Julia y el Bosque - Acalanda

YO, ABO. Capítulo 31: La última carta.

Mari-Luz se dirigió rauda y veloz hacia la habitación de la casa destinada a sala de estudio. Su rostro denotaba plena satisfacción por haber llegado el momento apoteósico. No era para menos. No sólo había sido capaz de conservar a buen recaudo una joya preciosa de valor incalculable —la última carta de su amiga Julia provista de un lenguaje encriptado— sino también haber tenido la paciencia necesaria para esperar a revelar el secreto en el momento oportuno. Creo que a esto los políticos lo llaman “manejar bien los tiempos”. 

En esos estelares momentos de imaginados redobles de tambor, precursores de un descubrimiento muy especial, sentía que en mi interior se estaban removiendo una mezcla de emociones positivas con ingredientes de alegría, gratitud, serenidad, interés, esperanza, orgullo, diversión, inspiración, asombro y amor. Me sentía alegre y confiado por haber llegado a la convicción de que, por fin, las cosas eran exactamente como deberían de ser, y que estaba justamente donde tenía que estar. También me sentía agradecido con la vida por haberme puesto en mi camino a personas tan especiales como Mari-Luz. Además, a pesar de los muchos impactos emocionales que había vivido en las últimas horas, estaba disfrutando del bien de la serenidad —no hay nada tan grande como la serenidad— lo que me permitía sentir que estaba totalmente presente y consciente con respecto a todo lo que me estaba sucediendo. 

Dentro de mi sustancioso cóctel emocional era consciente del interés por todo lo que habría de venir, una emoción que me inspiraba, provocándome fascinación y curiosidad. Sabía que delante de mí tenía que sortear ciertos obstáculos no menores, pero, al mismo tiempo, mi interés por lo que tenía que encarar me mantenía despierto, vigorizado y vivo. Presentía que, próximamente, tenía que enfrentarme a circunstancias difíciles e, incluso, adversas, pero sentía que la esperanza -de la que también era consciente que operaba vivamente en mi cóctel emocional- me iluminaba como un faro de luz, reforzando mi creencia de que tenía que cumplir una importante misión. 

Mientras esperaba pacientemente la vuelta de Mari-Luz con la última carta de mi abuela Julia, seguía observando conscientemente el resto de las emociones que inundaban en esos momentos todo mi ser. Y en esta observación detecté mi orgullo por haber conseguido estar donde estaba. Ahora era consciente de que todo lo que era, había conseguido y llegaba a través de mí no eran productos de la casualidad, sino de la causalidad. Me sentía orgulloso, no sólo por haber conseguido mi sueño de graduarme como ingeniero informático de forma brillante, sino también haber permitido que mi corazón me guiara en post de un destino incierto, pero apasionante, algo que hasta cierto punto me estaba empezando a divertir. Sí, todo lo que estaba viendo últimamente me empezaba a divertir. Notaba como momento a momento mi rígida personalidad se tornaba cada vez más flexible, tan flexible como la hierba del campo y tan alegre como las flores de un jardín. 

Ciertamente, mi vida había entrado en una nueva etapa apasionante, en la que mi imaginación, creatividad y motivación se acrecentaban por momentos. Sentía que mi vida había cobrado sentido pleno, que yo percibía como una bocanada de oxígeno puro. Me sentía asombrado al reconocer la sensación de estar dirigido por alguien o por algo superior a mí mismo. Parecía que mi sexto sentido -el sentido del asombro-que hasta ahora estaba adormecido o latente se había activado plenamente para admirar las maravillas que por todos los lados y rincones nos ofrece la vida. En fin, sentía en esos momentos como nunca antes la fuerza del amor dentro de mí.

Mari-Luz regresó de la sala de estudio con un auténtico cofre del tesoro hecho a mano, de color marrón y con aspecto rústico, retro y vintage, con unas dimensiones aproximadas de 30x20X15. Tenía un candado y una llave. A simple vista se adivinaba que los materiales (madera, piel sintética y los adornos de metal) eran de alta calidad. Mi sorpresa era máxima, algo que no pasó desapercibido para Mari-Luz.

—Lo compré durante un viaje personal que hice a la Riviera Maya —me explicó. Tu abuela falleció en junio del año 2004 y yo realicé este viaje en noviembre de ese mismo año. Sentía que había tocado fondo y que necesitaba dar un giro completo a mi vida. Tanto la cultura maya como la tibetana me han atraído siempre mucho, como sabes. La Riviera Maya fue uno de los asentamientos de los mayas. 

—¿Y encontraste allí lo que buscabas? —pregunté a Mari-Luz, observando que ella tenía asido fuerte y amorosamente entre sus dos brazos, como si de un perrito faldero se tratara, su preciado cofre. 

