YO, ABO. Capítulo 7: Un gran paso de un pequeño hombre.

Caminé por el pasillo del vagón del tren tratando de encontrar el asiento asignado para mi billete. Según me iba acercando me sorprendió volver a ver al elegante caballero de la sala de estar de la cafetería de la estación.

—¡Vaya, creo que me ha tocado compartir este viaje de seis horas con este interesante señor!—exclamé para mí.

—¡Hola!

—¡Hola, buenos días!—me respondió con acento americanizado, gran entusiasmo y una amplia sonrisa, levantando su vista de unos documentos que estaba examinando.

Tras colocar mis bolsas de viaje en el estante que me había correspondido, justo al lado de la ventanilla, me dispuse a consultar mi WhatsApp. El de mi madre, María Llüisa, contenía este escueto mensaje:

—¡Buen viaje, cariño! Te espero en la estación de Málaga a la hora convenida. Besos. Mamá.

Luego, el de Gerard y Manel, con este emotivo mensaje.

¡Buen viaje amigo! Te deseamos todo lo mejor. La amistad no es necesaria, al igual que el arte o la filosofía, pero es de aquellas cosas que le dan valor a la vida. Siempre estaremos contigo. Fuerte abrazo. Manel y Gerard.

Este precioso mensaje me hizo comprender al instante que las palabras contienen un enorme poder. En un momento de tanta incertidumbre para mí las palabras de ánimo y apoyo de mis amigos, Manel y Gerard, me habían transformado en una persona valiente y confiada. Comprendí que, efectivamente, las palabras son poderosas; que son capaces de crear o destruir; de hacer guerras o traer la paz; que hay palabras que hieren y que hay palabras que curan; que hay palabras de vida y que hay palabras de muerte; que el poder de una palabra tiene la capacidad de tocar el alma de cualquiera, para influirnos positiva o negativamente; para hacernos reflexionar o modificar nuestro modo de actuar; para herir nuestra susceptibilidad o aumentar nuestra autoestima y autoconfianza.

Tras esta profunda reflexión continué leyendo los demás, que eran bastantes. Los tenía de todos los tipos y tamaños. Reflexioné conmigo mismo que esta tecnología tiene muchas ventajas; la principal: mantenerte en contacto con la gente que quieres, a pesar de la distancia.

No cabe duda de que hoy supone una forma de comunicarse clave —pensé— en una sociedad en continuo movimiento, en la que salir de tu ciudad o de tu país, para estudiar o trabajar, es más una norma que una excepción; pero, como no todo es oro lo que reluce, tiene algunos inconvenientes que no podemos pasar por alto como causar distracciones y pérdida de productividad, ansiedad, malentendidos, acoso o Bull ying.

Mientras leía y respondía estos mensajes —al mismo tiempo que reflexionaba sobre las ventajas de esta tecnología —observaba de reojo a mi compañero de viaje. El misterioso caballero seguía completamente absorbido con la lectura de sus documentos.

Lo de mantener una comunicación de forma virtual puede ser un signo de los nuevos tiempos —me dije— pero no podemos pasar por alto que la comunicación interpersonal es insustituible. Sí, ninguna tecnología podrá sustituir nunca a la comunicación entre personas, por medio de la cual intercambiamos sentimientos, emociones e información, tanto con mensajes verbales como no verbales.

Así que, creo que no debería desaprovechar la oportunidad de conocer a fondo a este hombre, ya en el atardecer de su vida. Su larga experiencia vital —pensé— puede darme algunas claves importantes para poder afrontar con éxito mi nueva etapa vital.

—Disculpe, caballero, ¿le importa que levante la esterilla?

—En absoluto. Puede usted subirla, así tendremos más luz y podremos disfrutar de este precioso viaje —me respondió de un modo pausado, con acento americanizado y una amplia sonrisa.

—¿Va usted a Málaga? — pregunté.

—Sí, hasta allí voy. ¿Es usted malagueño?

—Yo diría más bien que ciudadano del mundo —le respondí con una ligera sonrisa. Mi padre es gallego y mi madre catalana. Yo he nacido en Barcelona.

—Sabia respuesta. Por cierto, ¿con quién estoy teniendo el placer de conversar?

—Mi nombre es Pablo. ¿Y el suyo?

—Soy Jerry Mander, de San Francisco, (California) —me respondió estrechándome firmemente su mano derecha, con una nueva y espléndida sonrisa.

— ¿De San Francisco? —pregunté muy sorprendido.

