YO, ABO. Capítulo 5: Una profunda conversación de amigos.
Miré mi reloj de pulsera: marcaba las 2:14 p.m. Había llegado, pues, el momento de dejar las elucubraciones científicas para prestar atención a las exigencias del cuerpo; concretamente, las referidas a las cuestiones del estómago ya que, como afirmó Don Quijote de la Mancha, según me repitió en múltiples ocasiones mi “compa migo” Manel, “la salud de todo el cuerpo se fragua en las oficinas del estómago”. Al parecer no estaba desencaminado el Caballero de la Triste Figura en lo que a la salud se refiere porque Einstein, en esta misma línea, varios siglos después, dictaminó que “un estómago vacío es un mal consejero”. Así que pensé que me vendría bien comer algo antes de la salida de mi tren con destino a Málaga.

La estación de Barcelona Sants tiene una gran variedad de cafés y lugares de comida rápida bajo su techo. Me decidí por “Ars Café”, un local que cuenta con dos secciones: la de autoservicio y sala de estar y la de restaurante con servicio de mesa. Opté por la primera. Creo que con un sándwich y un café -me dije- bastará para aplacar las iras del estómago y traerlo hacia mi causa como buen consejero.
Una vez amainada la fiera estomacal me dispuse para afrontar los asuntos pendientes más urgentes en la sala de estar. Era un modo de matar el tiempo. Por cierto, ¡qué expresión más desafortunada lo de matar el tiempo! Ya sé que la solemos utilizar cuando falta un rato para que llegue un momento mejor, acudiendo a ciertas distracciones que aligeren el tiempo de espera, pero no deja de resultarme paradójico que, para tal fin, queramos “matar” al recurso más valioso que tenemos: el tiempo.
Así que, ¡manos a la obra!, que ¡el tiempo es oro y su pérdida la mayor de las prodigalidades! -exclamé-. Así que, ahora, en este preciso momento, lo primero y principal es comunicar a mis amigos y compañeros de piso, Gerard y Manel que, por causas que ni yo mismo sabría explicar, había tomado la decisión de emprender un nuevo rumbo vital.
Lo de ¡manos a la obra! era muy de Manel. Utilizaba frecuentemente esta expresión conmigo como recurso dialéctico para desactivar la defensa de alguna de mis convicciones; luego, con mucha ironía, me aclaraba: -Tranquilo, Pablete, tranquilo, que no te voy a pedir que hagas de fontanero para solventar el problema de la cisterna del water. Lo de “manos a la obra”, dicho en el contexto que nos ocupa, ha de referirse a la acción, a la realidad, a la praxis que permite aplicar lo que la teoría propone, lo que la experiencia enseña y lo que los operadores experimentan. Así me lo espetaba el tío, quedándose tan ancho, añadiendo después:
-Así que, adelante, amiguito, demuéstrame que, como afirmas, lo que hay es todo lo que hay, es decir, lo que vemos, oímos, saboreamos, olemos, tocamos, pensamos y sentimos; que, según tú, no hay vida después de esta vida; que, tras la desaparición física, todo se acaba.
Gerard, sin embargo, era más respetuoso conmigo. Nunca me dijo, como Manel, que yo era un “cabeza cuadrada”. Siempre me prestaba mucha atención a todo lo que yo comentaba, admirando mis capacidades para todas las cuestiones referidas al software y hardware informático. -¡Uff!,hay que tener una cabeza muy bien amueblada como la que tú tienes, Pau -me decía, alagándome- para ser capaz de diseñar y probar componentes de hardware como los procesadores, las placas de circuitos, los dispositivos de memoria o los rúters; o saber escribir software para dispositivos móviles y ordenadores, gestionar sistemas operativos, diseñar, probar robots y todo lo relacionado con las redes.
