Rosario de Acuña, la escritora “endemoniada”

Rosario de Acuña y Villanueva fue una escritora madrileña nacida en 1850 en el seno de una familia de rancio abolengo. Dos factores fueron claves para el desarrollo de la joven Rosario, uno de ellos el ambiente cultural en el que tuvo el privilegio de nacer y crecer y otro, un grave problema de visión que fomentan en ella una personalidad culta y sensible. La figura de su padre es calve para ella, pues es bajo su tutela que tiene la oportunidad de desarrollarse intelectualmente de manera notoria.

Ya desde jovencita se pudo apreciar su habilidad para las letras, al igual que su carácter rebelde e inconformista que marcaban contundentemente cada uno de sus escritos. Con 24 años aparecen sus primeros artículos en periódicos y revistas del momento y no tarda en ingresar en logias que la definen públicamente, enfrentando convencionalismos y grupos sociales que no tardaron en mostrar su desacuerdo a todo lo que ella representaba.

Considerada ya en su época como una de las más avanzadas vanguardistas en el proceso español de igualdad social de la mujer y el hombre, y los derechos de los más débiles en general, Rosario desarrolló todo un programa social de denuncia. Pero no solo hace visible esta desigualdad, sino que ataca a la institución eclesiástica como órgano que, según sus palabras: “no solo lo permite sino que la alimenta”.

Vivió momentos duros como la muerte de su padre y la traición de su marido, ante lo que harta de tantas infidelidades toma la decisión de abandonarlo. Para ese momento ya había sido censurada una de sus obras de teatro, El padre Juan, obra anticlerical por antonomasia en la que acusaba abiertamente a la Iglesia católica, tachándola de “manipuladora y moldeadora de conciencias”.

Exiliada, despreciada por unos y alabada por otros, su última voluntad enardeció a la Iglesia, incluso  después de muerta, pues se negó a ser enterrada bajo las normas religiosas, imponiéndose así los criterios que siguió en vida.

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