Acalanda Metaverso California

YO, ABO. Capítulo 18: Pablo y Paula, una afinidad profunda y natural.

—¡Son las 5 de la tarde! ¡Madre mía, me he quedado profundamente dormido! —exclamé totalmente confundido al mirar mi reloj de pulsera.

—Vamos a ver, Pablo —pensé— creo recordar que, tras la sobremesa con mi madre, me vine a mi habitación, me lavé los dientes, me eché sobre la cama y cerré los ojos. Sí, claro, esto es lo que hice; pero como no me podía quedar dormido decidí trabajar con mi ordenador.

—¡Collón! Creo que me ha vuelto a pasar lo de la noche de mi graduación en la que supuestamente interactué por el ordenador con alguien que decía ser mi abuela Julia. Pero, ¿será una nueva broma del destino? o, tal vez, ¿una simple pesadilla?

Salté de la cama como impulsado por un resorte. Tenía que comprobar si lo que yo imaginaba era sueño o realidad; si se había producido efectivamente esa conversación virtual con mi abuela Julia. Así que, pulsé el botón de encendido de mi ordenador esperando con enorme impaciencia que apareciera el escritorio del sistema operativo. Los 30 segundos que aproximadamente consumieron este proceso me resultaron eternos. Luego, con gran ansiedad, pinché en Google Chrome —mi navegador predeterminado—, lo que me permitió el acceso a mi Gmail. Una vez allí, procedí a cotejar a toda prisa mis correos electrónicos y… ¡nada!, nada de nada. Ni rastro de la supuesta conversación mantenida con mi abuela Julia. Tenía muchos correos, de todos los estilos y procedencias, pero ninguno con el asunto: Hola, Abo.

De nuevo me viene abajo. Por mi mente pasó fugazmente el pensamiento de que, quizás, podría haber sucumbido a algún tipo de alucinación o alteración de mi percepción. Descarté que pudiera tratarse de una esquizofrenia, una lesión cerebral y, por supuesto, el consumo de drogas; es que yo nunca he probado droga alguna: ni marihuana, ni cocaína, ni LSD, y el alcohol lo justito y esto para momentos muy especiales. Así que lo relacioné con el estrés y la ansiedad.

—Sí, claro —pensé— debe ser esto, el estrés y la ansiedad, que me han hecho mella, tras los exámenes finales para la graduación, sobre todo el del trabajo final.

Pero, como la mente es siempre muy caprichosa, a pesar de este estado de cierta confusión, un pensamiento amable y positivo —el del encuentro con Paula— a las ocho de la tarde en el sofisticado restaurante malagueño Matiz, transformó mi estado mental.

—Creo que la invitación a cenar es lo mínimo que puedo hacer para corresponderle por su maravilloso regalo del reloj de pulsera —me justifiqué. Hoy es el mejor día para estrenarlo. A Paula le gustará que lo lleve puesto en durante este encuentro tan especial para nosotros. Así que, pelillos a la mar. Dejaré arrinconado el extraño asunto de mi supuesta conversación con la abuela Julia. Creó que —decreté—lo mejor será darme un paseo por el Paseo Marítimo de Málaga, un bello recorrido salpicado de brisa marítima. ¡Ah, y donde no podrá faltar un delicioso helado en cucurucho de limón y turrón, mi preferido! Que, oiga, como dice mi madre, el pájaro no canta porque sea feliz, es feliz porque canta.

—Mamá, mamá —comencé a gritar mientras iba bajando peldaño a peldaño la escalera de la casa. ¿Seguirá en siesta? Bueno, por si acaso, lo mejor será no hacer mucho ruido, que un mal despertar produce luego un desagradable malhumor, algo —me dije— que podría invalidar la eficiente sesión psicoterapéutica que hemos mantenido madre e hijo.

Comencé a caminar por el Paseo Marítimo de Málaga, también conocido como Paseo Marítimo Antonio Banderas, deleitándome con la belleza de su recorrido y dándole vueltas a mi próxima etapa vital. La brisa marina y las agradables vistas al Mediterráneo, me invitaba a la introspección. En esos momentos tenía una mezcla de sensaciones contradictorias: por un lado, sentía excitación por la próxima aventura o aventuras que presumiblemente iba a vivir al cruzar el Atlántico; por otro, sentía cierta inquietud al tener que enfrentarme a lo desconocido.

