Acalanda - Plaza de Cataluña

YO, ABO. Capítulo 6: El lío de los portales dimensionales.

Salí de la sala de estar de la cafetería con una mezcla de honda tristeza, nostalgia y vacío interior por todo lo mucho que dejaba atrás. Al mismo tiempo recordaba el relato bíblico de la “Esposa de Lot” que, Gerard, solía utilizar como recurso didáctico para incidir en la idea de que la vida es un continuo fluir, que nunca se detiene.

-¡Olvidaros de los viejos tiempos -nos decía. Lo único que tenemos realmente es el Ahora intemporal; luego, nos advertía:

-Mirar hacia atrás puede resultarnos letal, amigos; nos puede ocurrir como a la esposa de Lot, que se convirtió en estatua de sal después de mirar hacia atrás, cuando escapaba de Sodoma con su familia.

Sabía que mi amigo Gerad tenía mucha razón con respecto a la importancia de vivir en el “Aquí y en el Ahora”; pero, al mismo tiempo -en esos emotivos momentos-, era incapaz de controlar el carrusel de recuerdos que se agolpaban en mi mente, movilizadores de las emociones y sentimientos más recónditos. Cerrando los ojos, trataba de atrapar las imágenes alegres y dichosas de mi vida -mi camino vital- con el fin de dejar en el andén del pasado las tristes y dolorosas.

Paseando por la estación, mientras llegaba la hora de mi partida en tren hacia otra ciudad y otro mundo, recordaba al Pablo niño, inocente, confiado, alegre, sonriente, despreocupado e inconsciente de los afanes de la vida que nos empujan continuamente hasta la próxima parada. Un recuerdo que contrastaba con el del Pablo adolescente, melancólico, triste, entusiasmado a veces por el esplendoroso porvenir, y otras preocupado, desconfiado e inseguro al verme incapaz de afrontar la vida con plenitud.

Lo mío no es la filosofía, pero aquel entorno tan especial me empujaba a filosofar.

Manel nos comentaba que el tren simboliza tu poder en la vida y que la espera en una estación sugiere un punto de no retorno, un antes y un después, un hito en la línea del tiempo, en la trayectoria vital de cualquiera. En fin, en esos momentos sentía que la estación de Sants representaba para mí el final de una etapa y el comienzo de otra.

Me paseé por casi todas las estancias de la estación de Sants apurando los últimos instantes antes de mi partida.  Era plenamente consciente de que, más allá de este gran edificio de acero, hormigón y cristal, se escondía la propia historia de la estación y las de innumerables viajeros que, desde finales del año 1881, la han transitado, dejando afanes y sueños. Sabía que me hallaba en un lugar que concentra el mayor movimiento de transporte en tren y autobús de toda la ciudad. Observaba que, como un hormiguero, viajeros nacionales, internacionales y residentes de las cercanías se mezclaban, haciendo de Sants una puerta de entrada y salida de la Ciudad Condal.

Tenía unas raras sensaciones en aquel momento. Había utilizado los servicios de esta estación en numerosas ocasiones, pero nunca hasta ahora había sentido una revolución interior tan intensa. Aquel lugar, fruto de sucesivos cambios y fusiones empresariales que han conseguido crear una estación moderna y funcional, con numerosos servicios y puntos de información y, que, además, integra la estación de metro del mismo nombre con acceso a las líneas 3 y 5, me parecía mucho más que una estación de tren.

En aquella situación, la estación de Sants se me antojaba como una especie de portal dimensional. Razonaba conmigo mismo que, aquella mezcla de viajeros, residentes y turistas creaba una mezcla de energía, frecuencia y vibración -en consonancia con el precepto de Nikola Tesla- que producía en mí sensaciones y emociones inusuales.

De los portales dimensionales habíamos debatido largo y tendido con Gerad y Manel en muchas de nuestras tertulias nocturnas. Yo, una vez más, me aferraba a mi sentido racional del ver para creer; Manel, sin embargo, me animaba a que cambiara la carga de la prueba, esto es, primero creyendo y luego viendo.

-¡Alma de cántaro! -me reprochaba. ¿No sabes que Jesucristo dijo lo de “Dichosos los que creen sin haber visto”?  y no creo yo que lo dijera sólo en un sentido espiritual, pues la frase tiene chicha científica y de la buena.

-Me dejas fuera de juego, amigo -protesté. ¿Es que tratas de insinuarnos que un hombre como Jesucristo que, según se dice, estuvo entre nosotros hace más de dos mil años, tenía ciertos conocimientos de física cuántica?

