Acalanda El Quijote y Dulcinea

Se ha dicho que todo o casi todo está en El Quijote. Y es que en él encontramos todos o casi todos los aspectos de la experiencia humana: la vida, la muerte, la realidad, los valores humanos, el amor, la música, la literatura, la medicina, la educación, la gastronomía, etc. Aunque esta novela fue escrita en un periodo concreto —el Siglo de Oro Español— su universalidad y atemporalidad radica, no sólo en su maestría literaria —El Quijote está considerada como la primera novela moderna— y la pluralidad de temas universales que aborda, sino también, al igual que la Biblia, como guía espiritual y moral que puede ayudarnos a encontrar respuestas para nuestras vidas.

Acalanda El Quijote y Dulcinea

Pues bien, si, como acabo de comentar, todo o casi todo está en El Quijote, cabe preguntarse si también lo está la Navidad, la eterna Navidad. Y, sí, efectivamente, como pueden imaginarse, sí lo está… ¡Hasta en nueve ocasiones se alude al gran misterio de la Navidad en la obra magna de Cervantes! Esto no debería de sorprendernos en principio porque, como bien sabemos, la literatura de Cervantes, fruto a su vez de una compleja situación religiosa, contiene una gran cantidad de elementos relacionados con la religión.

De un modo claro y directo, Cervantes se refiere al nacimiento de Jesús —momento crucial para la fe cristiana —en los capítulos XII y XXXVIII de la Primera Parte, citando incluso, literalmente, textos evangélicos.

En el capítulo XII, “De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote”, Cervantes alude al Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo de este modo: “Olvidábaseme de decir cómo Grisóstomo, el difunto, fue grande hombre de componer coplas; tanto, que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo”.

Y en el XXXVII, “Donde se prosigue la historia de la famosa infanta Micomicona, con otras graciosas aventuras”:Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: Gloria sea en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos fue decirles que, cuando entrasen en alguna casa, dijesen: Paz sea en esta casa”.

Además, Cervantes, vuelve a referirse al misterio de la Navidad en otras siete ocasiones, si bien indirectamente. Como curiosidad, en estas referencias, así como en el conjunto de la obra, no aparecen palabras claves como Nochebuena, Navidad y Belén Tampoco, las de incienso y mirra. Sin embargo, sí aparecen: ángel/les (19 veces), estrella/s (38), pastores (42), portal/les (5), villancico (1), nacimiento (12), autos (1), gloria (51), adorar (4), oro (627 veces), Dios (621), reyes (47) magos (5) y oriente (4).

Escribió mi admirado y recordado amigo cervantista, José Rosell Villasevil, que, un año, en los días previos a las fiestas navideñas, que marcan un hito en la historia de la Humanidad desde hace más de dos milenios y convierten la oscuridad del solsticio de invierno en luminosa estrella de cultura esperanzadora, mantuvo una pequeña charla con un selecto grupo de amigos bajo el título de “Las navidades de Miguel de Cervantes”.

En esta charla, José Rosell recordaba que las navidades para Cervantes nunca llegaron a ser idílicas ni por asomo. Había pasado más de diez Nochebuenas alejado de su familia por diferentes motivos: Roma, Los Tercios, Lepanto, hospital de Mesina, Corfú, Navarino o Túnez. Luego, en el año 1580 —tras ser liberado del cautiverio de Argel— las pasó, por fin, en Madrid con sus padres, ya ancianos, y sus “doncellas” hermanas, con pocos recursos. La familia vivía por entonces en la calle Leganitos —extrarradio madrileño—, con fuentes cristalinas y alborotadores azacanes, aficionados al líquido báquico y tabernario.

En este contexto, Cervantes debió de sufrir mucho —concluyó Rosell su disertación— durante la primera cena de la Noche de Navidad tras su regreso a casa viendo a sus padres ancianos y desvalidos, y a sus hermanas ajadas y atribuladas.

Hoy, a todos nos gustaría imaginar una escena bien distinta; la idílica escena en la que don Miguel, alzando una copa de vino junto a sus seres queridos, exclama: Gloria sea en las alturas, y paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”.

José Antonio Hernández de la Moya

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