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El código oculto de “El Quijote”

La pluma es lengua del alma; cuáles fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos.

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Siempre intuí que bajo la superficie de “El Quijote” se escondía un tesoro de incalculable valor. Es verdad que Cervantes no nos dibujó un mapa parecido al de la “Isla del tesoro” parecida al de Tito Robertson (Robert Louis Stevenson), pero nos dejó innumerables pistas literarias para encontrarlo. Una de estas pistas la hallamos en el capítulo II (“Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote: Dichosa edad y siglo dichoso”): “Dichosa edad y siglo dichoso aquel adonde saldrán a luz las famosas hazañas mías, dignas de entallarse en bronces, esculpirse en mármoles y pintarse en tablas, para memoria en el futuro”.

Hasta la fecha “El Quijote” es una de las obras más estudiadas y analizadas de la literatura universal, pero, al mismo tiempo, la menos comprendida. El propio autor sigue siendo un enigma en sí mismo. Sobre él se ha especulado acerca de su  lugar de nacimiento —hoy sigue el debate sobre si nació en Alcalá de Henares o en Alcázar de San Juan— su condición religiosa —el catedrático de la Universidad de Lausana, Leandro Rodríguez, sostiene que Cervantes nació en 1549 en el seno de una familia de judíos conversos de las muchas afincadas en la comarca zamorana de Sanabria— o si la región de La Mancha, donde desarrollaron las grandes hazañas sus principales protagonistas, Don Quijote y Sancho, no es más que un guiño para “memoria en el futuro” de su origen “manchado” es decir, impuro o marrano, de no de cristiano viejo de su linaje.

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En efecto, innumerables ensayos, textos de toda índole y autores de todo el mundo han analizado con la precisión de un cirujano de reconocido prestigio el lenguaje, el estilo literario, la ironía cervantina y otros tantos aspectos de esta obra magna de Cervantes; sin embargo, llama la atención el que pocos se han centrado en el estudio de las posibles claves ocultas que encierra —en su lectura más profunda— un lenguaje hermético, esotérico y místico. La escritora y ensayista francesa Marie-Louise Labiste (Dominique Aubier), afincada durante muchos años en la localidad andaluza de Carboneras y autora de la obra “Don Quijote, profeta y cabalista defiende, tras cincuenta años de estudio de la novela una interpretación esotérica, viendo en ella un código secreto o codificado basado en la cábala judía.

El Quijote (El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha) fue publicado el 16 de enero de 1605, por la modesta imprenta madrileña de Juan de la Cuesta, con muchas erratas y una tirada inicial de 1800 ejemplares, de los que hoy se conservan una treintena. La segunda parte vería la luz diez años más tarde, exactamente el 31 de octubre de 1615, una vez tasada por Hernando de Vallejo, escribano de Cámara del Rey, siendo dedicada por Cervantes al Conde de Lemos. De este modo se completaba el círculo del texto literario más importante de la literatura española; también, según el escritor ruso Dostoievski, la obra de ficción más sublime y fuerte, la suprema y más alta expresión del pensamiento humano.

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Pues bien: ¡La primera en la frente! El propio Cervantes nos aclara que él no es el autor de esta obra, sino el lector de una traducción cuyo artífice es el historiador arábigo y manchego, Cide Hamete Berengeli. Se trata indudablemente de una habilidosa pirueta literaria para dar mayor credibilidad a la obra, haciendo creer al lector que don Quijote fue un personaje real y que la historia podría tener cierta antigüedad, algo que lógicamente no es posible porque presenta diversas incongruencias temporales.

Se ha elucubrado ampliamente sobre el significado del nombre de este supuesto autor de El Quijote. Para la cervantista, Dominique Aubier, Cide (procedente del árabe “sid”, señor) es “Jefe Santo”; Hamete (procedente, según algún hispanista, de “Admad”) con el significado “De la Verdad”; y, Benengeli (sobre el que no existe un acuerdo generalizado) para designar al “Hijo de los ángeles”. En fin, este y otras muchas señales nos hacen sospechar que estamos ante un código oculto, por lo que —según Dominique Aubier— para el más profundo entendimiento de “El Quijote” habría que conocer bien tres idiomas: el hebrero, el árabe y el de las leyes espirituales. 