—Sí, allí vivo ahora. ¿Conoce usted esta preciosa ciudad fundada, por cierto, por colonos españoles sobre el año 1776?

—No, pero quizás pronto vaya a visitarla.

— ¿Por trabajo o por placer?

—Por razones de estudios. Es que me acabo de graduar en ingeniería informática y me han hablado muy bien de la Universidad de Stanford. He recibido una información para hacer un posgrado en Inteligencia Artificial.

—La Universidad de Stanford es, como sabrá, una de las más prestigiosas universidades del mundo —apostilló.

—Sí, lo sé.

—Se encuentra a unos 50 kilómetros de San Francisco.

—Pues no sabía que estuviera tan cerca, la verdad.

—Creo que le gustará mucho San Francisco, míster Pablo. Es una ciudad muy turística, famosa por el puente Golden Gate, el edificio Pirámide TransAmérica, los tranvías que recorren sus empinadas calles, su arquitectura modernista y victoriana y por su barrio chino, popularmente llamado Chinatown; y, bueno, en las cercanías de San Francisco se encuentra el famoso Silicon Valley, gran centro de investigaciones en tecnología y cibernética. Así que, ya ve, míster Pablo, tiene usted muchas razones para visitar San Francisco.

—Sí, ya lo creo. Observo que habla usted muy bien nuestro idioma. No obstante, si desea que nuestra conversación continúe en inglés, yo no tendría inconveniente en hacerlo — comenté con la intención de empatizar aún más con míster Jerry Mander, un hombre que estaba superando con creces todas mis expectativas.

— Thank you, Mr Paul. But it is convenient for me to continue practicing Spanish.

—I understand. ¿Está usted en España de viaje turístico?

—No, exactamente. Estoy recorriendo su precioso país con motivo de la impartición de un ciclo de conferencias por diversas ciudades. Ayer impartí una en Barcelona; por cierto, muy concurrida.

—Me alegro. Barcelona siempre ha sido una ciudad abierta a la modernidad, al arte y la cultura. ¿Y sería tan amable de decirme sobre qué versan sus conferencias?

—Claro, no tengo el mayor inconveniente. Será para mí un placer, pero le adelanto que, como me dé cierto pábulo, podría llegar a aburrirle con mis teorías sobre la globalización.

 —Seguro que no. Es un tema muy interesante y en boga en estos momentos. Así que, le quedaré siempre muy agradecido de haber podido tener el privilegio de escucharle tan de cerca.

—En ese caso, permítame primero que le hable brevemente de mi trayectoria profesional. Verá. Como le he comentado vivo actualmente en San Francisco. Soy conocido internacionalmente como el autor del libro “Cuatro buenas razones para eliminar la televisión”.

—¿Sólo cuatro?

—Hay muchas más, ja, ja, ja. Pero, bueno, yo las he sintetizado en cuatro. ¿Es usted buen consumidor de la televisión?

—No, la verdad es que no mucho.

—Entonces, esto dice mucho y bueno de usted, míster Pablo. Verá. Lo primero que hay que saber sobre los medios de comunicación es que el nivel de impacto que producen sobre las personas es mucho mayor de lo que la gente cree. Le daré un dato importante: 7 empresas privadas controlan el 70% de los medios de comunicación en el mundo. Dicho de otro modo: 7 empresas controlan las televisiones, los satélites, las agencias de información, las redes de cable, las revistas, las radios, los diarios, las editoriales, la producción cinematográfica y la distribución de las películas, las conexiones de internet, etc. Es, en fin, la mayor concentración de propiedad y esta industria no mercadea con cosas, sino con conciencias.

—¿Conciencias? —pregunté intrigado.

—Sí, Pablo, con conciencias. El objetivo, además de extraer una alta rentabilidad a sus inversiones, es meter cosas en la cabeza de la gente.

-¿Cosas, como cuáles, míster Jerry? -volví a preguntar muy intrigado.

—Pues cosas referidas al modelo ideal de vivir: cómo ser, qué comer, cómo vestir, con quién relacionarse, dónde viajar, qué valores desarrollar…Y esto, claro, es desastroso para los individuos y las sociedades. Con sus técnicas de manipulación de masas se pierde el espíritu crítico, la gente no piensa por su cuenta, sino que repite como un loro las ideas y opiniones que le inculcan a través de la pluralidad de los mass media. Ello, obviamente, genera sociedades teledirigidas.