—Sí. Aunque me lo planteé como un viaje de desconexión, se tornó en uno de iniciación. 

—¿De iniciación? —pregunté intrigado.

—Sí, de iniciación. Uno muy parecido al que tú estás a punto de iniciar. Sería muy largo de explicar. Creo que lo comprenderás mejor cuando lo experimentes por ti mismo. Puedo adelantarte que, además de encontrar este cofre de piratas donde guardo mis mejores joyas experienciales, me encontré a mí misma. Aquella experiencia me transformó completamente hasta el punto de que puedo confesarte que hubo un antes y un después en mi vida. 

—Ya. Lo que parece es que te ayudó a salir de aquel bache existencial.

—Sí. La muerte de tu abuela Julia fue para mí un torpedo en la línea de flotación de mi paradigma existencial. Lo tenía todo. Me refiero a todo lo que se puede comprar con dinero. Trabajaba para una gran empresa. Hacía viajes estimulantes. Había viajado por medio mundo, lo que me había permitido conocer a gente muy interesante. Pronto me iba a jubilar. Nada me ataba. Era libre y, con dinero y tiempo disponible, me iba a tomar el mundo por montera, pero….

—¿Pero…?

—Pero, al mismo tiempo, era consciente de que en las profundidades de mi ser había un vacío existencial. Comprendí que a lo largo de toda mi vida había sido una especie de Antoine Roquetín, el protagonista de “La náusea”, del filósofo francés Jean Paul Sastre, el cual se había dado cuenta que todo es sin sentido y sin fundamentación, un absurdo coloreado por el mundo de los hombres. Pero aquel año el mundo cambió para mí. Bueno, también para tu mundo, el de la informática.

—¿Sí? Pero: ¿En qué sentido?

—Verás. Tú por entonces tenías 8 años y ni por asomo podías vislumbrar lo que se estaba cociendo a nivel de tecnología informática. Bueno, yo, en realidad, tampoco. Esta es la verdad.

—¿Y qué se estaba cocinado por entonces, Mari-Luz?

—Se estaban cocinando muchos guisos y todos muy ricos. Te comento los diez más importantes. El primero es Gmail. Sí, Google consiguió ese año que el mercado del correo gratis avanzara en prestaciones y en calidad. Y no sólo esto, sino que, además, se nos acostumbró a hacernos a la idea de que “nuestra información reside en la red”, al modo de un disco duro virtual. Con esto, Gmail provocó la más moderna y benigna de las esquizofrenias: que innumerables usuarios se envíen mensajes a sí mismos con el fin de disponer de sus archivos desde cualquier sitio. 

—Algo que hoy ya se ha consolidado hasta llegar a ser de lo más habitual. ¿Y el segundo de los guisos?

—El segundo de los guisos es la cuestión de los blogs. 

¿Los blogs surgieron ese año?

—Podemos decir que el 2004 será recordado como el año en que internet dio voz a las personas. Hoy, ya, millones de ellas, con ayuda de herramientas sencillas, se han lanzado a la web para publicar sus diarios personales y ofrecer sus opiniones. Toda una gran revolución. De estos blogs han salido importantes influencers, tan importantes que incluso han llegado a ser más influyentes que los medios de comunicación tradicionales. El tercero de los guisos fue el Wimax. Como sabes, esta tecnología es una extensión de wifi que ha dado la puntilla al UMTS al conseguir mejores características técnicas.

—Sí, claro, sin duda. ¿Y el cuarto?

—El cuarto de los guisos lo ofreció nuevamente Google: Google Desktop Search. También como bien sabes, esta herramienta gestiona búsquedas y clasificación de información dentro del propio ordenador. Con ella consiguió resolver algunas carencias de Windows. El quinto son los agregadores RSS.

—¡Un importante avance, sí señor! Los agregadores de contenidos han conseguido cambiar de manera drástica el modo en que millones de usuarios acceden a la información todos los días. 

—Pues, además, este año se produce otra revolución relacionada con el cine. Se desarrolló el sistema DiviX, algo parecido a lo que en la música supuso las compresiones con el MP3. Y es que el DiviX ha hecho posible que una película ocupe tan poco espacio que se pueda mover a través de internet.

—Bueno, también que el usuario pueda bajar una película a su ordenador en un tiempo razonable. 

—Sí, claro, también. Otro avance fue el copyleft, algo que ha permitido que millones de personas tengan derechos a copias de contenidos para usos no comerciales. Esto, como sabes, ha promovido considerablemente el desarrollo de la cultura.

—Sin duda. Este avance ha conseguido que innumerables licencias musicales sean traducidas y popularizadas a muchos idiomas. 

—Pues otro de los grandes avances de ese año fue el Skype.

—Si. Algo que permite a un usuario de ordenador mantener una conversación gratuita con otros con una calidad telefónica. 

