Acalanda Disney

YO, ABO. Capítulo 15: Si puedes soñarlo, puedes lograrlo.

“La imaginación es más poderosa que el conocimiento”

Durante esta profunda reflexión acerca de las heridas emocionales mi madre, en un pis pas, preparó una contundente ensalada del César, a base de lechuga, trozos de pan tostado con jugo de limón, aceite de oliva, huevo, salsa, anchoas, ajo, mostaza, queso parmesano y pimienta negra, agregándole unos trocitos de pollo.

 —¡Mamá, eres una artista culinaria! —exclamé.

—Espero que te guste esta ensalada del César que he preparado para los dos.

—Tiene una pinta estupenda. Y, oye, mamá: ¿Me puedes confesar tu secreto para ser capaz de hacer dos y hasta cinco cosas a la vez?

—Bueno, creo que esto es una cuestión genética.

—¿Genético? ¡Guauuu! ¡Esto significa que yo también podría estar en posesión de esta facultad!

—No, jovencito. No te hagas ilusiones al respecto. La capacidad de hacer dos o más cosas a la vez está reservada para las mujeres, ja, ja, ja. Los hombres os tenéis que conformar con hacer una y, bueno, no siempre la hacéis del todo bien. Por cierto, una pregunta de cultura general: ¿Sabrías decirme quién inventó esta ensalada tan internacional?

—No. No tengo ni idea, mamá. ¿Quién la inventó? —pregunté intrigado.

—El inventor de esta ensalada internacional fue, parece ser, el chef del restaurante Cardini, Remigio Murgia, aunque se nombró ensalada “Del César” en honor al dueño y también cocinero César Cardini.

—¿Italiano? ¿Verdad?

—Sí, de procedencia italiana, pero te aclaro. Oficialmente, la creación de la ensalada se atribuye al cocinero Caesar Cardini, un inmigrante italiano, que trabajó en Méjico y en los Estados Unidos. Cardini vivía en San Diego, una ciudad que, como sabes, está ubicada en el Estado de California, aunque también llegó a trabajar en Tijuana (Méjico) para evitar las restricciones de la ley seca. He leído que su hija Rosa contaba que su padre inventó la ensalada cuando el 4 de julio de 1924 se agotaron los suministros de la cocina. Cardini, según cuenta la leyenda, se las tuvo que arreglar con lo que tenía, mezclando enérgica y dramáticamente todos los ingredientes a la vista del comensal. Por esto, originariamente, esta ensalada se preparaba en la mesa delante del comensal.

—¡Qué interesante, mamá! Y mira que yo siempre he pensado que lo de la ensalada “Del César”, había sido creada en honor de algún famoso emperador romano. Así que me voy a tomar este bocado en honor del tal Remigio Murgia y de César Cardini, que tanto monta, monta tanto, Remigio como Cardini, en esta maravillosa invención culinaria.

Mientras degustaba la deliciosa ensalada “Del César” caí en la cuenta de que, una vez más, venía a mí de forma recurrente California: la propuesta de posgrado de la Universidad de Stanford, el encuentro con el escritor Jerry Mander, la ensalada “Del César”, la intrigante vida amorosa y profesional de la abuela Julia por tierras californianas…. ¡Uff! Todo esto me está dando ya un poco de yuyo. Parece que algo o alguien está moviendo los hilos del destino para viajar hasta California. ¿Y si fuera verdad lo de las señales y serendipias de las que me hablaron mis amigos Manel y Gerard?

 —¿Has estado alguna vez en California, mamá?

—Pues no. ¿Por qué me lo preguntas?

—Es que últimamente viene a mi cabeza insistentemente la idea de que debo de ir a California.

— Bueno, creo que esto es lógico y normal. Has hecho una solicitud de admisión para un curso de posgrado en Stanford, y tu cabecita está dándole vueltas al asunto continuamente.

—No, mamá. Creo que hay algo incomprensible todavía para mí que, de forma machacona, me está empujando a viajar hasta allí, hasta el Estado más grande de EEUU, después de Alaska y Texas.

—Y donde mi madre, la abuela Julia, dejó parte de sí…

—Pues, mira por dónde, mamá, hasta aquí quería yo llegar. Y es que creo que mi posible viaje hasta California tiene que ver más con la abuela Julia que con mi posgrado.

—Me dejas perpleja, hijo. ¿Pero qué tiene que ver la abuela Julia con tu posgrado?

—No lo sé. Sólo sé en este momento que tendré que viajar hasta estas lejanas tierras del oeste americano y las aguas del Pacífico para descubrir algo.

—¿Algo? ¿A qué te refieres? —me preguntó muy perpleja.

—No lo sé, mamá. En estos instantes estoy muy confundido. Tan solo sé que es algo muy importante y significativo para nuestra familia, que sólo podré descubrir si me aventuro llegando hasta allí.

—Bueno, hijo, pues ya irás viendo y me irás contando.