—¡Esto me parece terrible, míster Mander! —Exclamé.

—Lo es, Pablo, lo es. Mire: En los EEUU el ciudadano medio ve unos 30.000 anuncios publicitarios al año; los japoneses superan esta cifra.

—¡30.000 anuncios! ¡Qué barbaridad! — comenté con asombro.

—Sí, amigo, 30.000 anuncios al año con un mismo mensaje. No hay mente humana, como puede imaginarse, que resista su poder de seducción. Haz esto, haz lo otro, compra esto, compra aquello; si lo haces, mejorarás tu vida, te sentirás mejor, serás más feliz, alcanzarás el éxito…

—¿Y podemos hacer algo al respecto? —pregunté conmovido.

Lamentablemente, la globalización mal entendida va ganando terreno a pasos agigantados. La tecnología es, en este sentido, su gran aliado. Pareciera que la Humanidad en su conjunto está desarrollado un único cerebro.

Durante unos instantes me quedé pensativo. Me parecía terrorífico que la actual tecnología fuera capaz de hacer de la Humanidad algo así como un enjambre de abejas, consiguiendo que el hombre fuera colectivamente inteligente e individualmente tonto.

Míster Jerry debió de leer mi pensamiento, interrumpiéndomelo con la siguiente pregunta:

¿Ha oído usted hablar del Proyecto MK ULTRA?

—Pues no. La verdad es que no. ¿En qué consiste?

—Pues nada más y nada menos que en una técnica para controlar el cerebro humano.

—Pero, míster Jerry, ¿esto es terrorífico? Me imagino que se tratará de un proyecto teórico.

—Lamentablemente no, míster Pablo. El proyecto MK ULTRA, también conocido como “programa de control mental de la CIA”, es el nombre en clave dado a un programa secreto e ilegal diseñado y ejecutado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) para la experimentación en seres humanos. Estos ensayos en humanos estaban destinados a identificar y desarrollar nuevas sustancias y procedimientos para utilizarlos en interrogatorios y torturas, con el fin de debilitar al individuo y forzarlo a confesar a partir de técnicas de control mental. Fue organizado por la División de Inteligencia Científica de la CIA, en coordinación con el Cuerpo Químico de la Dirección de Operaciones Especiales del Ejército de Estados Unidos. Este programa terrorífico se inició en la década de 1950 y se descontinuó a principios de los 70.

— ¿Pero esto mismo no lo había intentado antes Hitler?

—Afortunadamente Hitler fue derrotado antes de que tuviera la oportunidad de crear su ejército de asesinos con el cerebro lavado.

—¿Pretende decirme que, tras la guerra, retomaron los estadounidenses el plan diabólico de los nazis?

—Pues sí, aunque le parezca increíble. Verá. Durante los juicios de Nuremberg se conocieron los trabajos de los nazis sobre control mental. Durante la guerra fría, los Estados Unidos pusieron en marcha el programa “PAPERCLIP”, un programa diseñado para atraer a científicos nazis para compartir sus conocimientos a cambio de inmunidad y limpiar su historial. Con sus nuevos currículos eran enviados a centros de inteligencia militar. Por esto fueron recompensados con la concesión de la nacionalidad norteamericana.

—¿Y por qué hicieron esto?

—Sencillamente, porque querían tener acceso a sus conocimientos sobre estos controles de la mente.

—¡Pero esto es aterrador! Me parece totalmente inaceptable, delictivo e inmoral—protesté.

Lo es, míster Pablo, lo es. Debemos aceptar que, desde que el mundo es mundo, los poderosos siempre han deseado tener un control absoluto sobre la población, a través de diferentes medios como: las guerras, las pestes, los sofisticados métodos de tortura y muerte, las mutilaciones, los males del infierno, etc Hoy, este control puede resultarnos menos inhumano; sin embargo, yo considero que este control de la población se ha agudizado aún más, con la digitalización de los medios, las redes sociales y la amplia gama de noticias, portales y sitios. Ya ve, míster Pablo, la vida sigue igual como cantaba su compatriota Julio Iglesias.

—Sí, parece que la vida sigue igual. Pero, dígame, ¿en qué quedó todo aquello de los nazis?