—¿Y qué me dices de la firma electrónica?

—¿Es que también se promovió este año?

—Sí. Desde entonces las empresas y el ciudadano ya disponen de servicios que agilizan el tráfico mercantil: pago telemático de tasas y tributos, Oficina de Patentes y Marcas, INEM, depósito de cuentas en el Registro Mercantil, relaciones con la Seguridad Social, visado digital en colegios profesionales, etc. Y bueno, para terminar, tenemos que hablar del Digital Gateways. ¿Sabes de qué te estoy hablando?

—Hombre, claro. Los Digital Gateways son unas cajas-puente entre el PC que cualquiera puede tener instalado en una habitación y los equipos de audio y video del salón.

—Así es. Pues este dispositivo, como bien sabes, es capaz de recoger cualquier archivo del ordenador de manera inalámbrica y reproducirlo en la televisión o en el equipo de música. 

—Por eso se dice que con este tipo de dispositivos la convergencia entre un PC y los equipos audiovisuales es total, y aún más con la expansión tan espectacular que han registrado las redes wifi.

—Bueno, pues ya ves, querido Abo, lo que supuso a grandes rasgos este año de 2004 a nivel informático, un año en el que tú eras aún un niño. Por cierto, se puede decir también que fue el punto de partida de la fiebre de las redes sociales o la economía de las relaciones. 

Tras la exposición sobre lo que supuso el año 2004 para la ciencia informática, Mari-Luz se dispuso a abrir el cofre pirata, primero depositándolo en la mesa baja del salón, lo que le permitió relajar sus brazos, y a continuación abriendo el candado con la llave que ya venía insertada en el mismo. La “joya de la corona”, es decir, la carta de mi abuela Julia, era el primer documento a la vista, lo que me llevó a pensar que Mari-Luz lo tenía todo preparado. Por un momento pensé que tendría que ponerse a rebuscar entre todos los documentos —que eran muchos— la carta de mi abuela, pero no fue así. Este detalle me confirmó lo que yo ya venía observando sobre la personalidad de Mari-Luz: que era una mujer muy organizada, que no dejaba nada al azar. Tomó la carta muy delicadamente y la abrió a continuación de un modo reverencial. 

—¿Quieres leerla tú directamente? —me preguntó ofreciéndome la posibilidad de que la leyera yo.

—Gracias, Mari-Luz, pero creo que debes ser tú quien la lea. Aquí cada detalle cuenta. Tú la llegaste a conocer muy bien, así que cuando la leas es como si la estuviera leyendo mi abuela, lo que me permitirá descifrar mejor el lenguaje que está más allá de las palabras.

—Bueno, sea como deseas. Así que allá voy. Muy atento a lo que dejó escrito tu abuela, un jueves 10 de junio del 2004.

Parque de Muir Woods, a 10 de junio de 2004.

Querida amiga Mari-Luz.

Te escribo desde el Parque Nacional de Muir Woods. Quizás sea mi última carta. Es que, mi querida amiga, en estos momentos tengo el mismo presentimiento que tuvo Cervantes al intuir su próxima partida de este mundo, empujándolo a escribir: «El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir». Pero no sientas pena por mí, querida Mari-Luz, porque tú y yo sabemos muy bien que la muerte no es el final, sino el comienzo de algo nuevo; que el breve periodo en que nuestras almas transitan por el mundo de la tercera dimensión no es más que la antesala de la eternidad. 

Te escribo sentada en un banco de este maravilloso parque creado a principios de siglo por el presidente Theodore Roosevelt, desde donde puedo contemplar los últimos ejemplares de secuoyas gigantes que quedan del inmenso bosque que alguna vez cubrió la región. La frondosa arboleda no permite el paso de mucha luz, por lo que no son muchas las plantas que pueden sobrevivir en este medio, salvo el laurel de California, el arce de hoja grande y el tanoak. Antes de ponerme a escribirte me he maravillado observando en un lago límpido y terso y en calma profunda salmones plateados; en el aire y en las ramas de los árboles innumerables especies de pájaros. También me he encontrado con distintos tipos de ardillas, musarañas, ciervos y castores e, incluso, he avistado un oso negro. 

Al echar una mirada al camino recorrido mi experiencia pasada retorna a mí— sin herir— para contemplar la misteriosa voluntad de vivir que satura todo el Universo. Me resulta paradójico que mi percepción del pasado —no siempre amable— determine el mensaje interno de amor que recibo hoy. Este mensaje de vida me produce un rejuvenecimiento mental y espiritual. Es algo maravilloso. Y al mirar en lontananza hacia adelante sé que en la “terra ignota” del Más Allá hay una bella estancia para mí.

