugar al establecimiento de un régimen democrático en España, permitiendo canalizar casi todas las demandas colectivas, regular pacíficamente los eventuales conflictos de intereses y proteger los derechos de las minorías.

Jarcha era un cúmulo de reivindicaciones —según Pepe Roca (cantante). Su propio nombre, Jarcha (canción tradicional en mozárabe o en árabe coloquial con que cerraban las moaxajas los poetas andalusíes árabes o hebreos) representaba esta actitud. Pero, al mismo tiempo, Jarcha era música y folklore. Y para Toñy García (Tiple segunda) a Jarcha le seguía un público reivindicativo, que luchaba por las libertades.

Conforme. Pero, ¿Ahora, ¿dónde está este público reivindicativo, ilusionado, inquieto y con tantas ganas de cambiar las cosas? ¡Sí, dónde está! Esta es la cuestión.

Antonio Ángel Ligero (Tenor) se ha hecho también esta misma pregunta. Antes de responder nos canturrea las dos famosas estrofas de la emblemática canción “Libertad sin ira”, para recordarnos de dónde venimos; unas estrofas inolvidables, grabadas a fuego dentro del imaginario colectivo de una generación de españoles que vivió uno de los periodos más convulsos y apasionantes de la Historia de España.

—“Dicen los viejos que este país necesita, palo largo y mano dura para evitar lo peor, pero yo sólo he visto gente que sufre y calla, dolor y miedo. Gente que solo desea su pan, su hembra y la fiesta en paz”.

Al finalizar este cántico se pregunta: Sí… ¿dónde estáis? Luego, a modo de reflexión, comenta: “Porque, por entonces, todos pensábamos de similar manera y queríamos lo mismo, pero ahora parecéis acomodados en la casita en la playa, al mejor coche y a viajes inolvidables”.

Sí, ¿dónde estáis? —me pregunto yo también. A continuación, viene a mi memoria lo de ¡Vamos a poner a España que no la va a conocer ni la madre que la parió! ¿Una declaración de intenciones? ¿Una profecía auto cumplida?

De este modo lo pensó, lo dijo y lo profetizó Alfonso Guerra el 28 de octubre de 1982, tras conocerse los asombrosos resultados (más de 10 millones de votos) que obtuvo el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en esas elecciones generales. Un hito que, para algunos estudiosos, representa el fin del periodo de la Transición política española.

No cabe duda de que hoy España ya no es la misma que la de la generación de Jarcha. La Transición puso la primera piedra para un nuevo edificio político y social que promovió con determinación la consolidación del Estado de bienestar. Sus logros más señeros -en cumplimiento del precepto constitucional del Estado Social y Democrático de Derecho en el que se constituyó el Estado Español- han sido la universalización de la atención sanitaria, garantizar el sistema de pensiones, el aumento de la edad de la enseñanza obligatoria, el crecimiento económico y la ayuda a los desempleados y a los más desfavorecidos. Evidentemente, todo no ha sido de color de rosa, pero el balance final—y en esto existe un amplio consenso —ha sido positivo.

Se afirma también de una forma generalizada que una de las claves principales de estos importantes logros la podemos hallar en una sociedad civil dinámica y reivindicativa de los últimos años del franquismo y los primeros de la Transición, impulsora de estos cambios políticos y sociales. Una sociedad civil que fue capaz de modelar el discurso político, lo que posibilitó el retorno de la democracia y el Estado de bienestar, de forma ordenada y por la vía reformista. Una sociedad civil que, aunque ahora nos parezca adormecida por los cantos de sirenas del placentero estado del bienestar, aún sigue viva esperando -según Antonio Ángel Ligero-, que se den las circunstancias adecuadas para saltar a la palestra.

La famosa expresión “Yo soy yo y mis circunstancias”, del filósofo español José Ortega y Gasset, que explica acertadamente que “mi yo” no puede separarse del medio en el que vivo es, como la Ley de la gravitación universal —aplicable en todas las circunstancias—, de aplicación también al modo de ser y estar en el mundo de Jarcha. Es verdad que, como ha comentado el conquense Ángel Corpa (Tenor), Jarcha nunca ha tenido un posicionamiento político concreto, si bien, desde sus orígenes ha estado vinculado a un pensamiento, una forma de vivir o ver las cosas del lado de la izquierda. Es que las inclinaciones —reflexiono yo para mis adentros— tienen que ver con las circunstancias o el terreno donde se asientan las estructuras que hacen, por ejemplo, que la torre de Pisa haya quedado inclinada hacia un lado por estar asentada sobre un suelo blando que no ha podido soportar el peso de su estructura.