-Sin entrar en cuestiones teológicas sobre la naturaleza de Jesucristo -nos aseguró con compostura de profesor universitario-, no cabe la menor duda de que era un ser extraordinario, conocedor de las grandes verdades universales. Trató de compartirlas, no solamente con sus contemporáneos, sino también con las generaciones venideras. Como los grandes maestros de la sabiduría de todos los tiempos y regiones utilizó un lenguaje asequible para todos los públicos: desde los menos hasta los más evolucionados espiritualmente. Llegó a afirmar que «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán».

-Añadiendo -apuntó ahora Gerard- que “El que come mi carne y bebe mi sangre tendrá vida eterna”.

-Bueno es una frase que evoca el canibalismo -comenté en un tono algo irónico.

-No. En absoluto. Se trata de una frase -nos aclaró- que Jesucristo pronunció en una sinagoga de Cafarnaúm. Ya en aquel tiempo produjo una enorme confusión entre los judíos que lo escuchaban, preguntando: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”

-Es que -comenzó a aclararnos Manel-Jesús, como los grandes sabios de entonces, utilizaba un lenguaje hermético.

– ¿Lenguaje hermético? -pregunté confundido.

-A lo largo de su historia, el hermetismo ha estado estrechamente asociado a la idea de una sabiduría divina primigenia, revelada solo a los sabios más antiguos, como Hermes Trismegisto.

-¿Y se puede saber quién fue este grandioso sabio? -volví a preguntar, interesado aún más por el tema.

-Hermes Trismegisto -nos explicó esta vez Gerard- es mencionado primordialmente en la literatura ocultista como el sabio egipcio que creó la alquimia y desarrolló un sistema de creencias metafísicas, conocidas con el nombre de hermetismo. Para algunos pensadores medievales, Hermes Trismegisto, fue un profeta pagano que anunció el advenimiento del cristianismo. Se le han atribuido estudios de alquimia como la Tabla esmeralda que, por cierto, fue traducida del latín al inglés por Isaac Newton y de filosofía, como el “Corpus hermeticum”. Además, la figura de Hermes Trismegisto también se encuentra en escritos islámicos y bahá’ís. En estas tradiciones, Hermes Trismegisto ha sido asociado con el profeta Idris.

– ¡Sois los dos una enciclopedia andante! -exclamé sorprendido por los enormes conocimientos y sabiduría de mis compañeros y amigos Gerard y Manel.

-Gracias, “compa migo”, tus palabras de reconocimiento de nuestra sapiencia nos llena de orgullo y satisfacción, ja,ja,ja -respondió Manel en tono jocoso.

Luego, rebajando su pretenciosidad, comentó:

-Es que nosotros nos hemos inclinado por las ciencias del espíritu, mientras que tú has preferido las de la materia. En apariencia parecen dos cosas netamente diferentes, pero esto es, como digo, sólo en apariencia, porque como dijo el sabio chino Lao-Tsé “El Todo está en todo”. Y ahora, corramos un tupido velo para retomar el apasionante tema de los portales dimensionales.

-Conforme, pero, por favor, aclaradme de una vez por todas lo del lenguaje hermético de Jesús.

-“No problem”, pequeño saltamontes -comentó Manel con aires de autoridad académica en la materia-. pero para ello debes abrir bien los ojos y los oídos. ¿Preparado?

-Sí, claro.

-Verás. Jesús utilizó un lenguaje sincrético y de secretismo iniciático.

-¿Y con qué fin? -me apresuré a preguntar.

-Porque sabía que los seres humanos nos encontramos en diferentes niveles evolutivos. Y, así, de igual modo que existe un lenguaje diferente para explicar un tema complicado a un niño, a un joven y un adulto, por sus diferentes niveles de comprensión, también lo hay para explicar las grandes verdades espirituales.

-De hecho -comentó Gerard- el propio Jesús, al finalizar la célebre parábola de “El sembrador”, añadió: “El que tenga oídos para oír que oiga”.

-Puro sincretismo, amigo; puro secretismo iniciático -sentenció Manel.

-Así es -confirmó Gerard-. El propio Jesús, una vez que se quedó a solas con sus discípulos y otros seguidores, les explicó que a ellos se les había dado el misterio del Reino de Dios; sin embargo, existían otros seres humanos que, aun oyendo no eran capaces de comprender. Según Jesús, hay un grupo de seres humanos -siguiendo esta parábola de “El sembrador”-, que reciben la semilla en un estado parecido al de un borde del camino, y que es llevada como hojas arrastradas por el viento;  hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso y, al no poder enraizar, termina muriendo; los hay también que reciben la semilla entre abrojos, pero, los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogándola y dejándola estéril; sin embargo, los que reciben la semilla en terreno fértil pueden llegar a producir unos resultados del 100%.