Y es que, cuando nos adentramos mediante una lectura profunda de esta magna obra de Cervantes, apreciamos que existe un doble sentido, una doble lectura dirigida a dos públicos completamente diferentes. La primera —apreciada en la superficie— nos muestra lo aparente a través de un relato bien construido, orientada al entretenimiento y repleta de conocimiento, sabiduría, ironía y sentido del humor; la segunda —que sólo puede apreciarse en las profundidades oceánicas—orientada al descubrimiento de las más altas verdades espirituales. Cervantes, nos lo adelanta por medio de un pasaje bastante oscuro —hermético—en el prólogo de la novela. Dice: «Porque, ¿cómo queréis vos que no me tenga confuso el qué dirá el antiguo legislador que llaman vulgo cuando vea que, al cabo de tantos años como ha que duermo en el silencio del olvido, salgo ahora, con todos mis años a cuestas, con una leyenda seca como un esparto, ajena de invención, menguada de estilo, pobre de concetos y falta de toda erudición y doctrina?»

No debe sorprendernos el que Cervantes ideara una obra compleja para lectores de “dos velocidades”. Precisamente, el Siglo de Oro español fue rico en conocimientos herméticos que eran conocidos y divulgados por medio de la mitología. De ahí que muchos textos de aquel periodo contienen dos niveles de lectura: uno superficial «a sobre peine», y otro más interior y profundo «meditado y rumiado bien”; “una dirigida al vulgo, y otra al discreto lector». Ese último lector—el lector discreto— necesita, al igual que el autor, ser un iniciado en el campo del conocimiento hermético y también de la cábala, para que las claves que ofrecen dichas obras sean comprendidas.

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Tampoco debe sorprendernos que Cervantes, al igual que don Quijote —creado a su imagen y semejanza en muchos aspectos— fuese un judio converso que, junto con toda su familia, se vio obligado a adoptar la ortodoxia católica para no ser expulsada por la ordenanza de los Reyes Católicos un siglo antes, momento en el que los historiadores consideran que en España existían cerca de 200.000 judíos, marchándose unos 50.000.

Así que, debido a su procedencia es altamente probable que Cervantes fuese un gran conocedor de la Cábala («Kabbalah»:»Lo que es recibido». Lo que es recibido del Uno y de los Maestros). Un tesoro de enseñanzas secretas del antiguo Israel, transmitido oralmente de maestro a discípulo. Un conocimiento y entendimiento que le habría permitido a Cervantes alcanzar una profunda visión de carácter espiritual. A este respecto, parece evidente el significativo guiño que hace a sus lectores en el inicio del prólogo de la obra con esta enigmática reflexión: “Desocupado lector: sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso. el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse”.

¡Hijo del entendimiento! Pero, ¿A qué entendimiento se refiere Cervantes? Para la cervantista escritora francesa, Dominique Aubier, no cabe la menor duda de que Cervantes se estaba refiriendo a la obra el ZOHAR o LIBRO DEL ESPLENDOR RADIANTE, de Moshé (Moisés) de León (1250-1305), seguidor de las enseñanzas de Simeón ben Yohai,el gran maestro del siglo II: una fuente inagotable de enseñanzas, un tesoro de valor incalculable de la tradición esotérica hebrea. Por lo tanto, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”, fue escrito por Miguel de Cervantes repleto de simbolismo—observable en los personajes principales, ceremonias o las palabras— como una guía de iniciación e indicador del camino a seguir para alcanzar la comunión espiritual con Dios.

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En “El Zohar” está escrito lo siguiente: «La Escritura sólo revela sus misterios a sus amantes. Los no iniciados pasan por su lado sin ver nada, pero se digna a mostrarse por un breve instante a quienes tienen dirigidas sus miradas, el corazón y el alma hacia la bien amada Escritura». Don Quijote —protagonista principal de la novela y hoy, tras cuatrocientos años, considerado como el más famoso personaje literario de todos los tiempos—es uno de estos iniciados o amantes de la Escritura Sagrada; el valedor de una doctrina oculta, procedente de la sabiduría hermética y la tradición cabalística de la que su creador, Cervantes, era un gran iniciado.

