David Flecha - El Chaltén
Crónicas David Flecha Redactores

Los momentos más sencillos a veces son los más extraordinarios

Las mejores cosas suceden en los lugares más insospechados y de la forma más espontánea.

Cuaderno de bitácora – Página 6

LLegamos al cruce con la ruta nacional 40, por el que crees que van a pasar coches suficientes para que alguno te recoja, y esperas… una hora, dos, tres… y así hasta siete. Mientras tanto solo te preocupas de seguir comiendo lo mismo: pan, tomate y jamón del barato y recalentado, e insistes en que de todos los coches que se cruzan contigo alguno te lleve.

Creo que a veces las mejores cosas suceden en los lugares más insospechados y de la forma más espontánea, así que fueron demasiadas horas de espera que merecieron la pena porque con tanto por esperar solo hay lugar para las tonterías inesperadas, juegos improvisados con piedras y puntería como cuando eras un niño, y algo de lectura.

Una vez llegas al Chaltén —terminó por recogernos un autobús tras caminar como una hora mientras dejábamos atrás el «famoso» cruce— descubres que todo está ocupado y es carísimo, aún más que Calafate, y no puedes ni siquiera montar carpa porque el viento es hasta dañino —al menos los días en que nosotros estuvimos allí—.

Así que inspeccionas la zona y decides que quizás no esté de más pasar una o dos noches en una casa a medio construir, sin puertas ni techo, pero suficiente para protegerte de algo —siempre y cuando no se ponga a llover—.


Tras dos días descansando entre un colchón de cemento y caminatas por parques nacionales y glaciares, tenemos que seguir al norte, hacia Chile Chico —el primer pueblo tras cruzar la frontera entre Chile y Argentina—, pero no sería fácil…

Primero, vuelta al mismo cruce, —¡el «famoso» cruce!—, y como si se tratara de una fotocopia de dos días antes, casi rozando la desesperación tras otras seis horas de espera bajo el mismo sol —en un intervalo en que apenas pasaban coches y no dejaba de soplar el viento— decidimos caminar, creo que por cambiar algo —era bastante tedioso estar en el mismo sitio sin conseguir ningún fin—.

Tras caminar cerca de una hora nos pudo recoger una furgoneta, con la que hicimos unos 200 km en unas cinco horas —suele ocurrir cuando las carreteras son de piedra y polvo durante tramos de casi 80km y vas subido a una Volkswagen del año la pera—. Bien, llegamos a Gobernador Gregores, cansadísimos, con mucho frío por lo fuerte que soplaba el viento, y con la esperanza de poder seguir haciendo autostop… y caemos en la cuenta de que a esas horas apenas hay tráfico, y solo nos queda pasar la noche apoyados en la pared de una estación de servicio (donde de los tres autocares que pasaban, no puedes subirte a ninguno porque están todos completos) y a pesar del frío y el viento te tranquilizas gracias a un perro que decide acurrucarse a tu lado (me acordé de mi perro Krom), me fascina como estos animales saben hacer que te sientas mucho mejor solo con el hecho de estar, y entiendas que los momentos más sencillos a veces son los más extraordinarios; siempre he creído que ocurre lo mismo con las personas-, así que imagínate si en vez de estar sentado en el escaño de la cocina de tu casa con tu perro al lado, lo estás en una estación de servicio, en mitad de un desierto y muerto de cansancio.

David Flecha

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2 comments on “Los momentos más sencillos a veces son los más extraordinarios

  1. Hermosas fotos parecen cuadros y preciosa aventura. Un saludo!

    • David Flecha

      ¡Muchas gracias por acompañarme a cuentagotas en este viaje!, espero estés disfrutando de este viaje y puedas acompañarme a través de mis “micro” crónicas.

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