-¡Aclarado, pequeño saltamontes? -preguntó irónicamente Manel.

-Sí, creo que sí.

-Estupendo. Ya ves que la Biblia está escrita con un lenguaje sincrético e iniciático, de carácter hermético, para el que tenga “oídos para oír que oiga”. Yo digo siempre que para comprender la existencia hay que leer la Biblia.

-Por supuesto, pero con ojos nuevos -se apresuró a matizar Gerard.

-¡Claro, hombre -remató Manel- con ojos nuevos!, porque, como también comentó Jesús de modo paradójico, las parábolas que utilizaba para la enseñanza de las grandes verdades espirituales estaban dirigidas a los que “Por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”. Y, ahora… ¡al lío! Al lío de los portales dimensionales.

-Pues, tú nos dirás-comenté, animando a que se explayara.

-Yo creo que un portal dimensional es una entrada, una puerta de acceso a otro lugar. Es un lugar donde la energía puede transferirse de un lado a otro. Se trata de una serie de puntos, presentes en el mundo físico con una alta actividad energética. Dicho de otro modo, los portales dimensionales son cilindros de “luz y de información” que permiten lograr las conexiones multidimensionales necesarias para la evolución de la vida humana.

-Recuerda, Pau, el precepto de Tesla -comentó Gerard tratando de hacerme más comprensible el concepto de los portales dimensionales-: “Para entender el Universo hay que hacerlo en términos de Energía, Frecuencia y Vibración”. Precisamente, la vibración es el tercer gran principio expuesto por Hermes Trismegisto en su obra “El Kibalión, por el que se preceptúa que nada está en reposo, que todo se mueve, vibra y gira. Este principio hermético fue reconocido por algunos de los grandes filósofos griegos, incorporándolo en sus sistemas. Posteriormente, en el siglo pasado la física cuántica, lo ha validado.

Pues bien, volviendo al tema de los portales dimensionales -continuó explicándonos-. Lo que hace un portal dimensional, Pau, es abrir una comunicación entre nuestro nivel vibratorio de humanos con otros niveles de energía de mayor vibración, conocidos por determinadas tradiciones como “Seres de Luz”. Mira, ahora nos encontramos en la llamada “3° dimensión”, donde se desarrolla la vida que conocemos, visible al ojo humano. Más allá de la 4° dimensión comienzan otras realidades, inabarcables para la mente humana. Precisamente, Jesús, del que tanto hemos hablando, en este mismo sentido, dejó dicho que, “En la Casa de mi Padre, existen muchas moradas”.

-Entiendo que quiso decir, otras dimensiones -comenté.

-Exactamente-apostilló Gerard. Veo que ya estás familiarizado con la terminología cuántica y espiritual. Y, sí, efectivamente, Jesús ya nos anunció la existencia de otras realidades más sutiles, de mayor vibración energética y conciencial.

Yo no podría asegurar que la estación de Sants fuera un portal dimensional; pero, en ese momento sentía que todo mi ser vibraba -utilizando una expresión hermética y “nikolateslasiana”-de un modo más elevado. No me cabía la menor duda de que el entorno, que seguía abarrotado de gente, en un ir y venir, parecía catapultarme hacia otras dimensiones de compresión desconocidas para mí. De un modo holístico llegué a comprender muchas verdades insondables para mi mente racional de ingeniero informático; e, incluso, brotaban espontáneamente de mi diálogo interior palabras, expresiones y conceptos filosófico-cuánticos-espirituales nunca antes utilizadas por mí en ningún contexto.

Miré nuevamente mi reloj de pulsera. Marcaba las 15:15 p.m. Me recordé que el acceso a la zona de embarque ha de realizarse con 40 minutos de antelación a la salida del tren, y que el proceso de embarque (check-in) se cierra 2 minutos antes de la salida del tren. Por tanto, aún me quedada un tiempo precioso para seguir beneficiándome de los poderes del “portal dimensional” de la estación de Sants.

Invoqué sin éxito la petición contenida en la conocida canción romántica, “Reloj, no marques las horas porque voy a enloquecer; ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez”; sin embargo, pude comprobar por mí mismo que el tiempo nunca se detiene. Así que tuve que contentarme con apurar al máximo el poco tiempo que me quedaba antes de partir.

Decidí salir de la estación a tomar una bocanada de aire fresco en la Plaça dels Països Catalans. En su día este espacio levantó muchas críticas por su diseño, calificado de plaza dura. Es un sitio de tránsito de peatones que se dirigen a la estación, donde los skaters forman parte integrante del paisaje, asombrando a los viandantes por su dinamismo, acrobacias y libertad de movimientos. Yo siempre he pensado que, el skateboarding, más que un deporte, se trata de toda una filosofía de vida.  Resulta maravilloso contemplar a los skaters saltando, observando sus evoluciones y cabriolas,  con la gorra del revés y los pantalones medio caídos.