Con estos pensamientos contradictorios e inquietantes, miré hacia el mar, divisando la famosa Playa de la Misericordia. Al hacerlo hacia el este contemplé el evocador Paseo Marítimo de Antonio Machado, y al oeste reparé en un gran espigón que, al parecer, se usaba para refrigerar con agua salada la antigua central térmica, y que hoy es conocido como “El Espigón de la Térmica”.

Profundamente ensimismado, paseando al filo del mar, intentando deshacer el nudo gordiano de mi próximo devenir vital, llegué hasta la barriada de “El Palo”, donde me topé con la famosa heladería malagueña de Cremades. He estado allí muchas veces, generalmente con mis padres, buenos clientes de esta heladería, especializada en helados artesanos. A mí siempre me ha llamado la atención el gran letrero de reclamo en letras blancas y azules, colocado sobre la puerta del local que da a la calle.

Me senté en una mesa libre de la terraza, siendo rápidamente asistido por una camarera servicial. Me explicó las sugerencias y algunos de los detalles de la carta, ofreciéndose a personalizar el batido, la copa u otras combinaciones especiales según mis deseos. Yo tenía en ese momento muy clara mi demanda: un helado de cucurucho tamaño medio de limón y turrón. ¡Mi favorito!

Esa tarde del domingo del mes de octubre la heladería tenía mucho movimiento. Mientras llegaba mi pedido contemplaba a lo lejos el balanceo de las olas. El ir y venir de la camarera me trajo de repente el recuerdo de Paula y nuestro inminente encuentro en el restaurante Matiz. Obsesionado ya con las señales de la vida consulté información en Google sobre su nombre.

Google, que lo sabe todo o casi todo, me proporcionó la información de que el nombre de Paula tiene un origen latino. Es la variante femenina de Pablo, que deriva del vocablo “paulu”, que significa “pequeño”, “humilde”. Al parecer, este nombre consiguió una gran difusión con el auge del Imperio Romano y, desde entonces, es uno de los más populares en todo el mundo. Automáticamente relacioné Pablo con Paula, y nuestra más que posible afinidad profunda y natural, lo que conlleva similitud, amor, romance, relaciones platónicas, comodidad, intimidad, sexualidad, espiritualidad y confianza.

Mi maravilloso helado de limón y turrón llegó muy rápido. Mientras lo saboreaba tranquilamente, continué analizando la información que me proporcionaba míster Google acerca del nombre de Paula: una mujer alegre y optimista, de gran sonrisa y simpática. Además, destaca por su sociabilidad y extroversión y una gran capacidad para conversar con la gente y enterarse de todo lo que pasa a su alrededor.

Según iba leyendo sobre los atributos que lleva implícito el nombre de Paula, imaginaba ya un claro y esplendoroso futuro junto a ella. Que fuera una persona honesta, a la que le gusta decir siempre la verdad, me parecía la mejor cualidad que podía tener una chica; y que, además, supiera guardar bien los secretos e intimidades —algo que conlleva el poder confiar plenamente en ella— hacía que me entusiasmara con el gran sueño de compartir con ella el resto de mi vida.

Mientras degustaba mi riquísimo helado de limón y turrón, leía que el nombre de Paula es propio de una personalidad bastante discreta y reservada con su vida privada. ¡Bien! —exclamé para mis adentros— Esto también me gusta mucho. Las personas que todo lo cuentan me dan poca confianza; de ahí el dicho popular de “El que trae, lleva”.

En el terreno laboral, Paula también superaba todas mis expectativas. Y es que, el nombre inclina, al parecer, hacia una personalidad muy exigente y disciplinada, que no le importa trabajar duro para conseguir sus metas. También hacia la proactividad, por lo que siempre está en continuo aprendizaje. Un aspecto muy positivo que la empuja a asumir responsabilidades en su trabajo, llegando a alcanzar puestos de gran relevancia. Su gran capacidad de observación — lo que hace que no se le escapa ni el más mínimo detalle—, le hace destacar en profesiones relacionadas con la ciencia o la investigación.

En el terreno amoroso las perspectivas también me resultaban muy halagüeñas. Y es que el nombre de Paula conllevaba una personalidad romántica y apasionada. Cuando Paula se enamora, lo hace para siempre. Suele ser mujer de un solo hombre, con el que buscará formar pronto una gran familia. Tiene un sentido maternal muy desarrollado y se volcará plenamente en el cuidado de sus hijos, a los que educará con gran ternura.

