Acalanda bailar en un charco

YO, ABO. Capítulo 20: El factor Paula.

Me desperté con la sensación de haber descansado profundamente pasadas las nueve de la mañana. Al principio, durante los primeros minutos del despertar me encontraba totalmente desorientado y sin saber qué día era y dónde estaba. Luego, poco a poco, empezó a disolverse mi estado de confusión, fruto probablemente de una profunda “borrachera de sueño”.

A esta hora el Sol comenzaba a despuntar en el horizonte y, aunque la ciudad de Málaga amanecía algo nubosa, mi espíritu lo hacía soleado, entusiasmado, revitalizado, vibrante, lleno de energía y vitalidad. Un primer pensamiento llegó a mi mente: Paula. ¡Paula! —exclamé para mis adentros—, una chica honesta, discreta, proactiva, responsable, alegre y amorosa.

En estos primeros instantes de mi despertar todavía había cierta confusión en mi mente, incapaz de distinguir si mis recuerdos relacionados con Paula eran  realidad o sueño. ¡Qué más da! —me dije— Como cantan lo de Jarbe de Palo: ¿Qué hay de malo en perseguir los sueños? ¿Qué hay de malo en soñar despierto?; y, como ellos, yo también empiezo a creer en los sueños infinitos; aquellos que tienen los niños; los que se acarician con los dedos; los sueños con nombre propio: Paula

Cuando me despabilé bajé rápidamente hasta la cocina para desayunar. Encontré a mi madre hacendosa, como siempre. Notó al instante que el día de ayer me había ido muy bien por mi manifiesto estado físico, mental y emocional eufórico.

—Hola, mamá —fue mi saludo de reencuentro tras muchas horas sin saber nada de ella y ella de mí.

—Buenos días, precioso. ¿Cuánto tiempo sin saber nada de ti? Pareces un “huido en combate”. Bueno porque no fumas que si no hubiera pensado que te habías ido a por tabaco con la intención de no volver nunca jamás.

—Vaya, pues yo tendría que decir lo mismo de ti. Me sorprendió mucho no verte ayer en casa cuando regresé de mi paseo por la playa. Te eché mucho de menos. ¡Jo! me hubieras sido de mucha utilidad para aconsejarme sobre el mejor vestuario para estar a la altura en mi primer encuentro con Paula.

—¡Vaya! Me encontraba con mi amiga Laura. Me pidió que quedáramos antes para contarme algunas cosas muy personales.

—¿Cómo cuáles, mamá?

—No puedo decírtelo, cariño. Lo siento. Son “top secret”. Bueno y tú: ¿qué tal te fue ayer con Paula?

—Muy bien, mamá. Sabes, tenías mucha razón. Paula es una chica estupenda. Lo pasamos muy bien. Le agradecí su precioso y magnífico regalo. Por supuesto, le invité a cenar.

—Es que era lo mínimo que podías hacer, después de haber tenido contigo ese detallazo.

—Sí, claro. Pero es que hoy las cosas han cambiado mucho. La relación entre chico y chica ya no es igual que cuando tú conociste a papá. Hoy puede resultar un poco arcaico lo de que el chico pague en un restaurante. Pero, bueno, creo que sí, que tienes razón y en este caso qué menos que invitarla a cenar en un buen restaurante.

—Bueno, bueno, pues cuenta, cuenta, principito, qué me tienes en ascuas. ¿Cómo te fue ayer?

—¡Uff, mamá!. Fue maravilloso. ¡De película! El inicio de una gran amistad. Pase lo que pase siempre nos quedará Matiz.

—Me alegro mucho, hijo. Creo que Paula puede ser para ti un factor muy importante de estabilidad. Es que últimamente te veo bastante confuso, cariño. Pero, venga, no te quedes con la canción dentro. Cuenta, cuanta, que soy todo oídos para ti.

—Te daré los detalles de nuestro encuentro en otro momento. Es que, ahora, como me dices, me encuentro algo confuso. Puedo adelantarte que ayer surgió algo importante entre los dos.

—Pues… ¡fantástico! Y, oye, le comentaste lo de tu intención de hacer el posgrado fuera de España durante una larga temporada.

—No, mamá. Esto no se lo dije.

—¿Por qué?

—Porque tenía miedo de romper la magia y el encanto de una noche inolvidable y maravillosa.

—Lo comprendo. Pero, tarde o temprano, se lo tendrás que decir.

—Sí, mamá, pero es que ahora me han vuelto a surgir algunas dudas, pero en sentido contrario.

—¿Qué quieres decirme con que te han surgido dudas en sentido contrario?

—Que ahora estoy dudando de si me conviene emprender este viaje.

—¿Y qué te ha hecho cambiar de opinión tan de repente? ¿Paula, quizás?

—Sí. Paula, quizás, mamá.

—Bueno, hijo, nunca es tarde si la dicha es buena. Ya sabes que papá y yo no vemos claro lo de tu viaje a California. Pero es que te veíamos tan seguro de tu decisión….

—Sí, mamá, lo estaba, esto es verdad. Pero ahora, no sé, quizás estaba equivocado. Quizás me dejé llevar por un supuesto mensaje de mi corazón que yo creía real. No sé, quizás, mi decisión precipitada de volverme a Málaga, a resultas de un sueño enigmático y una serie de señales, no haya sido más que producto de mi mente confusa, tras un año muy intenso y exigente. 