“Enderezar entuertos y desfacer agravios”— principal hilo conductor de la obra— es la misión fundamental de don Quijote para una lectura exotérica y superficial; sin embargo, para otra esotérica y profunda, supone la unión mística con la divinidad. Un gigantesco propósito, por cierto, repleto de peligros, obstáculos, sufrimientos, contratiempos y fracasos de toda índole que ha de superar. El apodo de Caballero de la Triste Figura que, graciosamente le puso su escudero Sancho después de “mirarlo un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante”, viene a decirnos que lo realmente importante en el hombre es la virtud, una cualidad del espíritu. El cuerpo —oropel efímero, sujeto al crecimiento y la decadencia, a los impulsos de la pasión y asiento del temor— es tan solo un medio transitorio para alcanzarla. Una visión que encaja perfectamente con el precepto bíblico del evangelio de San Juan que dictamina que “el que tiene apego a la vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo la conservará para la Vida eterna”. Así que, don Quijote, para realizar su camino iniciático con el fin de ganar la Vida eterna, cambiará primero su nombre —el de Alonso Quijano—;luego emprenderá un largo viaje de autodescubrimiento y desapego, afrontando innumerables aventuras y batallas, no para vencer a nadie ni a nada, sino a sí mismo, es decir, al ego; y, finalmente, una vez consumada la misión —¡consumado es! en expresión de Jesús antes de expirar en la cruz— su cuerpo morirá para alcanzar la inmortalidad.

Uno de los paisajes más analizados de la novela es” El discurso de la Edad Dorada (I-XI). Muchos cervantistas han visto en él la clara influencia del humanismo de Erasmo de Rotterdam y la obra “Utopía” de Tomás Moro. Don Quijote se refiere a su época como “Edad del Hierro” en contraposición con la “Dichosa edad y siglos dichosos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”. Una edad del “poderoso caballero es don Dinero”—acertada expresión de Quevedo (coetáneo de Cervantes) que ha llegado hasta nosotros como parte del acervo popular— en contraposición de la idílica isla descrita por Tomás Moro donde sus habitantes destacaban por sus virtudes. En este sentido el legado vital de don Quijote es una buena mezcla de humanismo y utopía. El legado de la búsqueda y el encuentro con Dios, inmanente en toda la Creación.

Pues bien, como Dios está inmanente en toda la Creación, don Quijote se fijará en doña Dulcinea (nombre procedente del latín “dulcis”—dulce— y del criego “melos”—melodía— del Toboso (de las palabras judías Top—bueno— + sob—secreto— “El secreto del bueno”). Don Quijote se encomienda a doña Dulcinea del Toboso antes que a Dios con tanta gana y devoción-observa Sancho-como si ella fuera su Dios. Mientras que su escudero Sancho, el cura y el barbero ven en ella tan solo una campesina sin belleza, bruta, fea e inculta, don Quijote aprecia en ella la Shejinah (palabra hebrea que significa “presencia divina”), es decir, la encarnación femenina de la divinidad.

Don Quijote se considera así mismo rey (un rey es un conocedor de la Cábala judía) y su religión la caballería. “Todo eso es así —respondió don Quijote—, pero no todos podemos ser frailes, y muchos son los caminos por donde lleva Dios a los suyos al cielo: religión es la caballería, caballeros santos hay en la gloria” (2ª Parte. Cap. VIII). Se encomienda a su dama—doña Dulcinea del Toboso—de igual modo que los judíos lo hacen a la Shejinah: la esposa del rey, la madre, la gloria y conocimiento de Dios. Y lo hace a través del amor —un amor divino y no carnal—la meditación y el ayuno. Doña Dulcinea es, pues, un ideal, el más puro ideal que un caballero puede tener para entrar en contacto con Dios.

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Mientras que Don Quijote representa la búsqueda espiritual, Sancho Panza— de barriga grande, talle corto y zancas largas, así como analfabeto, hombre de bien, pero de muy poca sal en la mollera—el apego a los valores materiales. Ambos conforman un ser humano poético: el caballero y el escudero; lo humano y lo divino; el Cielo y la Tierra. Bajo el yugo o vínculo de un contrato cuya promesa es el gobierno de una ínsula y el pago de ciertos honorarios por las labores de escudero, ambos personajes vivirán muchas aventuras increíbles, de gran carga simbólica, hermética, cabalística y esotérica.

De este modo, la primera salida —Que trata de la primera salida que de su tierra hizo el ingenioso don Quijote—, en la que don Quijote desfigura una y otra vez la realidad que ven sus ojos, acomodándose a las fantasías de los libros de caballerías, es un claro ejemplo de momento iniciático, según la cervantista Dominique Aubier. “Y así —describe esta salida Cervantes— sin dar parte a persona alguna de su intención, y sin que nadie le viese, una mañana, antes del día, que era uno de los calurosos del mes de julio, se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante (Rocinante: Rotzin/Ritzon=La voluntad. Dicho de otro modo: El hidalgo caballero cabalga a lomos de su propia voluntad para cumplir una gran misión), puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza, y, por la puerta falsa de un corral, salió al campo con grandísimo contento y alborozo de ver con cuánta facilidad había dado principio a su buen deseo”.

