Estamos viviendo un tiempo de lo más interesante, a nivel social e intelectual, un momento clave en la historia de la humanidad. Tiempo de transición, de muda, puerta a otra manera de vida, incluso a otra forma y visión de la urbe, del arte, del comportamiento, una nueva estética irruptiva en nuestro pensamiento. Nueva manera de vivir adaptada a la tecnología implantada y a la que está por implantarse, atisbada ya en el horizonte inmediato. Y siempre la duda de si acabaremos en una semi-destrucción necesaria o encontraremos el camino a un equilibrio planetario en todos los aspectos.
Este tiempo, parecido a otros pero nunca igual, y como cada “tiempo”, se envuelve en su textura ideológica y marca nuevas tendencias en el arte, que comenzaron hace más de treinta años y ahora desembocan en algo nuevo con la fuerza que permite hablar de la generalidad y de sus características que la definen.
La idea romántica nace por la necesidad de sacar la inquietud intelectual y artística de los corsés modales que venían prefijados en occidente, desde el Renacimiento, y sobre todo la inquietud por el amor no convencional y el abrirse a estéticas de otras civilizaciones que desempañarán un neoclasicismo floreado de finales del dieciocho.
Pero lo que subyace en el fondo, la espoleta que prende la cuestión, es el cambio de manera de vivir, es la Revolución Industrial como dinamizadora de la “mutación” a partir de principios del diecinueve.
Veremos una segunda idea romántica posterior y en distintas etapas según países europeos y disciplinas artísticas. Se nos antoja la música rusa de finales del diecinueve y principios del veinte. En España, y con respecto a la literatura lo encontramos en el último cuarto del ochocientos, en plena Restauración Borbónica. Los escritores cultivan

esencialmente el melodrama, el folletín; costumbrismo contemporáneo en el teatro principalmente, y con el rasgo específico de poseer un fin que de ejemplo a través de una exposición de lo negativo, tal y como defendió Eugenio Sellés en el prólogo a la segunda versión de una de sus obras clave Las vengadoras en 1891.
Este Neorromanticismo (romanticismo 2.0) trató de actualizar los postulados románticos adaptándolos a la sociedad burguesa y combinando dos elementos incompatibles: el Romanticismo exagerado y el Positivismo y Realismo latentes en su tiempo, con lo que dio a luz una literatura de costumbres contemporáneas moralizante que usaba procedimientos románticos y abusaba de las situaciones trágicas y patéticas; cada una de las obras plantea un caso de conciencia, un problema ideológico o un conflicto entre deberes. Detrás de todo esto volvemos a encontrar una sociedad mudando, un gran despegue económico y tecnológico (el automóvil, la radio, el desarrollo masivo del ferrocarril, etcétera), movimiento, que con sus altibajos y distintas fechas según países, duró aproximadamente hasta la Primera Guerra Mundial, raíz de todo lo que nos ha tocado vivir y pensar hasta la llegada de Internet.
Pero ha sido la señorita Stone, sí, Emma Stone, la jovencísima protagonista de la exitosa película “La Ciudad de las Estrellas – La La Land” quien me ha espoleado a escribir estas líneas, dice la Stone en su enésima entrevista, esta vez en El Mundo, respondiendo a la pregunta:
Pero ¿hay lugar para el romanticismo en esta sociedad de Trump, de guerras y de gente que se odia? ¿Queda espacio para ello?
Espero que sí. Y de hecho lo hay porque cuanto más intentas matarlo, mayor se hace. Es muy importante que avivemos el romanticismo, la esperanza y los sueños. Me gusta fomentar la idea de que aunque las cosas parezcan desalentadoras a un nivel muy micro cósmico, no a nivel político, sino personal; aunque una persona creativa piense que no hay esperanza, así que mejor lo dejo; a la vuelta de la esquina puede haber algo que no había percibido… Y si sale de sí mismo un poco más puede pasarle algo increíble. Sería bueno que todos a título individual lo experimentáramos.
Esta es la forma de vulgarizar el término, de equivocar y señalar lo que no es. La señorita Stone ha oído campanas pero no sabe dónde. La película, en concreto, está velada por una estética posmoderna y hipster de lo más rosa, acaso rosa palo, pero rosa al fin y al cabo. Y no nos equivoquemos, lo hipster que busca lo alternativo, lo vintage, la cultura independiente, etcétera, no deja de ser un romanticismo de cartón piedra, es un “culturetismo” cursi y demodé que intelectualmente no lleva a ningún sitio.
El romanticismo es revolucionario, sin revolución no hay romanticismo. Creer que solo el dandismo de los románticos ingleses o alemanes era suficiente es un error, el “postureo” y la imagen tienen que acompañar al discurso intelectual. Ahora se está apuntando una revolución y ahí es donde radica el nuevo resurgir del romanticismo, el 3.0 que se abre a la literatura, al arte y tímidamente a la música, aunque ahí costará más tiempo. Y tenemos que darle las gracias a artistas que han tenido que romper la barrera generacional, desencantados de los años 80 y 90 sobre todo, y dar un paso adelante y mirar al frente, observar el entorno, poner los pies en la tierra primero y luego crear.
El Romanticismo es una manera de sentir y concebir la naturaleza, la vida y al hombre mismo, de ahí las antiguas corrientes que se dispersaron por occidente como el parnasianismo, el simbolismo, el decadentismo, el prerrafaelismo, o el modernismo posromántico entre otras. Entonces, tuvo fundamentales aportes en los campos de la literatura, la pintura y la música. Posteriormente, una de las corrientes vanguardistas del siglo xx, el surrealismo, llevó al extremo los postulados románticos de la exaltación del yo. Y hoy, tenemos que fijarnos en esas masas de gente que protesta, por las calles de muchas ciudades de Estados Unidos, contra Trump, acaso la mayoría haya leído y escuchado a Dylan, un dandi revolucionario prerromántico e influyente. Como lo fueron Richard Hurd en Inglaterra, Chateaubriand en Francia, Goethe en Alemania, y Menéndez Valdés o Goya en España.

El romanticismo 3.0 mira a las nuevas tecnologías, las usa y las desea, pero es crítico. Este neorromanticismo no quiere involución, ni un paso atrás en los derechos civiles conseguidos con tanto esfuerzo, sudor y sangre a lo largo de las dos etapas inter-románticas, a lo largo de los últimos doscientos años. Confiere prioridad a los sentimientos, pero no a la sensiblería y a lo rosa insustancial. Rompe con la desolación y el desencanto del posmodernismo de finales del veinte y se aferra al futuro para tener voz y voto en el desarrollo ultra-tecnológico que se nos avecina, para que el individuo sea pieza necesaria. La libertad auténtica es su búsqueda constante, por eso su rasgo revolucionario es incuestionable.
Tenemos que hablar de distintos movimientos tanto en arte como en literatura, y encontrar en esta onda al minimalismo sobre todo cuando es otra cosa además de conceptualista, el anti dualismo como expresión que se sale de los paradigmas expresivos (no blanco o negro), el ciberpunk como definidor de un futuro no deseado; y otros de muy reciente surgimiento a los que no les faltarán etiquetas, a veces necesarias para poder caracterizarlos. Siempre con la pátina de sentimiento profundo, meditado y compartido (amor humano a raudales sin estereotipos y en lucha por des-erotizar una sociedad que ha convertido el sexo en meta, como tantas otras cosas materiales que lo único que producen es frustración). Ahora, ponemos la vista en oriente, en Corea de Sur, Japón, algunas metrópolis chinas, desde donde nos llega literatura, música y arte en general con una estética romántica y nada apocalíptica que está influyendo de manera importante en la juventud europea.
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