El bueno de Gerard nos sacaba la tarjeta amarilla cuando sentía que estábamos divagando sobre temas que no nos llevaban a ninguna parte, poco prácticos e importantes; parecidos a los que, al parecer, mantenían los sabios de Bizancio, discutiendo acerca del sexo de los ángeles, en lugar de defenderse de sus enemigos -los turcos- a punto de conquistar la ciudad de Constantinopla. Nos decía:

-Chavales: “El tiempo es oro y su pérdida la mayor de las prodigalidades”. A continuación, su honestidad personal y profesional le llevaba a aclararnos que la susodicha expresión no era de cosecha propia sino de un personaje al que él admiraba mucho: Benjamin Franklin.
-Ben Franklin es uno de los mejores referentes de vida que uno puede tener como modelo -nos decía-. Franklin estaba convencido de que todo en la vida se puede conseguir con perseverancia, inteligencia, prudencia y esfuerzo. Este padre del pueblo norteamericano fue capaz de conciliar perfectamente sus inquietudes políticas y empresariales, sin dejar de lado las personales y de conocimiento. El resultado fue una vida ejemplar, para enmarcar, aprovechada al máximo, y siempre desde la guía de la razón.

-Hola, amiguitos. ¿Cómo están ustedes? -les escribí en el wasap del grupo.
-¡Biennnnnn! -respondió Manel.
-Bueno, no creas, la noche ha sido larga e intensa -comentó Gerard.
-Es que la noche es joven, ja, ja, ja. Yo también he tenido lo mío. Ya os contaré, pero hoy no, mañanaaaaaa.
-¡Vaya! Parece ser que nuestro amigo, el informático, ha tenido una loca noche de pasión, una “Nights in White Satin” ¡Por fin se estrena en las cosas del querer! ¡Pues bienvenido al club, chavalote! -comentó con sorna Manel.
-No, amigos, la cosa no va por ahí. No se trata de una experiencia romántica. Ahora estoy en la estación de Sants, esperando a que salga mi tren para Málaga.
-¿Cómooooooo? ¿Es que te ha pasado algo? -escribió Manel.
-No. Tiene que ver con una corazonada.
-¿Una corazonada? -preguntó Gerard.
-¡No puedo creerme que se te hayan fundido los plomos! Aunque bien mirado, quizás sea una buena cosa que el corazón empiece a primar sobre la razón en tu vida -sentenció Manel.
-No, amigos, la cosa, no va por ahí. Si os parece, os lo cuento en detalle por videollamada Instagram Direct.
-Ok.
Una vez puesto en funcionamiento Instagram Direct retomamos la conversación, ahora “viéndonos las caras”.
-Hola, chavales. Os veo muy bien, a pesar de que vuestra noche loca ha debido de ser muy dura.
-Hola, chico serio. A ti te vemos también muy bien, a pesar de la noche terrorífica que debes de haber tenido, ja, ja, ja -comentó Manel, simulando una reacción “Goosebumps”.
-Escuchadme, por favor. Salgo de Barcelona en el AVE de las 15:45h y no tengo ni idea de cuándo volveré. Por supuesto, contad con mi parte para el pago del alquiler del piso.
-Bueno, eso es lo de menos -Interrumpió Gerard.
-Hombre -comenté- es que no sería justo que os dejara ahora en la estacada, sin previo aviso. Además, tengo pendientes unos asuntos en la Universidad y me tenéis que echar una mano.
-Claro, joder, para eso estamos los amigos -respondieron al unísono, haciéndome un “I like it” con sus dedos pulgares derechos. Ya nos irás diciendo.
-Si, ya os comentaré. Pero no os preocupéis por nada. Ahora no puedo ser más explícito con vosotros, porque ni yo mismo sé por qué estoy haciendo lo que estoy haciendo.
-Joder, tú, nos estás empezando a preocupar, y mucho. Somos tus amigos, “coixins”, puedes contar con nosotros para lo que sea, ya lo sabes -comentó Manel.
-Lo sé. Sé que puedo contar con vosotros para lo que sea; sin embargo, en este caso, no podéis ayudarme. Por cierto, Manel, te recogí una carta de tu famoso Tarot en el rellano de la escalera. Te la he dejado en el recibidor.