Luego, guiado por una estrella, llega al atardecer de un viernes—momento en que empieza el shabat hebrero— a una venta. Don Quijote pide de yantar lo que haya. El ventero le responde pescado, justo lo que exige el ritualquenombra con cuatro nombres distintos, según las denominaciones regionalistas: Abadejo/Abadexo (Servidor de Dios); Bacalao/Becolo (La voz de Dios); Curadillo (Que lee tinta); Truchuela/Torachuela (Biblia que se esconde). Una vez que toma su comida espiritual, don Quijote vela armas como es de ley y al amanecer es armado caballero por su padrino el ventero, tras una previa y breve instrucción. Recibe la espada— símbolo del Verbo—, de una dama llamada Tolosa, palabra que leída de derecha a izquierda como lo hacen los hebreos es Azolot, es decir, la emanación de “El Verbo” y primer mundo de la secuencia sefirótica. Con este “solemne” acto, don Quijote quedaría oficialmente armado caballero para enfrentarse al mal.

La primera aventura —la inolvidable aventura de los molinos de viento—es también otro momento de gran carga simbólica. Los molinos —como acertadamente ha subrayado Dominique Aubier—sirven para moler el trigo: un alimento básico que representa según la Biblia el conocimiento esencial. Transformado en pan sería —según el Talmud—el conocimiento desarrollado, es decir, en el molino el conocimiento esencial sería transformado en explicaciones. Erguido sobre la colina para recibir el viento, el molino da la ilusión de movimiento, mecánico y de único sentido. Para un molinero del conocimiento esto es grave. Para Don Quijote estos gigantes no utilizan el conocimiento del espíritu más que para triturar el concepto de trigo. Tradicionalmente, se ha dicho que el molinero se queda con parte de la harina para beneficio personal. Esto es grave también—a juicio de Dominique Aubier— pues supone una pérdida del concepto recibido y una manipulación de la fuente original.

¿Qué son los molinos? ¿Qué hacen las aspas? ¿Por qué propician la caída de don Quijote? —se pregunta Dominique Aubier. Veamos.

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Los molinos de viento de la Mancha evocan la figura de un Papa, vestidos de blanco y con una mitra en la cabeza. Los molinos se disponen enfilados como los papas que han reinado en Roma. En este contexto, ¿A quién quiere atacar Don Quijote? Para Aubier: ¡A la Iglesia, en su punto más oficial y representativo! A su juicio es una clara crítica al dogmatismo eclesial. Don Quijote caerá arrollado por las aspas, sabedor que nadie puede enfrentarse al poder del Papa. Pero con ello no pretende hacer un alegato contra Dios, la fe o las diferentes iglesias, más bien de ser capaz de ver “lo esencial invisible al ojo”— en expresión del Principito— más allá de los dogmas impuestos por las religiones. En fin, de lo que se trata es de comprender “La Verdad”, última, profunda y única.

En la Segunda Parte del capítulo XXII —bien distinta a la Primera, con bastantes referencias al judaísmo, quizás al comprobar Cervantes que los censores no se habían dado cuenta de los muchos mensajes ocultos que conllevaba—, “Donde se da cuenta de la grande aventura de la cueva de Montesinos, que está en el corazón de la Mancha, a quien dio felice cima el valeroso don Quijote de la Mancha”, es otra gran escena de historia de iniciación.

De nuevo, de la mano de Dominique Aubier, podemos comprender lo que significa esta cueva de Montesinos. En la antigüedad, una cueva era el lugar de iniciación por excelencia. Luego, lo sería el templo. En ambos casos, estos lugares representan el corazón del hombre, es decir, el lugar de la revelación, el centro del Ser y la fuente de la más profunda intuición.

Curiosamente, en muchos textos la iniciación surge por la ascensión de una montaña, seguida de un descenso a una cueva que hay en ella. Es verdad que la cueva de Montesinos no se halla en una montaña, sino en Montiel, es decir, “El monte de él”( De Dios en hebreo). Don Quijote desciende a la cueva de Montesinos, que evoca la idea del “Monte del sino”, esto es, del destino, de la rueda inferior o infernal.

¿Y qué decir de la patria de don Quijote? ¿Qué decir del enigmático lugar que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha?