—En 1947 la marina norteamericana comenzó a desarrollar los estudios alemanes de manipulación masiva. Su objetivo: El control absoluto de la mente humana. Bajo el nombre de “Proyecto Chater”, pretendían desarrollar una droga que pudiera utilizarse en agentes de inteligencia capturados. La idea era administrarla a todo aquel que guardara secretos. No fue muy eficaz. El “suero de la verdad” no funcionaba muy bien: confesiones falsas, informaciones erróneas; en fin, lío, confusión…Así que este proyecto fue cancelado tras dos años de experimentación, dando lugar a otro más terrorífico aún, del que hemos hablado antes: el MK ULTRA.

—¿Y se sabe qué mente humana enferma lo creó?

—Fue promovido por el Director de la CIA, Allen Dulles, en 1953. Este hombre anunció entonces una nueva era en la guerra psicológica. Se refirió a ella como la batalla por la mente humana. Su arma principal era precisamente el Proyecto MK ULTRA. Básicamente era la experimentación de la CIA con el control mental. Llegó a incluir casi 150 experimentos diferentes que ponían a prueba los límites de la mente humana.

—¡Uff, brutal, espantoso! No me imagino de qué fueron capaces de hacer esta gentuza.

—Pues, mire, míster Pablo. A un individuo le suministraron LSD durante 174 días seguidos y analizaron qué podía pasarle. Otro experimento consistía en hacer transfusiones intravenosas, una en el brazo derecho y otra en el brazo izquierdo. Por el derecho inyectaban barbitúricos y por el izquierdo anfetaminas. Otro sujeto, experto en armas biológicas llamado Fran Olson sufrió una crisis nerviosa tras colocarle una megadosis de LSD en un coctel, saltando desde un edificio de diez plantas.

—¡No puedo creer lo que estoy escuchando! ¿Y qué ha dicho de todo esto el gobierno de los EEUU ?

—El gobierno de EEUU jamás ha admitido su responsabilidad por motivos de seguridad nacional. En el caso de Fran Olson, se limitaron a indemnizar a su esposa con una gran suma de dinero, sin desvelarse los términos del acuerdo.

—Y, bueno, ¿Cuándo terminó esta locura?

—A principios de los 70 estas prácticas eran ya un secreto a voces. La CIA se deshizo de gran parte de estos documentos y, como dicen ustedes en España, “Aquí paz y allí gloria”; no obstante, se conservaron 20.000 páginas etiquetadas erróneamente como información financiera de la CIA, saliendo en una vista del Congreso. He de decirle que los testimonios eran espeluznantes.

—Entiendo que sus conferencias van de todo lo relacionado con el control social —pregunté con la intención de conocer algo más profundamente a míster Jerry.

—Durante toda mi vida me he dedicado a influir sobre las personas. En los años 60 presidí la agencia de publicidad Freeman, Mander&Gossage, en San Francisco. En 1971 fundé Public Interest Communication, una agencia de publicidad sin ánimo de lucro. En los años noventa dirigí diversas iniciativas relacionadas con el desarrollo sostenible y la diversidad cultural, como la agencia Public Media Center, también en San Franciso; y he sido Director del Grupo de Estudios Ecológicos del Elmwood Institute de Berkeley; del Internacional Forum on Globalization y fundador del Mental-Environmental Movement.

—Por lo que veo una vida intensa y muy bien aprovechada —comenté.

—Creo que la he vivido con pasión y entusiasmo, esto sí que es verdad. Mi larga experiencia personal y profesional la he tratado de condensar en diferentes libros, traducidos a varios idiomas como: “Cuatro buenas razones para eliminar la televisión”; “Nuevos juegos de ingenios”, “En ausencia de lo sagrado”; “Economia global, economía local”….

—¡Qué interesante! Trataré de leer algunos de estos sugestivos libros. Estoy seguro de que me ayudarán a concebir nuevos horizontes.

—Eso espero, míster Pablo. Para eso los he escrito.

—¿Podría adelantarme alguno de sus postulados más importantes?

— Claro, con mucho gusto. Le puedo adelantar que mantengo una concepción determinista de la tecnología. Asistimos, a mi juicio, a un proceso de impregnación tecnológica que, no sólo estandariza y reduce la diversidad, sino que afecta a la naturaleza del ser humano, al que degrada y somete al modelo de desarrollo mercantil dominante. La vida social se doblega ante las máquinas, ante la seducción redentora de la utopía ‘post-biológica’. Por su parte, los medios de comunicación se convierten en los cómplices de este proceso, porque están estrechamente vinculados a los negocios, difunden el mensaje mercantil y construyen una realidad a la medida de estos intereses. La televisión -sobre todo- es el instrumento de homogeneización que construye la globalización y destruye las diversidades cultural y biológica. La televisión, para mí, es el primer factor que afecta a la salud mental del entorno social.