—Sí, mamá. Ya sabes que yo soy de los de los pies bien pegados al suelo, pero en este caso algo o alguien, como te vengo diciendo, me los está levantado sugiriendo que debo emprender un vuelo.

—Pues nada, hijo, que sea como dices. Las aventuras mejor correrlas ahora que después o nunca, que la vida ha de vivirse intensamente, saboreando cada uno de sus instantes. De segundo planto tenemos unos calamares a la malagueña con guarnición de arroz blanco que preparé ayer.

—Pues a por ellos, mamá. Seguro que están de “domini patri”. Y como tú eres de las personas que puedes hacer varias cosas a la vez, me gustaría que retomáramos la conversación de la escritora Louise Hay y el poder que ejerció sobre ti en tu transformación interior.

—Claro, la retomamos. “No problem”. Mi amiga Louise Hay — digo mi amiga porque ya forma parte de mi vida— falleció hace un par de años. Hoy es muy conocida en todo el mundo. Su testimonio de vida ha ayudado a muchas personas. Yo le debo mucho a esta gran mujer.

—Pues, cuéntame, por favor, que me tienes en ascuas. ¿Quién fue tu amiga Louise Hay?

Verás. Esta famosa terapeuta, escritora y oradora estadounidense, considerada como una de las figuras más representativas del movimiento del “Nuevo Pensamiento”, tuvo unas circunstancias vitales muy duras: una niñez soportando malos tratos físicos, psíquicos y sexuales, el divorcio de sus padres y el suyo propio, la violación juvenil y el proceso judicial consecuente, la prostitución, la maternidad a los 16 años de una niña que tuvo que ceder a los cinco días de haberla tenido, la falta de autoestima y el cáncer. Luego, tras una fuerte transformación interior, Louise Hay comprendió que todas estas dramáticas experiencias de su vida se habían originado como consecuencia de un modelo mental que ella misma se había creado, basado en la profunda creencia limitante de que la pobreza era su estado natural y que el mundo de ahí afuera era hostil y no la estimaba. También, que este estado mental de limitaciones y ausencia de abundancia, puede ser transmutado cuando nos damos cuenta de que nosotros mismos podemos moldear nuestras vidas, mediante un poder que está dentro de nosotros mismos.

—¡Brutal, mamá! Pero, oye, tú, de veras, ¿crees que existe un poder dentro de nosotros mismos capaz de transformar cualquier área de nuestra vida?

—No solo estoy plenamente convencida de ello, también puedo dar mi propio testimonio.

—¿Sí?

 —Sí. Como te he comentado antes, tuve una infancia y juventud en la que no me faltó de nada en lo material, pues los abuelos Jesús y Montserrat no repararon en nada. Yo era su niña y a mí no me podía faltar de nada. El abuelo Jesús era un abuelo ejemplar, que ejerció tanto de abuelo como de padre. La abuela Montserrat también lo fue, a su modo. Podríamos decir que entre ambos se tenían repartidos los papeles. El abuelo Jesús -si te sirve la analogía policiaca- representando el papel de poli bueno, y la abuela Montserrat, el de poli malo. El abuelo era —digámoslo así— bastante flexible en lo que respecta a mis caprichos infantiles; la abuela, sin embargo, era algo severa.

—Jesús: No podemos consentir que María Lluïsa se críe como una niña mimada. Al árbol hay que domarlo desde que empieza a crecer, que luego viene lo que viene.

—Pero, ¡Qué va a venir, mujer! —le respondía el abuelo Jesús.

—Que, ¿Qué va a venir? Que, ¿Qué va a venir? Mira, el árbol que no se endereza de joven, luego viene torcido de mayor. Así que nada de caprichitos, que luego pasa lo que pasa y viene lo que viene.

 —Pues trataremos de que el árbol crezca recto y florido para que no pase lo que pase y venga lo que venga, Montse —le respondía condescendiente el abuelo Jesús, al tiempo que me miraba sonriendo y haciéndome un guiño de complicidad.

—Pero, entonces, mamá, si no te faltó de nada: ¿Por qué sucumbiste a la depresión existencial?

—Lo tenía todo, como te he dicho, pero me faltaba algo muy importante: mi madre. El cariño de mi madre, tu abuela Julia.

—¿Y el de tu padre? —Es que, como sabes, yo nunca he conocido a mi padre. La abuela Julia nunca me habló de él. Así que, como solemos decir, ojos que no ven, corazón que no siente.

—Lo entiendo, pero la abuela Julia siempre estuvo pendiente de ti, a pesar su la larga ausencia.

—Sí, me consta. Pero siempre la eché de menos. Venía a Barcelona cada vez que la surgía una posibilidad, generalmente relacionada con foros y congresos científicos. Luego se las arreglaba para pasar unos días con nosotros. 

—¿Y cómo la recuerdas?