-¡Vaya, qué cabeza la mía! Disculpadme un momento, compruebo que sigue allí.

-¡El ermitaño! Es la carta del Ermitaño. ¿Sabes lo que significa, tío? -me preguntó impidiendo el que se diera por terminada esta conversación virtual.
-Creo que en otra ocasión nos dijiste que esta carta tenía que ver con cambios profundos en la vida de una persona -comentó Jordi.
-Esta carta es cojonuda, tío. La carta del Ermitaño representa la soledad, la reflexión, la introspección, la prudencia. Nos está diciendo que es el tiempo de alejarnos de eso que nos afecta y hacer un examen de conciencia, de un autoanálisis.
Mientras Manel nos explicaba el significado de esta carta del Tarot, me dio un vuelco el corazón. ¿Y si tenía que ver conmigo? Es que era tan extraño que Manel hubiera perdido una carta del Tarot y, precisamente esa, la del Ermitaño.
-¿Crees que hay casualidad o causalidad en ello?
-La casualidad no existe, Pau. Esto ya lo hemos discutido en muchas ocasiones, pues como afirmó Voltaire, “La casualidad no es, ni puede ser más que una causa ignorada de un efecto desconocido”.
-Vale, de acuerdo. En este caso: ¿Qué podría significar esta carta colocada junto a la puerta de nuestro piso? -Mi opinión, así, en un análisis rápido y sin entrar en detalles, es que esta carta tiene que ver contigo, Pau.
-¿Conmigo? Vamos, Manel, es una carta que tú has perdido esta noche, en un estado manifiestamente mejorable. Así que, nada, pura casualidad y no causalidad, aunque ello contradiga a Voltaire. Por lo que no tratemos de sacar cinco pies al gato-protesté.
-Tendrías que saber, Pau, Pablo, Pablito, Pablete, que el concepto de “causalidad” no sólo ha sido abordado por la filosofía, pues también lo ha hecho la física cuántica, de la que tú eres un fervoroso defensor.
-¿Y qué dice, según tú, la física cuántica al respecto? -pregunté en un tono capcioso-
-Pues, como bien sabes, el principio de causalidad postula que todo efecto -todo evento- debe tener siempre una causa.
-Ya.
-Por lo que, la carta del Tarot que tú encontraste junto a la puerta del piso, era un mensaje para ti. Te recuerdo que la carta la encontraste tú y no yo. Y, además, dentro de un contexto muy extraño del que ya nos darás detalles algún día, a partir del cual has determinado emprender un nuevo rumbo de vida, sin saber por qué.
-Bueno, visto así, quizás exista alguna relación causal. Bien, sobre la carta: qué mensaje crees que desea trasmitirme?
-Esta carta está relacionada con el número nueve. El número nueve es el de la espiritualidad, el de la paciencia, la sabiduría, la entrega, el que marca el fin de una etapa.
-En este caso: ¿Qué debo hacer a partir de ahora?
-El ermitaño es realmente una invitación a la introspección y reflexión interior para estudiarnos y ver cómo proceder. Así que debes hacerte algunas preguntas. Por ejemplo: ¿Qué decisiones he tomado para llegar hasta aquí? ¿Qué podría haber hecho diferente? ¿Qué puedo hacer ahora mismo? ¿Hacia dónde me dirijo?
Estas preguntas tan cruciales que me acababa de formular mi amigo Manel me llevaron hacia un estado de interiorización por unos instantes. Luego, dejé de mirar la pantalla del móvil, elevando mi cabeza y haciendo una panorámica con mis ojos del entorno. Comprobé que en la sala se encontraban diferentes viajeros que, como yo, hacían tiempo hasta la partida de su tren.

Hubo un tiempo en que pensaba que las largas y tediosas esperas dentro de una estación de autobús, de tren o de avión, con abundante gente de toda índole, en un ir y venir con maletas, bolsas, mochilas e insondables emociones y sentimientos, ponían nuestra vida en situación de “pause”, de “Life on Hold”, hasta que me di cuenta de que “estos tiempos muertos” tienen un significado propio, metafórico. Lo descubrí durante un sesudo debate nocturno con Gerard y Manel.