—Pero, entonces, usted está en contra de cierto progreso social.

—El progreso social está asociado generalmente a un mejoramiento de las condiciones económicas, políticas y sociales de una sociedad. En este sentido todos los gobiernos del mundo siempre han apuntado a fomentar el progreso social; sin embargo, no todos los filósofos, sociólogos, historiadores, pensadores, etc. se han puesto de acuerdo en qué consiste realmente el progreso social. Algunos consideran que el progreso social realmente se halla en la capacidad infinita de perfeccionamiento humano; otros, por el contrario, creen que el progreso social se consigue mejorando las condiciones socioeconómicas de las sociedades y los individuos.

—¿Ha leído usted “Un mundo feliz”, de Aldoux Huxley? -pregunté tratando de ahondar en el tema.

—Sí, claro. Es un libro de obligada lectura.

—¿Y qué opina? ¿Cree usted que profetizó de algún modo lo que estamos viviendo ahora?

— Para mí, “Un mundo feliz”, la gran obra de Huxley que fue publicada por primera vez en 1932, es una distopía o anti-utopía que anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva, cultivos humanos y manejo de las emociones por medio de drogas que, combinadas entre sí, cambian radicalmente la sociedad.

—¿Y por qué califica usted esta descripción como distopía o anti-utopía?

—Porque considero que va contra natura. En esta novela la Humanidad es ordenada en castas donde cada uno sabe y acepta su lugar en el engranaje social, saludable, avanzada tecnológicamente y libre sexualmente. La guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todos son permanentemente felices. Sin embargo, la paradoja es que todas estas cosas se han alcanzado tras eliminar muchas otras: la familia, la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la religión, la filosofía, los valores perennes y el amor. ¿No le parece todo esto distópico, míster Pablo?

—Sí, claro, visto de este modo, parece todo contra natura, como usted comenta.

—¿Y, usted, míster Pablo, ha leído esta misteriosa novela? ¿Qué opina?

—Sí, la he leído. Mi opinión sobre esta obra clásica de ficción es muy parecida a la suya. La leí durante el bachillerato y con mis compañeros de piso, Manel y Gerard, hemos tenido grandes debates sobre el tema. Me impresionó especialmente que el desarrollo tecnológico de la sociedad futurista imaginada por Aldoux Huxley fuera capaz de producir seres humanos en serie. En ella ya no es necesario parir con dolor para conservar a la especie humana, pues de eso se ocupan los obreros en las fábricas/laboratorios concebidas para tal fin; pero, y esto es lo terrible, ese supuesto alto desarrollo científico, generador de “Un Mundo Feliz”, no permite la creatividad, la curiosidad científica o la lectura, ni siquiera tener una opinión. En fin, todo aquello que nos hace netamente humanos.

—Totalmente de acuerdo con su análisis. Lo triste es que estamos bastante cercanos a de este “Mundo Feliz”.

-¿Usted cree?

—Sí, lo creo. Creo que nuestra sociedad no está tan lejos de la distopía de Huxley. Es verdad que tenemos acceso a ingente cantidad de información y de conocimientos haciendo una sencilla búsqueda en Google; que una calculadora instalada en nuestro móvil nos facilita la realización de infinitas operaciones aritméticas; que las redes sociales nos permiten conocer a muchísima gente; que Facebook nos recuerda la fecha del cumpleaños de nuestros amigos y familiares; que nos especializamos en nuestra área de trabajo y dejamos de lado la formación humanística; pero, tristemente, la comunicación entre las personas, una de nuestras necesidades más básicas, la estamos dejando a un lado. Y es que, míster Pablo, estamos sustituyendo las conversaciones presenciales por relaciones virtuales, utilizando muchas veces mensajes de texto pre-elaborados.

—Sí, es verdad, míster Jerry. Parece que nos estamos deshumanizando —comenté con tristeza.

— Pues sí. No lo dude: ¡nos estamos deshumanizando! Mire —paradójicamente—, en un mundo donde la sociedad cuenta con una tecnología capaz de promover la comunicación en tiempo real, al mismo tiempo produzca la incomunicación social

—¿Será que cada día somos más zombis, más programados y menos humanos, prefiriendo evitar el contacto emocional con otras personas? -pregunté.