—En el entorno en el que yo viví había muchos marineros, gente que se dedicaba al mar. Afortunadamente, en mi casa no había necesidades —confiesa Maribel Martín. Las necesidades que yo tenía eran las que yo misma me creaba por mis inquietudes y por mi rebeldía contra aquella disciplina tan autoritaria de mi padre. Mi madre, sin embargo, era todo lo contrario. Era una mujer abierta. De ideas políticas claramente de izquierdas. Aunque ella era muy pequeña en la época de la República, tenía sentimientos claramente republicanos. Sus recuerdos de aquella época, que compartía a menudo conmigo, quedaron impregnados en mi cabeza y en mi corazón.

—Mi padre era un trabajador del campo. No había muchos recursos económicos—comenta Rafael Castizo (Bajo). Mi casa era pobre con el retrete fuera, como decía Gloria Fuertes, así que había que buscar las habichuelas. Yo me fui a estudiar a Sevilla; de Sevilla pasé a Huelva y, aquí, a través del deporte y la música, entré en contacto con los inicios del grupo Jarcha.

—De mi infancia y adolescencia en Puertollano (Ciudad Real) sólo tengo recuerdos excelentes y de buenos amigos— explica Juan José Oña (Tenor). Como casi todos los pueblos mineros e industriales era una zona bastante convulsa, con muchas inquietudes, donde el movimiento obrero tenía bastante fuerza. Hay que recordar que ya en el 62 se produce una huelga general. Pues bien, de Puertollano me mudé a Huelva donde puse en marcha un grupo de teatro, al que se incorporó Ángel Corpa que, a su vez, estaba inmerso en la creación de un grupo de música folk en el colegio menor.

Aunque deseo conocer ansiosamente —como quienes seguramente estáis leyendo ahora esta especie de hagiografía sobre Jarcha— la parte final del relato que condujo a la formación del emblemático grupo musical folk español, no puedo por menos de hacer un alto en el camino para hacer referencia a la importancia del movimiento obrero dentro del franquismo a partir de los años 60.

Recordemos que el franquismo suprimió la libertad sindical. En su lugar creó la Central Nacional Sindicalista (CNS), más conocida como “Sindicato Vertical”. En teoría era una agrupación para la defensa de los derechos de los trabajadores; sin embargo, en la práctica, estaba sometida a la jerarquía de las autoridades gubernativas, que lógicamente tenían siempre la última palabra. Por este motivo, no nos debe resultar extraño que, pese a los peligros que conllevaban las protestas, manifestaciones e, incluso, huelgas de los obreros para mejorar su situación, estas se produjeran. Es que, como bien dice el dicho popular, “no se pueden poner puertas al campo”.

Un claro ejemplo de este espíritu reivindicativo de carácter laboral fue La huelga minera de Asturias de 1962 —también conocida como “La huelgona” o “La huelga del silencio”—, a la que se ha referido Juan José Oña. Fue una huelga obrera que tuvo lugar en la primavera de 1962, terminando dos meses después de haber comenzado, con numerosos mineros deportados, una dura represión y algunas reivindicaciones.

Y, ahora, reemprendiendo el camino trazado del relato de la creación de Jarcha, Rafael Castizo, nos explica que “hubo un contacto con un primer grupo que no cuajó. Sin embargo, el inicio de Jarcha sería con un segundo grupo, más sólido y ensayado, en casa de Juan Manuel Seguero. Es que, al parecer, por encima de aquellas jóvenes cabezas musicales revoloteaban las canciones de un grupo de referencia de aquella época, llamado “Nuestro pequeño mundo”. Se trataba de un grupo de folk con formación de voces mixtas —chicos y chicas— y una visión muy amplia que abarcaba también el norteamericano. Por lo tanto, con estos mimbres comenzaron a verse los fines de semana, ensayando en el colegio menor donde Ángel Corpa trabajaba como educador. Al acabar el curso, sin sitio donde ensayar, se vieron obligados a hacerlo en los pinos de Aljaraque o a la playa de Mazagón en un sitio tranquilito que les permitía ensayar. “El bautismo” a la vida musical de Jarcha se produciría tras ganar un concurso nacional organizado por La Cope y la compañía discográfica Zafiro; un acontecimiento que les arrastraría hasta donde finalmente terminaron llegando: una vida musical plagada de éxitos y reconocimientos.