—Sí, puede ser. Esto nos ha pasado a todos alguna vez. A sí que te vendrá bien seguir descansando con nosotros aquí en Málaga todo el tiempo que desees; y luego, cuando te recuperes, podrás retomar con fuerza tu formación sin tener que hacer un viaje tan largo como el que tenías previsto hacer, que te obligaría a estar fuera de tu familia y tus amigos durante mucho tiempo. Ya sabes que papá regresará de su viaje de Portugal para el viernes, lo más tardar el sábado.

—¡Qué bien! La verdad es que tengo muchas ganas de verle.

—Yo también. Le estoy echando mucho de menos. Y ahora, jovencito, es hora de reponer fuerzas. Te propongo abrir boca un riquísimo zumo de naranja recién exprimido por las manos de la mejor madre del mundo, según tú, claro.

—No lo dudes, mamá, que lo eres. Y, además, la mejor amiga.

—Bueno, esto quizás hasta ahora. No sé, no sé, pero creo que este puesto de mejor amiga pronto pasará de la posición 1 a la posición 2.

—Ja, ja, ja…mamá, mira que hilas siempre fino.

—Bueno sobre este extremo corramos un tupido velo. Después del zumo de naranja te puedo ofrecer una tortilla francesa bien pasada con taquitos de jamón serrano, como a ti te gusta. También puedo ofrecerte nueces y una ensalada de tomate.

—¡Ummm!, ¡Qué guay! Todo muy rico mamá. La verdad es que me he levantado hoy con mucha hambre, y muchas ganas de vivir.

—Es lo que tiene el amor, hijo. Pero, venga a comer. Yo tengo una agenda muy intensa, ¿y tú?

—Pues yo también, mamá. Después de desayunar y arreglarme me gustaría darme un paseo por la playa para despejarme un poco; después quiero encerrarme durante toda la mañana para ver mis correos y trabajar un poco con el ordenador, que lo tengo abandonado desde hace muchas horas, ya no sé ni cuántas. ¡Ah!, también tengo intención de llamar a Valeria, a ver cómo se encuentra.

—Me parece genial, hijo. Me parece un buen plan. 

En torno a este desayuno tan nutritivo mi madre y yo seguimos conversando sobre el amor y mis inquietudes personales y profesionales en un tono muy distendido. La percibía mucho más tranquila, tras conocer mi cambio de opinión sobre mi loca decisión de emprender un viaje al “país de nunca jamás”. También la veía feliz, al escuchar mi confesión sobre mi posible inicio de una relación seria con Paula, una chica a la que ella estimaba y a la que consideraba “un factor”; un factor para el equilibrio de mi vida mental y emocional. ¡Por fin, ¡mi Pablo, mi niño bonito, ha sentado la cabeza! —adivinaba en su rostro con una franca sonrisa, esbozada a cada instante.

En ese momento me hubiera gustado comentarle mi reciente sueño o realidad con la abuela Julia a través de mi ordenador, pero no me atreví. No quería que se preocupara por mí, convencida de que estaba enfermo.

—Pues, nada, mamá. Vamos a por el día. Y ya sabes que hoy puede ser un gran día, plantéatelo así, como canta tu querido amigo y cantante favorito, Serrat.

ؙ—Claro, hijo, vamos a por él. Que hoy puede ser un gran día, si nos lo planteamos así.

Me sentía pletórico de energía y vitalidad. El mundo me estaba sonriendo, y yo le sonreía a él. Empezaba el día “pisando fuerte”, como un capitán de mi propia vida, como el verdadero artífice de mi propio destino. Sabía, ¡por fin!, lo que quería para mi vida y, encima, contaba con un “factor”: el “factor Paula”, el amor de mi vida, la persona que yo creía que sería mi compañera de vida. En fin, me sentía como Gene Kelly en “Bailando bajo la lluvia”, uno de los mejores musicales para mí de todos los tiempos. No es de mi época, pero desde que la vi por primera vez por razones de “cultura cinematográfica”, me enganchó de tal manera que la tengo dentro de mi repertorio de grandes películas. Además, me ha servido en tantas ocasiones para salir de tantas “depres”. La escena central de esta peli, cuando Gene se despide de su novia y luego se pone a bailar bajo la lluvia, considero que es una pasada. Es todo un canto a la vida. Me ha inspirado tanto que, incluso, en alguna ocasión yo mismo me he puesto a bailar bajo la lluvia a lo Gene Kelly.

No me considero un cinéfilo pero esta peli es para mí lo más de lo más. Me he interesado mucho por los pormenores de esta célebre escena. Al parecer, en el guion original no estaba prevista. Una curiosidad sobre ella es que mi amigo, Gene Kelly, la rodó con 39 grados de fiebre. Al parecer, pertenece a la leyenda que Kelly rodó la canción entera en una sola toma, gracias a varias cámaras situadas en diferentes lugares predeterminados; sin embargo, en realidad la secuencia tomó entre dos y tres días. Otra en torno a esta inolvidable escena es que los efectos de la lluvia se realizaron mezclando agua y leche, para un mayor efecto visual en la cámara; sin embargo, el efecto visual deseado se consiguió, aunque con dificultad, gracias a efectos de contraluz.

Pues eso, había tomado la decisión de que este sería un gran día y que lo viviría con el mismo entusiasmo que Gene Kelly, a pesar de mi sueño o realidad con la abuela Julia. Así que, tras el desayuno, me arreglé y salí pitando a respirar aire puro, pisando fuerte.

—¡Hasta luego, mamá! Nos vemos en un ratito.

—¡Hasta pronto, cariño! Pásalo bien.

Pablo Martín Allué

0 comments on “El factor Paula

Gracias por comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.