-Hemos creado un mundo -nos comentó un día Jordi- basado en la espera, en el que, como escribió Lewis Carroll, en Alicia en el país de las maravillas, “La regla es mermelada mañana y mermelada ayer, pero nunca mermelada hoy”.
Amigos -nos advertía-nuestra sociedad, con sus tentáculos, sus filtros y sus embudos, nos ha abocado a una antesala en la que solo se espera. El complejo mundo laboral y sus intrincados recovecos nos recuerda permanentemente que la felicidad es un reino del pasado o del futuro, pero nunca del presente. Así que, para alcanzar esa felicidad tan ansiada debemos esperar a conseguir nuestra graduación, adquirir una nueva competencia, un trabajo mejor, la pareja ideal, nuestro primer hijo, el viaje de nuestros sueños… ¡Craso, error, amigos!, pues “La ocasión hay que crearla, no esperar a que llegue”. Y con esta frase, que no es mía, sino de Francis Bacon, que os la traigo a colación -nos aclaró- quiero que comprendáis que, a pesar de que el actual contexto socioeconómico nos haga cautivos de salas de espera interminables, lo que nada ni nadie puede arrebatarnos es nuestra actitud.
Amigos: la vida nunca se para, nunca se detiene, aunque así nos lo parezca a veces.

-Bueno, a veces, la vida te da unos palos tan gordos -comenté yo con cierto escepticismo- como los que se describen en la famosa parábola de Jesucristo del buen samaritano, en el que un judío, de viaje por el camino de Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos hombres, robándole ropa, golpeándole y dejándose medio muerto.
-Sí, es verdad -me respondió complaciente. Hay muchas realidades por las que una persona puede tener la sensación de que la vida se ha detenido como, por ejemplo, quedarse sin pareja o sin trabajo, haber fracasado en un proyecto personal o profesional, una pérdida irreparable…. Ciertamente, estos y otras parecidas situaciones horadan nuestros rincones más internos, los más profundos de nuestro ser, hasta inmovilizarnos; sin embargo, amigos, es necesario entender que la vida jamás está en pausa, pues ella siempre discurre, brota, sucede y vibra. En realidad, como afirmó la psicóloga estadounidense, Bernice Neugarten, se trata de una percepción mental que hace que creamos que nuestra vida se ha detenido, que se ha congelado en un fotograma de cariz triste, apático y sin brillo.
Me sacaron de estos profundos pensamientos sobre la vida unos lloriqueos de un malhumorado y quejumbroso niño de unos 4 años, junto a sus padres, una pareja de treintañeros.
-Quizás tenga hambre o esté cansado -pensé.
Luego me fijé en un hombre octogenario, de frente despejada, piel lisa y tersa; de pelo cano, abundante y erizado, parecido al del divulgador científico Eduardo Punset; de complexión delgada y porte elegante; de nariz aguileña y unas gafas “teas hades”, a lo Lennon. En esos momentos se encontraba revisando una documentación. Debió de sentirse observado por mí porque, instintivamente, levantó su mirada de aquella documentación o, tal vez, fuera pura coincidencia. En todo caso, su mirada no era de reproche, sino de compasión; la de un hombre de mundo, bregado en mil batallas y acostumbrado a tratar con muchas personas y sondear y comprender sus más profundos anhelos. Quise adivinar en la comisura de sus labios una leve sonrisa.
Esta sonrisa -que según Gerard- es la distancia más corta entre dos personas, me recordó que tenía abierto un diálogo por wasap con mis compañeros de piso; así que volví al lío.
-Toc, toc… ¿Sigues ahí, chico misterioso? -preguntó Manel simulando llamar a una puerta con los nudillos de su mano derecho.
-Sí, claro. Es que estaba reflexionando sobre tus sesudas preguntas.
-¿Y a qué conclusiones has llegado, amiguito, si se puede saber? -insistió.
