Al principio fue el verbo. Y claro, luego había que hacer algo con él. A modo de guia, multitud de escritores nos han dejado para la posteridad, y que después cada cual haga lo que le venga en gana con ellos, decálogos para la escritura. Consejos, reglas o mandamientos, según quiera verlo e interpretarlo uno. De Hemingway a Onetti, pasando por Henry Miller, Richard Ford, Nietzsche o Elmore Leonard, entre otros muchos.
Diez normas, diez, por aquello de la simetría, como diría el humorista británico Ricky Gervais, «dos columnas de cinco, es por la simetría, me gusta la simetría». Aunque tal vez nunca sabremos si alguna se perdió por el camino.
Es cierto que no todos han logrado ajustarse a esos márgenes; ahí tenemos a Jack Kerouac y su Credo y técnica de la prosa moderna. Treinta normas que el padre de la generación beat redactó comenzando por: «Cuadernos de notas secretos, garabateados, y páginas salvajemente escritas a máquina, para tu propia felicidad».

Y es que alguien que escribe salvajemente, alguien capaz de escribir una novela magistral como En el camino en sólo tres semanas, usando un rollo de papel continuo, sin márgenes ni párrafos diferenciados no puede, por definición, limitarse a según qué reglas o convenciones preestablecidas, por mucha simetría que pueda haber en ellas. De hecho, ¿había otra forma de escribir En el camino?
En el caso de Elmore Leonard, él sí se ajustó a los mencionados diez puntos. Y casi se puede hablar de mandamientos pues se trata de prohibiciones. Prohibiciones que van desde no comenzar una novela hablando del tiempo, hasta no usar expresiones como «de repente». Resulta bastante significativo e ilustrativo que sólo usara signos de exclamación para uno de los puntos, precisamente el que reza: «¡No se exceda con los signos de exclamación!». Y sentenció con una norma que venía a englobar a las diez «Su si suena a literatura, olvídelo, no sirve». Pauta que el noventa y nueve por ciento de los escritores se saltan con la misma facilidad que el noventa y nueve por ciento de los cristianos ignoran la prohibición de comer carne en Semana Santa. La inobservancia de este punto es especialmente común tanto en los escritores enamorados de su escritura como en aquellos que pasan por alto uno de los consejos de Onetti: «No escriban jamás pensando en la crítica, en los amigos o parientes, en la dulce novia o en la esposa. Ni siquiera en el lector hipotético».
Algo que nos trae a la mente aquel poema de Charles Bukowski, Así que quieres ser escritor , ¿eh?.
si primero se lo tienes que leer a tu esposa
o a tu novia o tu novio
a tus padres o quienquiera que sea,
no estás preparado

El tema de las críticas es bastante recurrente, también Richard Ford desaconsejó en su decálogo leer las críticas que a uno le pudieran hacer. Y casi cualquier escritor coincidirá en que son algo a lo cual uno se expone (cualquier creador se expone al crear, y no sólo a la crítica), pero que no ha de condicionar el proceso creativo.
Un proceso que siempre ha de ser personal. Por algo los diversos decálogos que nos podamos encontrar difieren, salvo escasos puntos en común, entre sí. Lo que funciona para alguien no ha de tener que funcionar necesariamente para alguien más. Incluso no tiene por qué funcionar siempre para uno mismo. Henry Miller aconsejaba trabajar conforme a un programa (en realidad se trataba más una agenda de trabajo/ocio) y descartarlo cuando se desease.
Quizás todo se limite a coger lo que cada uno precise en el momento que necesite para terminar escribiendo el libro que a uno mismo le gustaría leer. Chuck Palahniuk hace de esto mismo uno de sus trece consejos. Y al leerlos uno entiende que con diez, tal vez, El club de la lucha no hubiera terminado como terminó.
«Escribe el libro que quieres leer».
Tal vez todo se reduzca a eso. Y el cómo hacerlo sea simplemente una cuestión de oficio, de escribir y escribir y escribir. «Esfuérzate en escribir», como dijo Hemingway.
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