 ¡Fantástico! ¿Puedo pedir algo más? En fin, creo—concluí— que el destino ha querido que yo, Pablo y ella, Paula, seamos concitados para conformar una única partícula cuántica, átmica y espiritual.

Seguía tomando mi delicioso helado de limón y turrón, tratando de asimilar la información que me proporcionaba el conocido buscador sobre el nombre de Paula, al tiempo que contemplaba la inmensidad del mar. No cabe duda — me dije— que el mar es para los sentidos. Te permite contemplarlo, escuchar su voz, unas veces ronca, otras sedosa; también acariciarlo mientras se cuela entre tus dedos, aspirar sus aromas e, incluso, degustar ligeramente su salitre. Qué bien entendió el poeta chileno Pablo Neruda la magia marina al escribir: “No sé si aprendo música o conciencia“.

¡Paula! ¿Y si fuera ella el amor de mi vida? —me pregunté.

El susurro del mar me traía su recuerdo, el recuerdo de una chica madrileña de tez blanca y pelo negro, media estatura, cándida, alegre y juvenil. Su profundo amor por el pequeño Danko, de raza Shih Tzu, lo dice todo de ella. Aunque yo no tengo ni he tenido animales, valoro mucho a las personas que los tienen. Hablan mucho y bien de su personalidad y actitud ante la vida. Me impactó en su día un comentario de un compañero de la Facultad sobre el amor que él profesaba hacia los animales. Hasta que no hayas amado a un animal —me afirmó, citando al escritor y premio Nobel de Literatura Anatole France —una parte de tu alma permanecerá dormida”. Luego, me apostilló citando al filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, que “La compasión por los animales está íntimamente asociada con la bondad del carácter y puede ser afirmado que el que es cruel con los animales no puede ser un buen hombre”.

Así que, Paula debe ser una buena chica, sensible y estable emocionalmente. Además, es de valorar su inteligente sentido del humor, su amabilidad y madurez personal a pesar de su juventud. Es verdad que no le ha dado por la locura de la informática como a mí, pero alguna vez me ha comentado que uno de sus hobbies, además de cuidar amorosamente a su perrito Danko, son los videojuegos y la informática. Creo que no está nada mal para empezar. ¡Pues qué más puedo pedir de ella! Ahora empiezo a darme cuenta de que, seguramente, Paula, ha de tener un papel protagonista en la siguiente parte de la novela de mi vida.

Con estos pensamientos sobre Paula regresé a mi casa. Tenía que arreglarme y disponerme con mis mejores galas para este encuentro. Se suele decir que la primera impresión influye mucho, así que, me pareció imprescindible dedicarle cierto tiempo en ir bien arreglado a esta primera cita.

 —Hijo —me dijo un día mi padre Alexandre— como aconseja el eslogan de un conocido anuncio publicitario de perfumes— en las distancias cortas es cuando un hombre se la juega.

—Sí, claro —comenté para mí— oler bien es una estupenda carta de presentación, una de las mejores cosas que puedo hacer para causar una grata impresión a Paula. En esto, como en casi todo, las chicas son extremadamente exigentes. Y me da que Paula lo es. Intuyo que es de las que no deja pasar el mínimo detalle. No hay que olvidar —reflexionaba conmigo mismo— que el olfato transmite mucha información al cerebro, por lo que no puedo permitir que un olor inadecuado pueda impedir que nuestro futuro como pareja no llegue a buen puerto. Por lo demás, trataré de ser con ella yo mismo, por lo que nada de presentar la mejor versión de mí. Sé que no soy un seductor nato. Mis escasas relaciones con chicas han sido muy fugaces y ninguna de ellas me han hecho sentir que fueran el amor de mi vida.

 —¿Y si Paula fuera mi primer amor? ¿Y si con Paula llegara a descubrir la pasión del primer amor? ¿Y si Paula fuera la mujer de mi vida?

—Mamá, mamá —grité nada más entrar por la puerta de la casa— ¿Qué raro? ¿Dónde habrá ido? ¡Vaya, por lo que se ve no está aquí! ¡Pues, qué lástima! ¡Deseaba tanto su aprobación! Bueno, qué se le va a hacer, ya soy mayorcito y tendré que arreglármelas yo solito.

Pablo Martín Allué

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