-Pues a que, en este momento, la vida me ha puesto en una encrucijada que yo mismo debo resolver. El sueño que tuve esta noche fue muy elocuente: me hablaba de un camino de iniciación que debería comenzar ya, sin ningún tipo de excusas y demoras. Ya sabéis que yo no creo mucho en estas cosas, pero es que todo era tan real… No sé, quizás sea una locura, pero he pensado que, si no la hago ahora, ¿cuándo?
-¡Claro, hombre! -exclamó Gerard. La vida es una aventura. Debes soltarte ya la melena y vivir la vida tal cual va surgiendo. Obtendrás muchas ostias, pero, oye tú, también muchas experiencias, alguna de las cuales te llevarán al siguiente nivel.
-Al siguiente nivel. ¿A qué nivel te refieres, Gerard?
-No me refiero, como puedes imaginarte, al nivel de alerta, es decir, a la capacidad de una persona para darse cuenta de lo que está sucediendo a su alrededor y comprenderlo. De esto, Pau, ya sabemos que tú vas muy “sobrao”. Me refiero a nivel de evolución espiritual.
-Ya sabes Gerard que yo soy un “euro-escéptico”, en todo lo referido a cuestiones religiosas.
-No se trata de cuestiones religiosas, sino espirituales.
-¿Es que no son lo mismo? -pregunté.
-No, no son lo mismo. La espiritualidad va más allá de las religiones. La evolución espiritual está íntimamente ligada a la comprensión de las leyes naturales que gobiernan al Universo y, por ende, a la Humanidad.
-Ya. ¿Y se puede saber qué niveles tenemos que superar?
-Por supuesto. Esencialmente son tres: el primero es el estado ordinario, en el que nos encontramos casi todos. Es un estado en el que creemos ser lo que no somos en realidad: nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestros pensamientos. Es un estado en el que nos aferramos a nuestras posesiones, logros y experiencias. Es verdad que este estado nos proporciona ciertos niveles de felicidad, pero, generalmente, nos hace vivir en un estado de angustia constante. El segundo nivel se conoce con el nombre de “Despertar de la Consciencia”. Comienza a aflorar cuando empezamos a reconocer que nuestro cuerpos físicos, emocionales y mentales no son más que vehículos de la Consciencia, es decir, medios para poder movilizarnos dentro de un espacio-tiempo material de tercera dimensión, burdo y de baja vibración. El tercer nivel tiene que ver con la liberación absoluta. No puede ser descrito, como nos aseguran los grandes maestros de la espiritualidad, pues ha de ser experimentado. Eso sí, nos dan algunas pistas como: la aceptación de la vida tal cual es, sin juzgar ni analizar y la confianza plena en todos sus procesos.
-¡Cojonudo! -exclamé. Suena bien, muy bien, Gerard. Pero, tío, que tengo 23 años y lo que yo quiero es vivir esta vida, que es la única que tengo y que, como repite mi padre continuamente, “vale más pájaro en mano que ciento volando”.
-Es que la espiritualidad creo yo que es perfectamente compatible con el mundo que llamamos real -comentó ahora Manel, que llevaba un rato en “standby”-.
-Totalmente de acuerdo -asintió Gerard. Yo añadiría que es un gran error creer que la espiritualidad es para alejarnos de este mundo material; muy al contrario: la espiritualidad nos ayuda a comprenderlo mejor. Y, si me apuras, voy más allá: nos facilita mucho las cosas.
-¿Tú crees? -Lo creo firmemente. Mira, el inventor, ingeniero eléctrico y mecánico serbio nacionalizado estadounidense, Nikola Tesla, célebre por sus contribuciones al diseño del moderno suministro de electricidad, llegó a afirmar que para comprender el Universo habría que hacerlo en términos de energía, frecuencia y vibración. Pues bien, la elevación espiritual conlleva automáticamente un aumento de nuestra energía, frecuencia y vibración, provocando cambios sustanciales en nuestro plano material.
-Pues yo nunca me había parado a pensar en que la espiritualidad tuviera algo que ver con nuestras condiciones de vida -escribí dubitativo.
