Lázaro murió por la tarde. Acababa de salir el sol cuando murió, es cierto, pero para Lázaro siempre era por la tarde, eso es algo que solo saben quienes conocían a Lázaro, que son bastantes. Y suficientes.
– Lázaro no existe, es un cuento de viajas.
Cuando escuchaban decir esto las mujeres ríen, y luego siguen con sus cosas.
Lázaro murió a cualquier hora, eso es algo que ya no importa, y lo hizo mientras llovía, cuando llovía mucho, tanto que no se veía más acá, y la silueta majestuosa del monte Pindo se hizo gris; después desapareció, y cuando dejó de llover, cuando cesó el duelo, el monte ya no estaba allí.
– Eso ya lo han contado otros antes.
– Sí, es que ha vuelto a pasar.
Yo solo vi una vez a Lázaro, lo hice para pagarle. Lázaro siempre iba acompañado de una mula, y la mula cargaba dos cestas grandes y pesadas. Lázaro nunca iba por los caminos de las gentes porque la Guardia Civil no se lo permitía, ni por los caminos de los que rezan porque no se lo permitían los clérigos. Lázaro caminaba por el monte, entre toxos y silveiras, y descansaba donde no debía, y allí abrevaban él, y su mula, en regatos y fontes de todos. También Lázaro era de todos. Me dijeron dónde podía encontrarlo y tardé cuatro días en hacerlo, pero allí estaba, siempre en camino, arreglamos el precio y cumplió. A Lázaro le gustaban los arrendajos, ese fue su precio conmigo, no sé hablar de los demás, creo que a cada uno le pedía lo que podía dar, sí, creo que era así.
Lázaro no podía caminar por donde caminábamos todos, Lázaro tenía prohibido el paso, la mirada, el aliento, la voz, sobre todo la voz. A Lázaro lo perseguía la justicia, pero él era más lento, y la justicia no se dejaba adelantar porque era ciega, esta sí, la justicia debe ser ciega, pero no sorda, y por eso se sentaba a escuchar a Lázaro, la justicia emana del pueblo, dicen, y también de los montes, y de la niebla, que aquí decimos néboa, y de las aldeas. Y Lázaro camina entre la justicia de los hombres y la de los cielos, la divina, que es eterna.
– ¿Dónde está Lázaro?
La gente resoplaba si era lejos, y fingía no escuchar si estaba cerca, pero luego te lo decían, luego, cuando no miraba nadie. Después íbamos en su busca y lo encontrábamos, el tiempo que tardábamos en encontrarlo no computa para la eternidad, y al verle nos arreglábamos en el precio, él sabía siempre qué teníamos, qué podíamos dar y cómo éramos de pobres, y de miserables, y se ajustaba.
– Dos arrendajos.
– De acuerdo.
O a otros:
– Dos monedas de oro.
– Es lo justo.
Y después iba, Lázaro iba por donde nunca hubo caminos ni los habrá, ni sombras tampoco, donde nunca rozó el sol, por tierras muertas porque nunca la vieron a usted; Lázaro caminaba adonde le decían que debía ir porque para eso cobraba, y así lo hizo hasta que murió una tarde. Lo que hacía Lázaro estaba prohibido, era lo peor, morir en vida. Lázaro era un proscrito, un delincuente, un bandolero, un desterrado, Lázaro era lo peor de la sociedad.
Cuando llegaba al lugar, Lázaro pasaba la noche en las inmediaciones, su mula se tumbaba y él dormía sobre su vientre. Luego se acicalaba, se enjuagaba, se afeitaba y aseaba, desayunaba y rezaba.
Lázaro dejaba entonces su mula y se ponía en camino adonde le dijeron, yo lo hice una vez, le dije dónde debía ir y Lázaro fue, e hizo lo que le pedí. Lázaro subía una ladera, o bajaba un valle, a Lázaro no le importaba la naturaleza abrupta, él decía que también era abrupto.
Lázaro se jugaba la cárcel y la expatriación, la condena. Cuando Lázaro llegaba a la casa buscaba a la mujer que le habían dicho.
– Me han dicho que le diga que es usted muy guapa.
– ¿Quién se lo ha dicho?
Y Lázaro se lo decía en confidencia, nunca se sabe quién puede estar escuchando para acusarle de cosas que él no entendía.
Y la mujer se alegraba, se alegraba mucho.
Después regresaba con su mula, debía acudir a la siguiente casa. Era su trabajo y por ello cobraba, y era perseguido. Y dicen que admirado, eso no lo sé.
Disfruta de las obras de Iván Robledo R.
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