Compruebo la conducción de una gran inteligencia universal a lo largo de mi vida y descubro un diseño providencial. Puedo ver la mano invisible de una presencia en todas las experiencias de mi vida. Siento una profunda gratitud en mi alma hacia todo y hacia todos; una gratitud que se extiende especialmente a mis padres Jesús y Montserrat por haber comprendido y aceptado cuál era mi principal destino vital; a mi hija María LLüisa, una gran maestra para mí —los niños son siempre nuestros grandes maestros de la vida— con la que creo no haber estado a la altura como madre. Me consuela el convencimiento de que algún día comprenderá el sentido profundo contenido en la afirmación del científico y filósofo francés, Blase Pascal, de que el corazón tiene razones que la razón ignora, llevándola a comprender mi proceder. Me tranquiliza saber también que no se queda sola en la vida, al haber tenido la fortuna de encontrar dos grandes amores en su vida: su marido Alexandre, un hombre maravilloso que le dará todo lo que yo no he podido o sabido darle y su hijo —mi precioso nieto—Abo. Mi recuerdo y mi gratitud también para mis amigos y colaboradores, así como a los estudiosos de mis trabajos científicos y a todas aquellas personas con las que, por diferentes razones, el destino me ordenó convivir.

Como afirmó nuestra admirada física y química polaca, Marie Curie, la vida consiste en tener un sueño y transformar ese sueño en realidad. Ya sé que no estoy a la altura de sus grandes logros (ser la primera mujer en ocupar un puesto de profesora en la Universidad de París y obtener dos premios Nobel en distintas especialidades científicas), pero me siento muy dichosa de haber caminado por la vida llevando en mi corazón desde mi juventud, con gran amor y entusiasmo, un noble ideal: Servir a la Humanidad contribuyendo con mi pequeño granito de arena a ciertos avances en el campo de la informática, mi especialidad profesional.

En estos momentos resuena dentro de mí con más fuerza que nunca la inolvidable canción de Julio Iglesias “La vida sigue igual”. Cuando fue lanzada yo me encontraba ya en EEUU. La he tarareado muchas veces. Ha estado junto a mí en mis largas soledades, de tristezas e incertidumbres, y me ha servido de puente de unión con el mundo que dejé tras de mí. Hoy, como te acabo de decir, querida Mari-Luz, esta canción cobra un nuevo y profundo significado para mí. Porque, ciertamente, como bien dice esta canción, la vida sigue igual: Unos que nacen, otros morirán; unos ríen, otros llorarán; aguas sin cauces, ríos sin mar; penas y glorias, guerra y paz. Siempre hay por quien vivir y a quien amar; siempre hay por qué vivir, por qué luchar. Al final las obras quedan, las gentes se van. Otros que vienen las continuarán. La vida sigue igual.

Sí, Mari-Luz, la vida sigue igual. Las gentes se van, pero, las obras, otros las continuarán. Por esto mismo, antes de dar por terminada mi carta que, seguramente te estará sonando a último adiós, deseo transmitirte mi agradecimiento eterno por tu preciosa y honda amistad. Tú has sido para mí más que una gran amiga. Eres mi amiga del alma. Quizás no volvamos a vernos nunca más en el plano físico; sin embargo, estoy convencida de que nos volveremos a reencontrar algún día en otro espacio-temporal. Cuando llegue este momento, sé que tú y yo nos reconocernos al instante.

Te deseo todo lo mejor, querida Mari-Luz. Te pido que conserves esta carta hasta que llegue el momento oportuno de volverla a leer. La voz de la vida te indicará cuándo ha llegado ese momento. El destinatario de la misma reconocerá dentro de su interior inmediatamente que en mis emotivas palabras de despedida hay implícito un ruego: el ruego de que sea el continuador de mi obra. 

Un fuerte y eterno abrazo. Te quiero. Tu amiga Julia.

Al finalizar la lectura del último adiós de mi abuela Julia, Mari-Luz guardó parsimoniosamente la carta en su sobre. Allí había permanecido incólume durante 15 años, el tiempo que la vida había decidido que había que esperar para volverla a abrir. Por supuesto, sentí —sin dudarlo— que yo era el destinatario de la misma, aunque mi abuela Julia no se hubiera referido a mí expresamente. Sin mediar palabra, ambos nos miramos, abrazándonos al unísono. Yo sentía que estaba abrazando en realidad a mi abuela Julia; y que Mari-Luz, en un acto de extrema generosidad, había prestado temporalmente su cuerpo físico a su amiga Julia para poder abrazar a su nieto Abo. En este estado de conexión infinita nos mantuvimos plenos de felicidad y amor hacia todo y hacia todos. Unas profundas lágrimas comenzaron a brotar de nuestros ojos. Sólo el silencio —profundo como la eternidad— era el testigo de aquel inolvidable encuentro.

Pablo Martín Allué

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