-Porque hemos sido programados para pensar de este modo -fue la escueta respuesta de Gerard.
-Es que -comentó Manel- vivimos dentro de un sistema que ha conseguido desconectarnos de nuestra fuerza creadora. Un sistema que, en lugar de empoderarnos, ha diseñado individuos y sociedades prosaicas y sumisas, actuando con una dinámica hegeliana de problema-reacción-solución. Y diré más: un sistema que ha creado robots humanos.
-¿Robots humanos? -pregunté perplejo.

-Pues sí -afirmó Manel-. Desde muy pequeñitos hemos sido condicionados en lo que yo llamo “confort tóxico”. Desde que nacemos, el sistema nos proporciona todo lo que vamos necesitando y deseando, desde lo más primario como dormir, comer, hidratación, cobijo, ropa… hasta lo más secundario, dirigido a conseguir mayor satisfacción y bienestar; a cambio de ello tenemos que pagar un alto precio: nuestra propia alienación.
-Pero no me podrás negar que el progreso ha traído una gran mejora de nuestras condiciones de vida -protesté.
-Bueno, sí, es verdad que una pequeña parte de la población mundial tiene unas circunstancias de vida de un alto progreso material y tecnológico -me replicó-, pero, no es menos cierto también que con un coste elevadísimo en enfermedades nuevas y males emergentes totalmente desconocidos hasta ahora como: la fatiga crónica, el estrés y el tecnoestrés, la ansiedad, la depresión y los suicidios. En este sentido, uno de mis filósofos preferidos, José Ortega y Gasset, gran observador del mundo moderno, escribió que “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”, es decir, el sistema ha creado hombres-autómatas incapaces de conocerse a sí mismos y, por lo tanto, de saber por qué sienten lo que sienten o piensan lo que piensan. Y por su parte, el creador del existencialismo, Jean Paul Sartre, en su obra “La nausea”, nos plantea la cuestión del sentido de la existencia humana y su propósito vital. Así que, amigo, no es todo oro lo que reluce.
-Si, ya veo -respondí resignado. ¿Y qué podemos hacer si, como me decís, todos estamos atrapados por el sistema?
-Tú ya lo estás haciendo -respondió Gerard rápidamente. Alguien o algo te ha empujado a emprender un viaje de regreso a casa.
-Bueno sí, salgo en un rato hacia la casa de mis padres en Málaga, pero será por pocos días.
-Ja, ja, ja. No, hombre, no. No me refiero a la casa de tus padres, sino a la del “Padre”.
-¿De qué Padre me hablas?
-De tu esencia divina -me respondió con rotundidad-. Uno de los relatos más bellos e inspiradores de Jesucristo es la conocida parábola del hijo pródigo. El hijo pródigo es el arquetipo del estado de conciencia del ser humano corriente, de todas las épocas y regiones, alejado del Padre, es decir de su Consciencia o esencia divina.
-¡Uff! Todas estas ideas filosófico-religiosas-espirituales me resultan muy alejadas de mi comprensión de ingeniero informático -protesté.
-Sin embargo -comentó Gerard- es algo que no debe sernos ajeno. Verás. La parábola cuenta la historia de un padre muy rico que tenía dos hijos: uno decidió permanecer con él y el otro le reclamó su legítima herencia. Cuando la dilapidó completamente empezó a sufrir calamidades extremas, tales como el hambre. En los momentos de soledad afirmaba: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre! Así que, arrepentido, decidió volver a la casa de su padre, conformándose con que le tratara como uno de sus jornaleros. Su padre, sin embargo, le recibió con los brazos abiertos, tratándolo con toda la dignidad propia de un hijo, organizando una gran fiesta en su honor. Pero al otro hijo que siempre había permanecido junto a él no le gustó este gesto, reprochándole: “Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu herencia le has concedido este privilegio”. Pero él le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado.”
-Precioso el relato -comenté. Muy bello, sí señor.
-Se puede decir más alto, pero no más claro -comentó Manel.