Evidentemente, llegar hasta donde llegó Jarcha, no fue fácil. Es verdad que, como ha comentado el historiador de la Universidad de Sevilla, Alberto Carrillo, Jarcha contactó muy bien con la gente de aquella época por diversas razones, como: tocar temas que fueron claves en la Historia de España y la Transición; también de carácter social, del campo, cuestiones vinculadas con la reforma agraria, con los problemas identitarios, con la libertad o con el pasado, pero, al mismo tiempo, tuvo que vérselas -como la mayoría de los grupos de entonces- con la dichosa censura.

-¿Te acuerdas, Juanjo -recuerda con nostalgia un compañero del grupo- cuando estuvimos en tu pueblo de Puertollano que nos prohibió el gobernador la canción “Nuestra Andalucía” y tuvimos que cantarla sin letra, tarareándola con la, la, la, la, la…?

¡Ay, la censura! ¡La tan denostada censura! ¡Con la censura hemos topado!, hubiera escrito hoy Don Miguel de Cervantes. Una censura instaurada de forma provisional durante la Guerra Civil por el bando nacional, y aplicada de manera inexorable durante 40 años a todos los ámbitos de la cultura y a los medios de comunicación. Afortunadamente, el punto de inflexión para este sistema de censura vino tras la aprobación de la famosa “Ley de Prensa e Imprenta de 1966”, un soplo de aire fresco para la libertad. Ciertamente, esta ley, popularmente conocida como “Ley Fraga”, que proclamaba que” La libertad de expresión y el derecho a la difusión de información, reconocidas en el artículo primero, no tendrán más limitaciones que las impuestas por las leyes”, se convirtió en una de las medidas más relevantes en relación con la liberación del país resultando, a la postre, especialmente eficaz para acelerar la descomposición del régimen franquista.

Nuestros conciertos estaban petados de gente —Recuerda Ángel Corpa. Gente que coincidía con nosotros en las aspiraciones de tener un país democrático, donde las libertades estuviesen presentes. En torno a Jarcha se generó una corriente de hermandad muy grande, debido a que fuimos capaces de canalizar sentimientos muy profundos de libertad. En fin, Jarcha hizo lo que hizo porque nació en un momento determinado, y porque cantamos una serie de cosas concretas.

Unas cosas concretas que, como comenta Rafael Castizo, no sólo consistía en temas reivindicativos relacionadas con las restricciones de la libertad impuestas por aquel Régimen, sino también en aventar injusticias y demandas que nosotros mismos veíamos a nuestro alrededor. Además —añade— hemos trabajado por difundir una imagen distinta de lo que es ser andaluz, con todo lo que esto conlleva: su forma de ser, su identidad o su lengua.

Un eminente ejemplo de esta línea de trabajo musical de Jarcha centrada en poner a Andalucía en el lugar que le corresponde en el mundo, fuera de los estereotipos tan manidos, es el emblemático “Andaluces de Jaén”. Un tema grabado a fuego ya en el imaginario colectivo y, por cierto, himno oficial de la provincia de Jaén, que nos lleva, como si de un resorte se tratara, a cantar a capela, mental o verbalmente, en público o en privado, la primera estrofa del poema de Miguel Hernández “Aceituneros: Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma: ¿quién, ¿quién levantó los olivos?”.

—El primer concierto que dimos en Jaén —recuerda Juan José Oña— fue en un parque en el que había unas 4000 personas. De repente, alguien se subió con una bandera andaluza, poniéndose a ondearla en el escenario. Y, yo, que era el que estaba más cerca del escenario, escucho: ¡Hay que echarlo! ¡échenlo, échenlo! A lo que yo respondí: Oiga, mire usted, a mí no me estorba este señor. Así que, pase y ¡Échele usted!, si así lo desea.

¡Uff! Fue tal la repercusión que tuvo este tema en ese momento que, al finalizar el concierto el público nos pidió que cantáramos de nuevo “Andaluces de Jaén”. Yo, desde el escenario veía que la gente se había subido de pie en las sillas, con periódicos ardiendo. Desde allí lo que se contemplaba era como una gran antorcha que nos impidió —porque no nos salía la voz por la fuerte emoción—cantar “Andalucía, levántate, brava”.

