YO, ABO. Capítulo 16: Una historia con final feliz.
“He aprendido sobre todo que la vida opera de forma paradójica”
—Claro, hijo —me respondió mi madre. ¿Cómo voy a dejarte sin la parte más importante de esta historia, mi historia? Como sabes, lo mejor de una historia, un cuento o un relato es siempre su final. Y si no: ¿Por qué solemos hacer el esfuerzo de quedarnos viendo una película hasta el final, aunque esta sea muy mala?

—Es verdad, mamá. ¿Por qué? —pregunté intrigado.
—Bueno, yo no soy una experta en historias, cuentos, relatos ni películas, pero creo que la razón principal por la que todos buscamos un final especialmente feliz tiene un origen ancestral. Verás.
Históricamente, los cuentos que se han venido contando a los niños en los pueblos de generación en generación han servido para avisar de posibles peligros a los que podían enfrentarse, así como para formar en valores. Por ejemplo, el famoso cuento del lobo feroz y caperucita —ambientado en el bosque—, fue creado para advertir a los niños de los múltiples peligros que entrañaba adentrarse en el bosque. Además, fueron imaginados para intentar ordenar la sociedad por medio de valores positivos —los valores son principios, virtudes o cualidades que guían la actuación de una persona en su caminar por el mundo— relacionados con la generosidad, la amistad, el respeto, la fuerza de voluntad, la honestidad, la valentía, la autoestima, la humildad, la prudencia o la gratitud. Todos ellos contienen una moraleja.

—¿Una moraleja? ¿Qué es una moraleja, mamá?
—¡Ay, Pablo, hijo, como se nota que eres de ciencias! ¡No me digas qué no sabes lo que es una moraleja!
—¿Una enseñanza, quizás? —pregunté a modo de tanteo.
—Sí, efectivamente, una enseñanza. La moraleja es una enseñanza. Tiene que ver con la moral. La etimología de la palabra nos da una pista. Proviene del latín “moralis” “morale” (juicio moral). Por lo tanto, una moraleja es una enseñanza, tras la conclusión de la historia, el relato o el cuento que hemos escuchado.
—Ahora caigo, mamá. Por lo tanto, el deseo de ver en qué queda una película provendría del anhelo infantil de conocer la sentencia moral de la historia, el relato o el cuento que hemos escuchado.
—Elemental, mi querido Watson. Yo estoy convencida de que llevamos en nuestro ADN la programación ancestral del aprendizaje por medio de estos recursos didácticos. De ahí que, cuando empezamos a ver una película, aunque sea un rollo, queremos verla hasta el final para conocer su desenlace, la enseñanza que nos quiere trasladar.
—Y, oye, mamá, ya metidos en materia: ¿Por qué crees que todos los cuentos, historias y relatos tienen siempre un final feliz?
—Bueno, no siempre. El famoso cuento contemporáneo de “El patito feo”, escrito por el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, que describe la historia de un patito más grande, torpe y feo que sus hermanitos, pero que al crecer se convierte en un bello cisne, no termina precisamente con un final feliz.
—Sí, es verdad. Me parece recordar que finaliza pasando al lado de su familia, mirándola con desprecio y soberbia.
—Equilicuá. Y ahora viene mi gran pregunta: ¿Cómo te gustaría que terminara mi historia?
—¡Hombre, mamá, qué cosas tienes! Pues… ¡Con un final feliz!

—Pues que sea como dices, cariño; pero antes de que prosiga déjame que te diga que cualquier historia, relato o cuento contiene una trama que describe estereotipos humanos, unos representado al mal y otros al bien; a la envidia o a la generosidad; a la tristeza o a la alegría; al miedo o a la valentía; a la ira o a la serenidad; a la soberbia o la humildad; a la confianza o la desconfianza; a la gratitud o a la ingratitud. Pero….
—Pero… ¿Qué, mamá?
—Que no siempre las personas, las circunstancias y las cosas son lo que parecen.
—¿No?
—No. La vida, como te he dicho antes, es una interpretación. Y las personas, las situaciones y determinados hechos pueden acabar siendo algo muy distinto a lo que habíamos interpretado. Algo que demuestra que no todos nuestros juicios son acertados, ni que nuestras suposiciones están ajustadas. Frecuentemente solemos equivocarnos en nuestras valoraciones porque nuestra mente tiende a prejuzgar.
—Pero, mamá: ¿Cómo puede ser esto? ¿Es que nuestros sentidos nos engañan?
—No. Yo creo que nuestros sentidos no nos engañan. Lo que nos suele ocurrir es que todo lo que percibimos pasa por el filtro de nuestro cerebro, interpretando cada cosa que vemos y experimentamos de acuerdo a nuestros condicionamientos mentales. Dicho de un modo poético: “En este mundo tan cruel nada es verdad ni es mentira, todo es de acuerdo al color del cristal con que se mira”.

