Isamar Cabeza Mujeres extraordinarias Redactores

Enriqueta, hija… ¡siempre con la cabeza en las nubes!

Griego, filosofía, geometría, cálculo… su destino, ser una más de las calculadoras.

Hay ciertos refranes que perduran en el tiempo por la sabiduría que encierran. Ese es el caso de ése que dice: “No hay mal que por bien no venga”. Y es que si Henrietta no hubiera caído enferma, quedándole como secuela una sordera total, muy posiblemente hoy no se estaría hablando de ella por su vinculación a la astronomía.

¿En qué podría trabajar una mujer en la América del presidente Benjamin Harrison afectada por una sordera absoluta?

Nació Henrietta en Lancaster, Massachusetts el 4 de julio de 1868. De su familia poco se sabe, ni siquiera de ella misma, pues llevó una vida tan discreta que incluso hasta después de su muerte seguiría en ese plano que tanto le caracterizó.

Tras la enfermedad era presumible que todos sus conocimientos le servirían de poco, por una parte porque su sordera le dejaba en un estado de inferioridad muy notable frente a cualquier mujer con todos sus sentidos en perfecto estado y por otro lado porque para todas ellas trabajar y no morir en el intento, era toda una lucha de titanes.

Y como para mirar al cielo no hacía falta para nada oír y encima Henrietta sabía de cálculo, matemáticas y en cuarto curso de universidad dio Astronomía, pues pudo entrar sin dificultad como voluntaria en el Observatorio de Harvard.

Henrietta era la chica introvertida del grupo, pero no fue su discapacidad obstáculo ninguno para desarrollar la mente brillante con la que venía dotada desde que nació y eso lo supieron ver sus compañeras que desde un principio la etiquetaron como la mejor mente del observatorio.

Al poco de entrar Henrietta como voluntaria, pasó a ser una más de la plantilla. Poca diferencia iba a notar en el bolsillo, porque por aquel entonces no cobraban más de veinticinco centavos a la hora. Si nos paramos a calcular, las mujeres trabajaban seis días a la semana, siete horas diarias. Para que nos hagamos una idea del sueldo que llevaban a su casa, en 1895 una docena de huevos costaba 20´6 centavos de dólar… o sea, que ganaban al día para la cesta de la compra y poco más.

Era un trabajo duro y peor pagado, pues su tarea era examinar con mucho esmero placas fotográficas de estrellas y hacer cálculos continuamente, de ahí que les llamaran “las calculadoras de Harvard”.

Explicar en términos de astronomía cual fue su hazaña puede resultar aburrido y un despropósito que no es el objetivo. Para explicarlo de una manera sencilla, digamos que la mujer se fijó en una serie de estrellas que no siempre brillaban, es decir, brillaban por unos meses y durante otros se apagaban, estas estrellas se llaman Cefeidas.

Pero lo más asombroso es que según la intensidad con la que brillaban Henrietta averiguó como calcular la distancia entre las estrellas o entre las galaxias ¿Cómo pudo hacer eso? ¡Acababa de descubrir un método para medir distancias astrales y casi no le dio importancia! Los que sí vieron el filón de oro fueron sus superiores, Edward Pickering y Edwin Hubble, que sin ningún escrúpulo fingieron ser ellos los merecedores de tal descubrimiento.

Fueron de mucha utilidad los patrones que Henrietta Swam aportó a la astronomía. Los primeros beneficiados, sin duda, fueron sus dos jefes porque cuando no era uno el que firmaba los geniales trabajos de la chica, era el otro.

Fue de Nobel su descubrimiento, nada más y nada menos, pero se murió sin saberlo y sin subir ni un escalafón dentro de su comunidad (aunque también es cierto que ella misma no quiso cambiar de cargo).

No tuvo la suerte Henrietta, pese a tener tanto mérito como la misma Marie Curie, de tener un marido con el que compartir un Nobel (esto no quiere decir que Marie no lo mereciese, sino que a ella tampoco se lo hubieran dado sino llega a ser porque compartió el premio con el marido).

Henrietta murió de cáncer cuando tenía cincuenta y tres años. No dejó fortuna solo algo de mobiliario que le heredó a su madre (¡lo que son las cosas!) que no superaba los 350 dólares de la época.

Partió de este mundo sin reconocimiento, eso sí, a posteriori y como suele pasar, hay un cráter lunar que lleva su nombre, Leavitt… parece que había ofertas de cráteres lunares por aquel entones, porque también hay uno para la astrónoma Cecilia Payne, otro para Mary Somerville, Marie Curie, Lise Meitner… en total para unas 28 mujeres. Esto es una insignificancia si tenemos en cuenta que el resto de cráteres bautizados, hasta completar la cifra de 1.586, homenajean a hombres.

Fuentes:

Isamar Cabeza


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