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El día de la ERA: Un homenaje a nuestros mayores

El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras, sino en verlas con nuevos ojos.

“À la recherche du temps perdu” (“En busca del tiempo perdido”) es una de las grandes obras de la literatura del siglo XX escrita por Marcel Proust con el propósito principal de preservar la desaparición de los recuerdos del pasado, sepultados por el tiempo, pero conservados en su inconsciente. Proust, con este genial trabajo autobiográfico, pretendía, además, superar su obsesión por la huida irreparable del pasado, aniquilador de personas y acontecimientos, viendo en el recuerdo del pasado un modo de poseer la vida y alcanzar la felicidad. En este sentido, Elena Asenjo Martín, Rafael Hernández Muñoz, y María García Martín, promotores del “Día de la Era” en Muñogalindo (Ávila), no es que crean que la felicidad sólo se obtiene rememorando los momentos felices de la vida, pero sí que, reviviéndolos, nos ayudan a entender muchas cosas de nuestro presente.

“El Día de la Era”, que suele celebrarse desde hace casi veinte años en Muñogalindo (Ávila) a finales del estival mes de julio, en torno a la festividad de Nuestra Señora de la Virgen de las Nieves, fue concebida por sus promotores para agradecer, recordar y homenajear a nuestros mayores; unos decanos que dedicaron sus vidas a las duras tareas del campo, origen de muchas de nuestras tradiciones. Ciertamente, aunque a menudo sentimos como verdadera la afirmación de que “es un soplo la vida y que veinte años no es nada”, contenida en la canción “Volver” de Carlos Gardel, también lo es la de la Madre Teresa de Calcuta de que “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí cosas pequeñas con gran amor”.