—Es que creemos —erróneamente, claro— que postear un comentario en las redes sociales o leer un periódico en línea es parte esencial de la comunicación social. Sin embargo, la comunicación, junto con la respiración, la alimentación, el sueño, la sexualidad, forma parte esencial del ser humano y tiene una finalidad muy profunda.

—¿Cuál?

—Verá. Cuando profundizamos en la comunicación descubrimos su enorme complejidad. En cualquier comunicación encontramos múltiples variables al mismo tiempo, tales como: El lenguaje verbal y no verbal, la voz, las palabras y su significado, el tono, el acento, la pronunciación, el contenido de los mensajes, el cuerpo, el lugar, la postura, los gestos, las miradas, las sonrisas, las mímicas, los tics… En consecuencia, debemos considerar a la comunicación como un “todo integrado”, funcionando como una orquesta sinfónica.

— Ahora comprendo por qué nos resulta tan difícil comunicarnos correctamente y por qué genera tantos malentendidos y distorsiones —comenté.

—Pues, como podrá imaginarse, estas distorsiones y malentendidos en el contexto de nuestra tecnológica sociedad del Internet se hacen aún más evidentes, sobre todo en lo que respecta al elemento “mensaje”, que queda relegado a un segundo plano.

—¿A sí?

—Sí. Al considerar que n grupo de símbolos escritos con cierta coherencia sintáctica (incluso a veces sin ella) constituye un mensaje propiamente dicho. Creemos erróneamente que, si el mensaje es comprendido por el emisor, ya podemos hablar de comunicación.

—Ya, entiendo. Por esta razón pensamos que el aluvión de “likes” y emoticones, generadores de una especie de “sensación térmica” en la comunicación, son suficiente feedback, capaces de plasmar nuestras emociones o pensamientos de forma efectiva.

—Exactamente. Veo que me ha entendido usted perfectamente lo que quería decirle. Los “likes” y los emoticones no son, a mi juicio, pruebas de una comprensión y reacción adecuada del mensaje, sino simples actos reflejos. Por lo tanto, no podemos hablar en la mayoría de estos casos de comunicación propiamente dicha. Dicho de otro modo, actualmente, el mensaje, en la moderna comunicación social no es un fin en sí mismo, sino el medio para detonar una sinfonía de emociones.

—Me imagino que la incomunicación social en la que todos estamos inmersos conlleva una serie de graves consecuencias para la salud personal y social.

—Lo imagina usted bien, míster Pablo. Las consecuencias de la incomunicación social pueden llegar a ser devastadoras. Cuando alguien cae en la cuenta de su aislamiento, no tardará en ir acusando recibo de las grandes pérdidas. La facilidad de palabra, los mensajes precisos, el uso correcto de las reglas gramaticales y ortográficas, la capacidad de ponerte en el lugar del otro y la experimentación de las verdaderas emociones, irán formando parte de los fósiles que ha ido acumulando a lo largo de su existencia. Es que, ¿cree usted que una persona que dispone de un símbolo para manifestar un enfado, lo siente realmente? En fin, no cabe duda de que, cada día, nos hacemos menos inteligentes emocionalmente, al haber convertido nuestras ancestrales emociones en puro producto tecnológico.

El AVE Barcelona-Málaga continuaba su recorrido a una velocidad de unos 204 km/h por variados paisajes a través de cinco comunidades autónomas y doce provincias y los ríos Genil, Guadalquivir, Guadiana, Tajo, Jalón y Ebro, además de varios sistemas montañosos y muchos otros accidentes geográficos. Los 1.121 kilómetros de su recorrido lo han convertido en el “rey de la alta velocidad de Europa”, al ser el tren con mayor recorrido. La interesante e intensa conversación mantenida en torno al control mental, el globalismo y la comunicación con míster Jerry no me impidió darme cuenta de las paradas realizadas en Camp de Tarragona, Lleida-Pirineus, Zaragoza-Delicias, Ciudad Real, Puertollano y Córdoba. Ya sólo nos quedaban las de Puente Genil-Herrera y Antequera-Santa Ana, antes de llegar a nuestro destino: Málaga-María Zambrano.