—La recuerdo como un ser maravilloso, lleno de vida, inteligencia y sabiduría. Los pocos días que pasaba conmigo eran para mí como una gota de agua en la boca de un viajero del desierto. Sabían que eran días de un valor incalculable para mí pero que, como la vida de cada cual, tenía un final. Era una felicidad tan poco duradera que me hacía hasta daño. Lo más duro para mí siempre era la despedida. Siempre la acompañaba hasta el aeropuerto el abuelo Jesús. Yo me quedaba con la abuela Montse que, sabedora de lo que significaba para una niña la separación de su madre, me ofrecía todo su cariño y comprensión. En estos dramáticos momentos para mí, se transformaba en el ser más amoroso de la Tierra. 

—Anda, jovencita ؙ—me decía— ponte guapa que nos vamos a dar tu y yo un homenaje saboreando un gustoso helado de vainilla por el parque.

—Vale, abuela —le respondía tímidamente.

—Pero lo peor para mí estaba por llegar. Al regresar a casa ya no estaba mi madre, lo que me provocaba un llanto desgarrador. Me sentía sola y abandonada, vulnerable, llena de temores e inseguridades. Llegué a pensar que el Infierno, del que hablaban los curas en la Iglesia, era un paraíso en comparación con el infierno que yo estaba viviendo por la ausencia de mi mamá. Recuerdo que el abuelo Jesús me cogía entre sus brazos de un modo amoroso, tratando de consolarme.

—Hijita: ¿Por qué lloras? Si mamá va a volver muy pronto. Mira, en prueba de que esto va a ser así, te ha dejado este osito de peluche. ¿Sabes qué? Pues me ha dicho que este osito será tu gran amiguito, que te va a cuidar y consolar y, además tiene un gran poder.

—¿Qué poder, abuelito? —le preguntaba.

—Un poder mágico, muy mágico.

—¿Sí? ¿Cuál?, abuelo.

—Este osito es muy especial, tan especial que es capaz de recibir los mensajes de tu madre.

—¿Sí? ¿Tú crees, abuelo?

—Sí, estoy totalmente seguro, mi amor.

—Pero yo no veo que nos diga nada.

—Es que mamá Julia me ha otorgado a mí un poder secreto para poder escuchar sus mensajes. Este osito —me decía susurrándome al oído, para que nadie pudiera escuchar lo que me estaba diciendo— es, en realidad, un medio de transmisión a distancia desconocido hasta ahora, creado por tu mamá para el Servicio de Inteligencia de los Estados Unidos. Si algún día cayera en manos de los malos, creerán que es un regalo para niños, ja, ja, ja. Pero, no, es un arma secreta de espionaje. ¿Me guardarás el secreto?

—Claro, abuelito.

—¿Seguro? La abuela Montserrat tampoco debe saberlo. Ya sabes que los malos son muy astutos y la pueden engatusar, haciéndola caer en la trampa. ¿De acuerdo, princesita?

—De acuerdo, abuelo.

—Pues entonces, choca esos cinco, princesa. ¡Ah! Mamá Julia lo ha programado también para que tú puedas escuchar sus mensajes.

—¿Sí? ¡Qué bien!

—Sí, mi amor. Pero no podrá ser a cualquier hora del día, sino sólo antes de quedarte dormidita. Esto debe ser así para facilitarles las cosas a los malos, que estarán por aquí merodeando de vez en cuando tratando de encontrar alguna pista que les ayude a alcanzar sus perversos fines.

—Vale, abuelo. Pero entonces, ¿Qué tengo que hacer para escuchar los mensajes de mi mamá?

 —Será muy sencillo. Tú solo tienes que abrazarlo primero, luego darle un besito en la frente y hacerle esta sencilla pregunta: Osito, osito: Si puedes soñarlo, puedes lograrlo.

—Pero, mamá —pregunté interrumpiendo el precioso relato de mi madre —lo de “si puedes soñarlo, puedes lograrlo”, ¿No es una famosa y motivadora frase del gran Walt Disney?

—Sí, por supuesto. El abuelo Jesús debía conocerla por entonces y seguramente la improvisó en ese momento para mí, como una especie de “abracadabra”, a modo de hechizo o encantamiento mágico. Su poderoso y profundo significado ha pasado desapercibido para mí hasta que empecé a leer a Louisa Hay. A través de su sabiduría he podido comprender que casi todos nosotros hemos recibido mensajes negativos sobre nuestras habilidades y posibilidades. Sin embargo, la buena noticia es que podemos cambiar estas limitaciones, siendo conscientes de que la imaginación lo puede todo, y que no tiene límites. La imaginación —llegó a decir Einstein— es más poderosa que el conocimiento, ya que el conocimiento es limitado mientras que la imaginación abarca al mundo entero, estimulando el progreso y dando origen a la evolución. Por lo tanto, siguiendo a Louisa Hay, Walt Disney y a Einstein, si podemos concebir una idea, podemos llevarla a cabo.

—¡Qué maravilla, mamá! Tendré en cuenta esto del poder de la imaginación. Pero, por favor, ahora no me dejes a medias con tu precioso relato. Cuéntame, por favor, lo que vino después. Me muero de curiosidad por saber cómo termina esta preciosa y maravillosa historia.

Pablo Martín Allué

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