—Pero, mamá, esto no parece lógico —protesté.
—Lo lógico puede que opere en la ciencia informática. La vida, sin embargo, funciona bajo el principio hermético de la polaridad.
—¿De la polaridad? ¡Uff, mamá, demasiado para mí! ¿De qué va este principio?
—Pues, sencillamente, hijo, de que todo es dual; que todo tiene dos polos; que hay dos lados para todo; que todo tiene su par de opuestos; que lo semejante y lo diferente es lo mismo; que los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; que los extremos se encuentran; que todas las verdades son medias verdades; que todas las paradojas pueden ser reconciliadas.
—Esto mamá, es muy profundo e incomprensible para mí.
—Lo entiendo, hijo. Sólo la perspectiva que te da el tiempo te enseña a comprenderlo. Quizás mi propio testimonio de vida te dé algunas pistas. Por cierto, ¿dónde estábamos?
—Creo que en lo de “Osito, osito, si puedes soñarlo, puedes lograrlo.
—¡Ah, sí! Es verdad. El abuelo Jesús me confió este decreto para poder escuchar a mi madre, la abuela Julia, a través de un precioso y simpático osito.
—¿Y cuál fue su primer mensaje para ti? ¿Lo recuerdas, mamá?
—Lo recuerdo perfectamente. Ha dejado en mí una huella imborrable. Así que, no habrá nada en el mundo que lo pueda olvidar.
Al comentarme que no habría nada en el mundo que la hiciera olvidar el primer mensaje de la abuela Julia, mi madre se quedó absorta. Su semblante era una extraña mezcla de felicidad y sufrimiento; de alegría y tristeza; de nostalgia y presencia. Creí poder entender en ese momento algo del principio hermético de la polaridad. Luego, al venir en sí, me preguntó:
—¿Te apetecen unos “besitos de monja”?
—Pero, mamá, qué cosas tienes. Yo prefiero los tuyos.
—Hay, Pablo, cariño, cómo se nota que pasas mucho tiempo fuera de Málaga. “Los besitos de monja” es un típico postre malagueño, elaborado con unas claras, azúcar y anís.
—De origen conventual, entiendo —apostillé.
—Sí, claro. Los elaboraban las monjas, con mucho amor celestial. Los he comprado en “Los Macarons”, una deliciosa pastelería de aquí de Málaga que sirve a domicilio. Los pedí ayer por wasap. ¿Te hacen?
—¡Vaya que si me hacen! Ya que te empeñas, probemos los deliciosos “besitos de monja”. ¡Ummmm! ¡Qué ricos! —exclamé. Son pura delicatesen; un “plaisir de Dieu”.
—Recuerdo muy bien —comenzó a explicarme, mientras yo degustaba con sumo placer los “besitos de monja”— el mensaje de mi madre, recibido a través del osito de peluche.

—Pues, adelante, mamá. ¿Qué te dijo? —volví a preguntar al observar que mi madre se había quedado nuevamente ensimismada. Mamá, por favor, ¿Qué te dijo? ¿Es que ya no lo recuerdas?
—Sí, cariño. Lo recuerdo muy bien. Como te acabo de comentar, el mensaje de mi madre —la abuela Julia—, me dejó una huella tan profunda que, nada ni nadie podría borrarlo. Las palabras que lo contienen han estado muy presentes en cada instante de mi vida, aunque indescifrables para mí hasta hace relativamente poco tiempo.
—¿Indescifrables? ¿Por qué? ¿Qué te dijo?
—Me dijo textualmente: “María Lluïsa, cariño. Mamá te quiere. Te quiere muchísimo. Algún día, quizás cuando yo no esté, entiendas que mi aparente indiferencia hacia ti es un acto de amor sublime.
—¡Joder, mamá! ¡Qué fuerte! ¿Cómo es que la aparente indiferencia de la abuela Julia hacia ti era en realidad un acto de amor sublime?
—Bueno, verás. Como puedes imaginarte, aquel mensaje de mi madre me consoló, pero no pude comprenderlo entonces con mi mente infantil, ni tampoco luego, con mi mente juvenil. Lo he podido entender recientemente.
—¿Y qué has entendido, mamá? ¿Qué una madre abandone a su hija tiene alguna justificación? —pregunté algo irónico.
—Te recuerdo, hijo, el principio hermético de la polaridad, por el que todas las paradojas pueden ser reconciliadas.
—Ya.
—Sí, cariño, aunque te cueste comprenderlo la abuela Julia, dejándome con los abuelos Jesús y Montserrat, sacrificó su deseo maternal de estar conmigo, cuidarme y verme crecer por el de trabajar altruistamente para beneficio de la Humanidad. Hoy sabemos que sus contribuciones en el campo de la Inteligencia Artificial han sido esenciales para la mejora del mundo en muchos aspectos. Así que, paradójicamente, el que me abandonara no fue acto egoísta sino altruista.
—Ya, mamá. ¡Pero tú sufriste mucho!
—Pero también aprendí y crecí mucho también. Te recuerdo que la vida es una escuela de aprendizaje y de crecimiento interior.
—¿Y qué crees que has aprendido? ¿Qué te ha aportado esta dura experiencia?