Cinco meses después de que los diarios Avui y El País salieran a la calle, Diario 16 —un periódico de información general— apoya su lanzamiento con una canción que haría furor inmediatamente. ¿Cuál? Pues nada menos que “Libertad sin ira”.

—Paradójicamente “Libertad sin ira” llegó de la mano del músico y compositor Pablo Herrero Ibart —nos aclara Ángel Corpa. Simplemente nos visita un día en Huelva y nos plantea cantar esta canción. Una canción creada para vertebrar la campaña de lanzamiento del Diario 16. Así que, se podría decir que “Libertad sin ira” fue un producto de Diario 16.

—En principio —aclara Antonio Ángel Ligero— no estábamos muy de acuerdo en cantarla porque… ¡Claro!, eso de anunciar un producto publicitario no iba con nuestro estilo. Luego, tras algunas reflexiones llegamos a la conclusión de que no se trataba de un jabón sino de un periódico, es decir, un vehículo de la cultura. Por lo tanto, decidimos tirar hacia adelante con este nuevo proyecto.

—Pero fue un publicista, Rafael Baladés, —explica Inés Romero (Tiple segunda)—quien escribió este tema, tratando de plasmar la razón de ser de este periódico. La música fue compuesta por Pablo Herrero, un gran músico y compositor con ya importantes éxitos interpretados por Nino Bravo o Rocío Jurado.

—Yo recuerdo que, antes de grabar este tema, circulando por las calles de Madrid —recuerda Ángel Corpa— contemplamos muchas vallas publicitarias con el slogan de “Libertad sin ira” e, intrigados, porque no sabíamos de qué iba todo aquel montaje publicitario, nos preguntábamos: Oye… ¿Y esto? ¿De qué va?

—Cuando lanzamos “Diario 16” nos prohibieron emitir “Libertad sin ira” en las radios del país —explica Juan Tomás de Salas, editor de la revista. Es que, por entonces, las reglas seguían funcionando. Seguían las reglas y seguían las gentes. Creo que en lugar de ir de puntillas lo hicimos deprisa, con pasos de gigante.

Unos pasos de gigante dentro de un terreno desconocido y lleno de peligros. Es que debemos reconocer que, aunque en el imaginario colectivo, configurado a partir de la mayoría de los discursos políticos, mediáticos y académicos, la Transición española ha quedado fijada como “inmaculada”, es decir, como un proceso negociado, reformista y pacífico que consiguió poner fin a décadas de enfrentamientos sangrientos entre grupos políticos y sociales opuestos, logrando  reconciliar a las “dos Españas”, —esas a las que, por cierto, se refieren los viejos de “Libertad sin ira”, de Jarcha— los reformistas que la lideraron, así como el conjunto del país, tuvieron que enfrentarse a serios obstáculos en el camino de España hacia la democratización.

Ciertamente, como afirma Juan Tomás de Salas, seguían las reglas y seguían las gentes. Y esto fue así porque, una de las características principales de la Transición política española fue la de la continuidad del Estado: “De la Ley a la Ley, a través de la Ley”, en expresión de Torcuato Fernández-Miranda. Una especificidad que propició el que, aunque el marco institucional y normativo iba cambiando radicalmente, paradójicamente tenía que convivir con una fuerte continuidad funcional y orgánica entre el Estado franquista y el Estado de la nueva democracia.

Y en este contexto político y social —cuasi esquizofrénico—, surge, como soplo de aire fresco o agua de mayo, “Libertad sin ira”. Un tema sumamente pegadizo, compuesto por Pablo Herrero y José Luis Armenteros, con letra de Rafael Baladés, interpretado por el grupo onubense, Jarcha, en 1976; una canción para la Transición; un foro privilegiado para la argumentación política.

Por cierto, que, el 9 de octubre de 1976, pocos días después de su lanzamiento, el director general de Radiodifusión y Televisión, dependiente del Ministerio de Información y Turismo, catalogaba esta canción como “no radiable”. Afortunadamente, una semana después, concretamente, el 18 de octubre, desde la misma instancia ministerial —y también desde Televisión Española (TVE)— se informó que se trataba de un “error administrativo”.