El comienzo de la obra, grabada a fuego en el imaginario colectivo dice que “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor”. Como bien sabemos, sobre el lugar de la Mancha de donde procedía don Quijote han corrido muchos ríos de tinta. Dominique Aubier nos aclara que en la primera edición no se escribe “Mancha” sino “Macha”, algo que fue considerado como una errata de imprenta, que sería subsanada en las siguientes ediciones. Pero —según esta insigne cervantista—quizás no fuera una errata ya que la palabra “Macha” alude a un lugar del mesianismo.

En efecto. La doctrina hebraica ha definido dos puntos dentro del mesianismo: El de José que muestra el mensaje simbólico y el de David que lo explica. El burro negro y el burro blanco, respectivamente, según la tradición cabalística. Desde esta perspectiva, Cervantes sabe que está en un lugar determinado de la Macha: la del visionario, la del burro negro. La primera parte de la obra sería, pues, la de José, la del burro negro, del mensaje simbólico; la segunda, la de David, la del burro blanco, la que hace pedagogía explicando el mensaje simbólico.

Conforme, pero: ¿Y todo este empeño para qué? ¿Cuál es el objetivo de todo este esfuerzo creativo? Veamos.

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En la primera parte, Cervantes nos describe al personaje de don Quijote por su dieta. Resulta curioso que sólo tenga en cuenta los tres últimos días de la semana: los viernes lentejas; los sábados duelos y quebrantos y los domingos algún palomino de añadidura. ¿Algún mensaje oculto en esta descripción? Sí, sin duda.

Lentejas los viernes. Un plato que cocinó Jacob y comió Esaú a cambio de su derecho de primogenitura, para aludir a la religión musulmana.

Duelos y quebrantos (huevos revueltos con chorizo y tocino) los sábados, para aludir a la religión hebrea. Los llamados «cristianos viejos» lo llamaban también «la merced de Dios». Se trataba de una práctica culinaria de los nuevos cristianos para mostrar la validez de su conversión y no infundir sospechas, por lo que «duelos y quebrantos» refleja el dolor físico y moral de ingerir productos de cerdo.

Un palomino (representación del Espíritu Santo) de añadidura los domingos, para aludir a la religión cristiana.

Resulta que estos tres platos conformaban las tres cuartas partes de la hacienda del hidalgo. Lo que, a juicio de Dominique Aubier, viene a decirnos Cervantes que las tres grandes manifestaciones de “El Verbo” (religión musulmana, judía y cristiana, que vienen reivindicando su derecho a la revelación) podían quedar reunidas o reconciliadas en una sola unidad.

Don Quijote ve lo que los demás no ven, “porque están ciegos”, en el mismo sentido que lo expresó Jesús: “Aunque miran no ven y aunque oyen no escuchan ni entienden”.Sus encantamientos a ojos de la gente —presentes en toda la obra, que no le impedirán continuar con su misión—son la metáfora del hombre despierto, que no ha sucumbido al poder de Maya. El que ve con los ojos y los oídos del alma y entiende con el corazón.

Cervantes, como hombre curtido en experiencias extremas —conoció la guerra, el hambre, la prisión, el éxito y el desprecio— supo reflejar, a través de su alter ego don Quijote de la Mancha, en frases inmortales las circunstancias más variopintas de la existencia humana. Y lo hizo, no solamente desde la pura erudición y una excelsa técnica literaria, precursora de la novela moderna, sino con los ojos del alma. Afirmó concretamente: «La pluma es lengua del alma; cuales fueren los conceptos que en ella se engendraron, tales serán sus escritos».

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Por lo tanto, podemos inferir de este análisis sobre el código oculto de «El Quijote» que el principal propósito de Cervantes con su magna obra del “Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” es retirar de la diosa egipcia Isis su velo negro, salir de la cueva del filósofo griego Platón, despertar de la conciencia Maya (ilusión) del hinduismo y budismo o, dicho con lenguaje actual, sacar a la Humanidad de “La Matrix”, con la misma determinación de los grandes sabios, maestros, iniciados, despiertos y santos a lo largo de todos los tiempos.

José Antonio Hernández de la Moya

1 comments on “El código oculto de “El Quijote”

  1. Antonio Tegalsdo

    Una visión muy novedosa de don Miguel. Presumiblemente, don Quijote y don Miguel son la misma persona… en todo caso, los dos son hombres de LA MANCHA. Gran trabajo

Gracias por comentar

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