Notaba que míster Jerry se sentía muy a gusto conmigo. Era un hombre inteligente, instruido y con un largo recorrido vital, que se sentía complacido manteniendo conversaciones de altura, sobre temas que él dominaba muy bien. No es que yo sea una conversación del nivel de Manel y Gerard, pero siempre me han sentado muy bien los diálogos de altura. Supe desde el primer instante que míster Jerry era un regalo para mi mente y mis emociones, alguien con quien se podía mantener un diálogo franco y sustancioso, que complace y relaja, que construye una conexión humana altamente enriquecedora. Decía el escritor y crítico literario estadounidense, Henry James, que en la vida hay dos clases de personas: las que son de nuestra confianza y las que no. Yo, en este mismo sentido, siempre he pensado que hay dos tipos de individuos: aquellos con los que es posible mantener una conversación empática, inteligente y edificante, y aquellos con los que, simplemente, podemos hablar de cosas superficiales y anodinas. Creo que a Jerry Mander habría que ubicarlo dentro de la primera categoría.

—Discúlpeme, míster Mander. ¿Le importa que interrumpamos nuestra conversación por unos breves instantes? Es que tengo que enviar un wasap urgente a mi madre.

—Claro. Hágalo. Las madres son siempre lo primero -me comentó con una gran sonrisa. Luego comenzó a escribir algunas notas en un cuadernillo.

—Hola, mamá. El tren va a buen ritmo. Espérame, por favor, en la estación sobre las 9 y media. He conocido a un señor muy interesante de San Francisco. Un viaje muy ameno. Ya te contaré. Besos. Te quiero. Pablo.

—Ok, cariño. Estaré sobre esa hora. Ya me contarás. Besos. Yo también te quiero. Mamá.

—Pues ya está. Es que tenía que comunicar a mi madre que pasara a recogerme por la estación de Málaga sobre las 21:30 h. 

—Ha hecho usted muy bien. Este AVE se desplaza a mucha velocidad. Parece que vamos a llegar a Málaga antes de lo previsto. No estaría bien hacerle esperar a su mamá, ja, ja, ja -me comentó con una cierta ironía.

—Sabe, míster Jerry, su conversación me está resultando muy interesante. Es usted un hombre muy afable y sabio. Ha sido para mí una bendición haberle conocido.

—Y para mí también haberlo conocido a usted, míster Pablo. Creo que hemos congeniado muy bien. Es usted un joven muy inteligente y maduro. Considéreme, por favor, desde este mismo momento su amigo. Así que, ¿Le parece que nos tuteemos?

—Claro. El tuteo es un signo de confianza mutua y amistad. Y, por cierto, hablando de confianza, me gustaría retomar contigo la cuestión del globalismo.

—Por mí, encantado, Pablo. Así que, dispara, por favor, ja, ja,ja….

No lo dudé dos veces. Recogí el guante de Jerry Mander de disparar yo el primero, y lo hice con fuego a discreción. El tema, debatido hasta la saciedad durante las veladas inolvidables con Manel y Gerard me apasionaba. Así que, me empleé a fondo una vez más, en este caso con una autoridad en la materia, y, como si de una cacería mayor se tratara, tanto en la modalidad de rececho como en la de batida, disparé sin complejos a todo lo que se movía. Jerry tampoco se quedaba atrás y no escabullía ninguna pregunta, por muy “políticamente incorrecta” que fuera.

Era maravilloso escuchar a este hombre. Era capaz de tratar cualquier asunto — por muy polémico que este fuera— sin ninguna visceralidad. Me hablaba humildemente en todo momento, haciéndome sentir el hombre más importante de la Tierra. Nunca exponía sus ideas y conocimientos ex cátedra, es decir, con tono autoritario, magistral, solemne, decisivo e incisivo; más bien, todo lo contrario: de acuerdo con la dialéctica del método socrático. De este método dialéctico me habló ampliamente mi amigo Gerard.

-Este método —me aclaró Gerard— es el ideal para que los demás acepten una idea sin resistencias, ya que nadie puede convencer a nadie, Pau, sólo hacer que ellos la descubran por sí mismos. Se trata de un método de dialéctica o demostración lógica eficaz para la indagación o búsqueda de nuevas ideas, conceptos o prismas subyacentes en la información.

Así que, con esta fantástica metodología dialéctica abordamos sin ningún tipo de reservas la cuestión del globalismo desde todos los puntos de vista posibles. Me aclaró que no había que confundir los términos: “globalismo”, “globalización”, “mundialización”, y “tecnificación”. También que este paradigma tenía sus aspectos a favor y en contra.