En este sentido nos consta que, Elena, Rafael y María pusieron en marcha “El Día de la Era” hace casi veinte años con la convicción de que, haciendo pequeñas cosas con gran amor, esmero, dedicación y esfuerzos sostenidos en el tiempo, derivarían algún día en grandes cosas; esas que suelen dejar huellas imborrables en cada uno de nuestros corazones. Afortunadamente — dando un primer paso con fe—, han ido encontrando por el camino. las ayudas divinas y humanas necesarias para llevar a buen puerto este noble ideal. En este empeño no han estado solos. La activa colaboración de la Asociación Grupo Musical Espigar, la del profesor de música Luis Arribas Hernández, del Ayuntamiento de Muñogalindo, de la Diputación Provincial y, por supuesto, la entusiasta participación de todos los vecinos ha hecho posible que un bello sueño se haga realidad. Esencialmente, “El Día de la Era” —nos explica Rafael Hernández— es un homenaje y reconocimiento a todos nuestros mayores. Surgió como una simbiosis de tres grandes deseos: el de Elena, para que no cayeran en el olvido aquellos antiguos oficios de antaño; el de María, de recuperar las canciones en la vida rural, expresión espontánea del alma de un pueblo; y el mío, relacionado con la producción del cereal, una actividad laboral típica en nuestros campos de Castilla. Si hubiera que sintetizar lo que significa profundamente “El Día de la Era” yo lo haría —nos comenta Elena Asenjo— con estas cinco palabras: “De la siega al pan”. Y es que en nuestro querido mundo rural, durante muchas generaciones, la siega y el pan ha constituido una línea principal de subsistencia, creando en torno a ella un pueblo y una cultura de raíces profundas. Evidentemente, en torno a este medio de subsistencia florecieron también otros importantes oficios como el de carretero, herrero, ganadero, vaquero, lechero, matarife, albañil, tejero, jabonera, lavandera, partera, lucero, quinquillero, tornero, sillero, molinero…. Elena Asenjo — visiblemente emocionada—, nos aclara que todos estos trabajos eran, desde nuestra perspectiva actual, durísimos; sin embargo, la clara filosofía de respeto y reverencia por la vida, impregnada en los genes de aquellos sacrificados hombres y mujeres, con pocos recursos, pero elevadas ilusiones, era capaz de transformar la dureza del “sol a sol” en una fiesta continua, aceptando que la adversidad formaba parte integrante de la vida. Sí, efectivamente, de la nada, con poco más que un trozo de pan y una bota de vino —que, según ellos, ayudaban a hacer el camino— de un modo casi heroico conseguían revertir las durezas, fatigas y penalidades de aquella época en preciosos e inolvidables instantes de vida, compartiendo generosamente lo poco que se tenía, cantando alegremente canciones o rondando caballerosamente a las mozas. Para mí “El Día de la Era” supuso un descubrimiento absoluto —nos confiesa María García- porque yo no soy de pueblo. Mi interés por toda esta gran cultura ancestral de los pueblos me viene de mi época de formación musical en la que estuve investigando la cuestión del folklore. Me centré en los pueblos de Muñogalindo y Villaviciosa porque de ellos procedían mis abuelas. Como os podéis imaginar, para los que no hemos nacido en un pueblo, el descubrimiento de su enorme riqueza cultural es algo maravilloso. Desde el primer momento, lo que más me impactó de esta fiesta de “El Día de la Era” es que todo el pueblo se pone en marcha, de un modo u otro, dando lo mejor de sí mismo, arremangándose para rememorar y homenajear a nuestros mayores. ¿Y qué puede haber más gratificante en esta vida que reverenciar a todos aquellos hombres y mujeres que, con el sudor de su frente, contribuyeron a hacer un mundo mejor, del que hoy estamos disfrutando nosotros? En fin, para mí ha sido y seguirá siendo un lujo y un verdadero placer poder contribuir a recrear las escenas arquetípicas relacionadas con la cultura de un pueblo grabadas en el imaginario colectivo, a través del canto, la danza y la representación teatral. “El Día de la Era”, además del fin primordial de homenajear a nuestros mayores persigue también, como nos recalca Rafael Hernández, una finalidad didáctica: la de que las nuevas generaciones conozcan cómo trabajaban y vivían nuestros abuelos y nuestros padres, entono fundamentalmente a las labores del arado, la siembra, la escarda, la siega, el acarreo, la trilla, la molienda y la fabricación del pan. En este sentido creo que sería bueno —apostilla— que todos tuviéramos siempre presente la afirmación de J.R.R. Tolkien, el autor de la famosa trilogía “El Señor de los Anillos”: “No desprecies las tradiciones que nos llegan de antaño; ocurre a menudo que las viejas guardan en la memoria cosas que los sabios de otro tiempo necesitaban saber”.

Por su parte, Elena Asenjo, añade otro gran matiz que conlleva esta fiesta: la de “crear pueblo en torno a una idea”. Y es que—nos aclara— para sacar adelante este complejo proyecto se requiere de la activa e ilusionante participación de mucha gente, pues como bien sabemos una buena idea, sin un grupo que la respalde y la impulse, puede quedarse durmiendo en el sueño de los justos. Así que, de la mano de lo que yo llamo “los cinco pilares” de este gran proyecto (Hortensia, Leo, Mary, Luis y Felisa –mi madre–), aportando ideas y conocimientos, y la de María García, uniéndonos a todos en torno a la música, hemos llegado a conseguir que el pueblo de Muñogalindo vibre al unísono. En fin, “El Día de la Era”, es un reconocimiento y homenaje a nuestros mayores; una clase magistral acerca de cómo vivían y trabajaban nuestros abuelos y nuestros padres; y un modo para “crear pueblo”. Yo, con permiso de los protagonistas de este precioso proyecto, añadiría que “El Día de la Era” es también una eclosión de fuertes emociones.

Ya sé que, como cantó María Ostiz, con una frase no se gana a un pueblo, ni con disfrazarse de poeta, pues a un pueblo sólo se le gana con respeto, pero es que, al escuchar con nostalgia a Elena Asenjo, recordando a personas y escenas que han formado parte de nuestras vidas, no he podido evitar que algunas lágrimas se escapen de mis ojos. Entonces, por fin, he podido comprender el profundo significado de la afirmación de Marcel Proust por la que “El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevas tierras, sino en verlas con nuevos ojos”.

José Antonio Hernández de la Moya

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