“Alea jacta est”, es decir, la suerte está echada. Era una de las frases favoritas de mi amigo Manel. La utilizaba frecuentemente cuando deseaba indicarnos que, ante determinada situación, ya no era posible volver atrás. Nos explicó que esta histórica frase es atribuida al gran Julio César, pronunciada al tomar la decisión de cruzar el río Rubicón, en el norte de Italia, rebelándose contra la autoridad del senado, dando lugar a la guerra civil contra Pompeyo y los optimates.  Es que el senado romano había determinado -nos explicaba- que el río Rubicón limitaba el poder del gobernador de las Galias, no pudiendo adentrarse con sus tropas legalmente en Italia. Julio César, sin embargo, tomó un alto riesgo que generó una guerra civil. Hoy utilizamos esta frase para referirnos a cualquier decisión tajante asumiendo, consciente o inconscientemente, las consecuencias que pueda provocar.

En ese momento yo también pronuncié el “Alea jacta est”, exhalando una profunda toma de aire, muy consciente de que me hallaba ante un punto de no retorno; de que mi tren me estaba esperando y que no lo podía perder. Comprendí holísticamente por qué utilizamos la figura del tren como una alegoría de la propia vida. Deduje que la vida es como un viaje en tren, con sus embarques y desembarques, salpicado de situaciones de alegría en uno casos y de tristeza en otros; de momentos anodinos unas veces e intensos en otros. En fin, me di cuenta que cuando perdemos ciertos trenes es porque hemos elegido otros; y que de haber cogido ese tren la vida hubiera sido diferente para nosotros.

A continuación, empecé a divagar sobre la alegoría del tren en nuestras vidas. Una alegoría que comienza cuando en el seno materno, nuestra primera estación del tren. Luego, nada más nacer, escuchamos: ¡Los nacidos al tren!, comenzando el fascinante viaje hacia lo desconocido. Un largo e incierto viaje por la vida en el que tendremos que afrontar innumerables situaciones. Y es que, de igual manera que el tren viajará atravesando nuevas ciudades, nuevos paisajes, nuevas estaciones, cambios de vías y hasta accidentes, nuestra propia vida se desarrollará de un modo dinámico, pasando por la estación de la infancia, la adolescencia, la juventud, la madurez y la vejez. Algunos de nuestros compañeros de viaje se bajarán en la próxima estación y otros en las siguientes.

Cuando nacemos creemos que nuestros padres -los primeros compañeros en el viaje del tren de nuestra vida-, nos acompañarán durante todo el recorrido; sin embargo, dolorosamente, descubrimos, tarde o temprano que, sin previo aviso, nos abandonan sin saber por qué en alguna de las estaciones. También, que las personas que nos acompañan en este tren (hermanos, hijos y resto de la familia, pareja, amigos, compañeros, profesores, jefes, colaboradores…) irán dejando sus asientos vacíos; algunos de estos asientos vacíos producirán en nosotros un profundo sentimiento de vacío en nuestros corazones; otros, sin embargo, de liberación.

Con la perspectiva del tiempo, nos damos cuenta -yo me daba cuenta en ese preciso instante de divagación mental con toda nitidez-   que el viaje en el tren de nuestra vida ha estado repleto de alegrías y tristezas, sueños y fantasías, esperas y despedidas; también, que la vida ha colocado en nuestro propio tren los compañeros de viaje imprescindibles para nuestra propia evolución; que no han llegado a nuestro tren al azar, sino puestos ahí, en nuestra vida, por la fuerza del destino para remar a nuestro favor, no en contra, con el fin de  ayudarnos a llegar a nuestro puerto de destino.

Desde la atalaya de los años, comprendemos también, -a veces demasiado tarde-, que nuestra tarea principal en ese tren era amar, perdonar, vivir de la mejor manera, ofreciendo lo mejor de nosotros mismos.

-¡Tu gran oportunidad puede ser justo donde estás ahora! Esta frase resonó en mí inopinadamente para recordarme que mi tiempo en la estación de Sants se había consumado ya. Evidentemente, esta frase motivadora no era mía, sino de un tal Napoleón Hill. Se la había escuchado decir en varias ocasiones a Gerard. Está considerado -me aclaró- el autor de autoayuda y superación más prestigioso del mundo. Llegó a ser en su tiempo asesor de varios presidentes norteamericanos.

Así que, tomando una profunda respiración, me subí al tren, con la confianza de que una nueva vida, repleta de oportunidades maravillosas, se desplegaba ante mí.

Pablo Martín Allué

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