Metidos de lleno en esta sugestiva conversación para mí comencé a observar que algunos viajeros preparaban ya sus efectos personales ante la inminente entra del AVE en la estación de Málaga-María Zambrano. Instintivamente, miré mi reloj: marcaba las 21:38 h. Por lo tanto, nos quedaban en torno a 10 minutos para desembarcar. La intensa, interesante y socrática conversación mantenida con Jerry Mander me había producido la sensación de que el tiempo había transcurrido muy rápido.

—Creo que estamos llegando a nuestro punto de destino, Jerry –comenté.

—Sí, eso parece.

—Me ha resultado muy interesante todo lo que me ha comentado. Ha sido para mí un gran privilegio haberte conocido. Sabes, me gustaría que siguiéramos en contacto de algún modo.

—Y a mí también, Pablo. Tenga mi tarjeta de visita, por favor. Puedes llamarme cuando lo desees, escribirme un correo electrónico o ponerme un WhatsApp. ¡Algo bueno tenía que tener la dichosa globalización y la moderna tecnología!, ja, ja, ja.

—Pues sí. Yo no dispongo de tarjetas de visita, así que, si te parece, te puedo facilitar mis datos a través del WhatsApp.

—Perfecto. Me parece perfecto, Pablo. Será para mí un gran placer seguir en contacto contigo. ¡Ah! y no te olvides de mantenerme informado de tus próximos pasos formativos y profesionales. Espero que puedas realizar tu deseado posgrado en Stanford. Yo tardaré varios meses en regresar a mi querida San Francisco, una ciudad que te gustará y que no te dejará indiferente. En Málaga estaré hasta el próximo domingo, por lo que nos podemos ver en algún momento; y, por supuesto, estás más que invitado a mi conferencia, prevista para el viernes.

—¿Dónde será?

—Será a las 8 de la tarde, en el auditorio 2 de FYCMA, en la calle de José Ortega y Gasset nº 201.

—Sí, sé dónde está. Y, por cierto, yo quedo a tu disposición para lo que puedas necesitar. Entiendo que durante toda esta semana estarás en un hotel.

—Pues no. Me quedaré en la casa de unos buenos amigos ingleses en el pueblecito de Cómpeta. ¿Lo conoces?

—Sí, claro que lo conozco. Es un pueblo precioso; cosmopolita; con un bello paisaje, mucha tranquilidad y un estupendo clima con suaves inviernos. Llama mucho la atención sus casas blancas.

—Sí, es un lugar ideal para descansar y desaparecer, que buena falta nos hace a todos. Mis amigos ingleses, Oliver y Emily, son maravillosos y extraordinarios anfitriones. Han venido a recogerme.

 —Estupendo, Jerry.

—Creo —me comentó dándome un fraternal abrazo— que este es el comienzo de una gran amistad, Pablo.

—Por supuesto y eso que no estamos en Casablanca, ja, ja, ja.

—Bueno, estamos en un sitio aún mejor: Málaga, una de las ciudades mejor valoradas para vivir y trabajar. Y, por cierto, no lo digo yo, lo dice Forbes, que ha barajado diversos factores, además del sol y la playa, como: Colegios internacionales, un buen sistema sanitario, proximidad con aeropuertos, el coste de la vivienda, bajo índice de criminalidad y buena calidad de vida.

—Está claro que estás en todo, Jerry.

—Bueno, digamos que uno hace todo lo que puede, tratando de dar en todo momento lo mejor de sí mismo.

Sobre las 21:47 h los viajeros comenzamos a descender del vagón del tren. Jerry Mander, con un gesto de caballerosidad, me animó a que bajara yo primero.

Al poner el pie en el andén pensé en el grandioso mensaje de “Un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la Humanidad“, la histórica frase de Neil Armstrong al pisar por primera vez la Luna. En el caso de este astronauta se trataba de un hito histórico sin precedentes. En mi caso, “un gran paso de un pequeño hombre”: el de un joven ingeniero informático que estaba empezando a ver con ojos nuevos viejas tierras.

—Hasta siempre, Pablo —me dijo despidiéndose con una eterna sonrisa.

—Hasta siempre, Jerry. ¡Ah! y que te vaya muy bien la conferencia. Trataré de estar.

Con una nueva sonrisa y un movimiento de manos concluyó nuestra despedida. A Jerry lo estaban esperan Oliver y Emily, una pareja de ingleses. A mí, María Llüisa, mi querida madre.

—¡Mamá!

—¡Hijo!

Pablo Martín Allué

1 comment on “Un gran paso de un pequeño hombre

  1. Anónimo

    Muy interesante planteamiento sobre la sociedad moderna.

Gracias por comentar

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