—He aprendido sobre todo que la vida opera de forma paradójica; que nuestra propia ignorancia nos lleva confundir lo transitorio con lo perenne, lo falso con lo real; que los prejuicios surgen de nuestra propia mente, que divide al mundo, lo fragmenta y después opta entre partes divididas, aceptando unas y rechazando otras; que el sufrimiento tiene, como todas las cosas de este mundo, una finalidad suprema: ¡despertar!
—¿Despertar?
—Sí, despertar en consciencia. El sufrimiento no es un castigo, como nos han venido diciendo.
—Pero mamá, Vemos por doquier los accidentes, el dolor, la enfermedad, el mal moral y físico, el rencor, la violencia, el terrorismo, los secuestros, el cáncer, los presos, las drogas, la vejez achacosa y pobre, la muerte… ¿Me puedes decir qué sentido tiene todo esto?
—Como te acabo de decir, todo en el Universo obedece a un propósito. Todo en la vida tiene un significado que hay que descubrir. No existe nada sin una finalidad. El sufrimiento es una realidad, por lo tanto, tiene una misión. Eckart, uno de los grandes maestros de espiritualidad de todos los tiempos, afirmó que “El corcel que más velozmente puede llevarnos a la perfección se llama sufrimiento”; y Nietzsche se preguntó: “¿No sabéis que hasta el día de hoy sólo la disciplina del sufrimiento ha elevado a los hombres?”. Por lo tanto, el propósito esencial del sufrimiento ha sido concebido para purificar y elevar nuestra consciencia. Paradójicamente, el sufrimiento que yo he venido padeciendo a raíz de la separación física de mi madre y, luego, con su pérdida irreparable a consecuencia de un cáncer mortal —otro acto sublime de amor hacia mí— no ha supuesto para mí un obstáculo sino un peldaño de la escalera de la vida, ayudándome a subir más alto.
—¡Uff, mamá! ¡Todo esto es tan profundo! —exclamé.
—Lo es, Pablo. Pero todo a su tiempo. Aunque ahora te parezca que todo esto es muy difícil de entender, has de saber que, los problemas no pueden ser resueltos —como afirmó Einstein- en el mismo nivel en que fueron creados, sino desde otras dimensiones. Y, bueno, cariño, creo que deberíamos dar por finalizada por hoy nuestra intensa sesión psicoterapéutica. ¿Qué te parece si pasamos a otra dimensión, la de una siestecita reparadora? Te recuerdo que esta noche tienes un acontecimiento muy especial: la cena con Paula.
—Sí, es verdad, mamá. Y tengo que estar a la altura del acontecimiento.
-Pues… entonces, jovencito -me comentó mi madre, tratando de dar por finalizada nuestra sesión- si a usted le parece bien, procedamos a dar por finalizada esta sesión psicoterapéutica. A los dos nos vendrá muy bien descansar profundamente con una siesta reparadora que, como dice un refrán popular, “La siesta y la merienda, bien sientan”.
-Sí, claro, mamá. A los dos nos vendrá bien dormir la siesta.
Con este propósito reparador nos dispusimos mi madre y yo para la siesta y la merienda, que bien sientan, como dice el refrán. Una vez dentro de mi habitación y tras el obligado cepillado de los dientes —algo que, bajo ningún concepto, me ha permitido la autoridad maternal pasar nunca por alto — me eché sobre mi cama, cerrando suavemente mis ojos.
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