-Pues sí -asintió Gerard. Para mí es uno de los más bellos e inspiradores que se han escrito. Nos describe el estado en que se encuentra actualmente la Humanidad en su conjunto, ofreciendo al mismo tiempo la llave de oro para salir de él.
-Y otro detalle muy importante -apuntilló Manel- que no debería de sorprendernos: ¡La espiritualidad bien concebida está íntimamente relacionada con la abundancia!
-¿Sí? ¿Y entonces, dónde queda lo de que es más fácil que entre por el ojo de una aguja un camello que un rico?
-Bueno, sobre este dicho podríamos hablar largo y tendido -respondió Gerard-. Yo creo que ha sido mal interpretado. Personalmente no creo que Jesucristo condenara la riqueza y alabara la pobreza.
-Más bien habló de abundancia -sentenció Manel.
-Pues sí -asintió Gerard. Exactamente afirmó: “El ladrón viene a hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.
-Es que con frecuencia confundimos los términos de riqueza material con los de abundancia -aclaró Manel-, siendo aquella tan sólo una de sus múltiples manifestaciones. En sentido amplio, la abundancia la componen aspectos como la salud, la energía, el entusiasmo por la vida, la realización de las relaciones con los demás, la libertad creativa, el reconocimiento, la estabilidad emocional y psicológica o la sensación de bienestar y de paz. En definitiva, la plenitud en todas las áreas de nuestra vida.
-Generalmente -comentó Gerard, tomando el testigo- mantenemos la creencia limitante de que la fuente de toda abundancia proviene de poderes externos a nosotros mismos como la suerte, la herencia, la inteligencia o determinadas habilidades. Sin embargo, la abundancia es, esencialmente, una manifestación del Ser o esencia divina. Yo diría que, desde este punto de vista, la abundancia podría ser definida como la expansión permanente de nuestro Ser.
– ¡Qué interesante, amigos! -exclamé- Mi agradecimiento eterno por todo lo que me aportáis. Lo mío no es el lenguaje filosófico y espiritual, sino de programación. Archivaré vuestras reflexiones como oro en paño en el cofre de siete llaves que albergo dentro de mi corazón, donde rumiaré tranquilamente su significado profundo. Sé que serán para mí verdaderas vitaminas para el alma. Que me inspirarán especialmente en momentos de tristeza y soledad; y que me ayudarán a despertar. Fuerte abrazo para los dos. Seguiremos en contacto. No os olvidaré jamás.
-Nosotros tampoco, campeón. Estaremos contigo en todo momento.
– ¡Abur! -fue mi despedida moviendo mi mano derecha en señal de saludo y adiós.
– ¡Abur! -me correspondieron mis amigos haciéndome un “shaka” o saludo surfeo con sus manos derechas.
La despedida produjo en mí un vacío profundo. La sensación de tristeza, desamparo y soledad me parecía inmensa e insoportable. La sentía más abrumadora que la caída de una losa de mármol sobre un cuerpo físico. En aquellos momentos, sentía que dejaba mi querida Barcelona y a mis mejores amigos, Gerard y Manel para siempre. Albergaba, eso sí, la esperanza de que la magia de la tecnología nos permitiría seguir conectados; sin embargo, sabía que la tecnología en ningún caso puede sustituir el contacto físico, en el que va implícito emociones y sentimientos de alta vibración como la amistad, los buenos deseos, la alegría, la generosidad, la compasión o el amor.
En ese instante comprendí plenamente el significado profundo de la canción, “Algo se muere en el alma”, de “Los del Río”. Alguna vez la cantamos juntos en nuestro piso para amenizar nuestras largas y fecundas veladas. La guitarra corría por cuenta de Manel. No es que Manel fuera un virtuoso de la guitarra, pero lo hacía lo mejor que sabía.
En este preciso momento, pude comprender de modo holístico que, en efecto, algo se muere en el alma cuando un amigo se va; también, que deja una huella que no se puede borrar; así como que hay palabras que hieren y que no se deben decir.
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