El tsunami musical y mediático que sobrevino a continuación es de sobra conocido. La canción alcanzó una aceptación increíble en torno al referéndum sobre el Proyecto de Ley para la Reforma Política, celebrado el 15 de diciembre de 1976; y, luego, también durante los días previos a las elecciones generales de 1977, celebradas el inolvidable miércoles 15 de junio, para elegir a los miembros que iban a constituir las Cortes Generales: El Congreso de los Diputados y el Senado. Unos comicios considerados históricos, al tratarse de las primeras elecciones libres que se celebraban en España desde los tiempos de la Segunda República.

El éxito rotundo de este tema traspasó también nuestras fronteras. “Libertad sin ira” consiguió alcanzar el nº 1 en Holanda; y, durante mucho tiempo, fue difundido masivamente en las listas de Grecia, Alemania, Francia y, por supuesto, en Sudamérica. Aquí, en nuestras hermanadas tierras sudamericanas, “Libertad sin ira” fue mucho más que una canción de enorme éxito. Constituyó —y sigue constituyendo— un icono, un emblema para el noble propósito de la liberación de los pueblos. 

En fin, “Libertad sin ira” es, por derecho propio, el himno de la Transición. La conocida y evocadora afirmación del filósofo, ensayista, poeta y novelista español, Jorge Ruiz de Santayana, de que “Quien olvida su historia está condenado a repetirla” entronca con la convicción de que “Libertad sin ira” llegó a ser el mensaje esencial que necesitaba la Transición. Un mensaje profundo de esperanza y reconciliación nacional; de mirar hacia el pasado a los solos efectos de poder comprenderlo; de mirar hacia el futuro para construir un país mejor y más próspero. Una visión esta —a mi juicio— inapelable ya que, como acertadamente escribió el filósofo y teólogo danés, Søren Kierkegaard “La vida sólo puede ser entendida mirando hacia el pasado, pero sólo puede ser vivida mirando hacia el futuro”.

Y, ahora, siguiendo este profundo pensamiento filosófico de Kierkegaard por el que la vida sólo se puede ser entendida mirando hacia el pasado, pero vivida — plenamente— mirando hacia el futuro, les propongo, amigos lectores, que se hagan esta sencilla pregunta: ¿Qué sentimientos, emociones y recuerdos nos trae hoy “Libertad sin ira”, el considerado himno de la Transición, un momento trascendental, único e irrepetible de la Historia de España?

Los recuerdos de Jarcha los guardo —nos confiesa Antonio Ángel Ligero, uno de los fundadores del grupo Jarcha— bajo sábanas blancas de hilo, igual que se guardan los muebles de la casa de nuestros abuelos en el pueblo. Aprendí que mi amigo podía pensar de forma distinta a mí, y no por eso iba a dejar de serlo. Aprendí que tenía que buscar la belleza, la armonía y la elegancia, y aplicarlas en “mi yo diario” y cotidiano. Que la honestidad debía ser el pan mío de cada día. Que la cultura, la educación y la formación eran las únicas armas con que contábamos para hacer que la sociedad y el mundo mejorasen. Y hoy sigo luchando por todo aquello en lo que creía y sigo creyendo. Mi gran lema de vida sigue siendo: la tolerancia, el deseo de aprender y la música.

¡Bien dicho! En realidad, como afirmó el abogado, político, activista, pacifista, y líder del Movimiento de Liberación de la India, Gandhi, practicante de la desobediencia civil no violenta: “La satisfacción radica en el esfuerzo, no en el logro, pues el esfuerzo total es la victoria total”.

José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué en EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN.

Fotografías de Andalucía es Documental de CANAL SUR.

Muchas gracias por acompañarnos. Acceso a las conversaciones.


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1 comments on “Libertad sin ira

  1. Felipe Chaneta

    Monumental trabajo sobre un grupo que protagonizó y ayudó -como ningún otro- a normalizar y hacer posible nuestra Transición. Tan rico, completo y variado que instruye -cuenta- y divierte -canta- lo que fue Jarcha y la Transición y muestra capaz de transformarse -a golpe clic- en documental, espectáculo o película. Inevitablemente nos lleva al desencanto de comprobar ¡cómo queríamos ser! (libres; con familia, trabajo y casa; sin miedo, mentiras, ni ira; tolerantes, sin bandos y ajenos a toda violencia -física y verbal-; y deseoso de tener la fiesta en paz) y en ¡qué nos hemos convertido! Felicidades, José Antonio. Enhorabuena, José Francisco.

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