David Flecha - Chile
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Tengo que volver, necesito más tiempo

Este viaje va tomando forma y está mereciendo mucho la pena.

Cuaderno de bitácora – Página 8

Al día siguiente por fin viajamos hasta Coyahique, aunque por tierra y no por bote a través del lago General Carrera. Primero en minibús, rodeando el lago por la carretera Austral. Una carretera de piedra por la que apenas podían cruzarse dos coches y dejando precipicios de vértigo, a los que apenas prestaba atención ya que estaba impresionado viendo la imagen que tenía enfrente; un lago sin fin, de color turquesa y azul celeste que siempre brilla, y segundo en camión caravana; ¡viajaban 7 personas allí dentro!, junto con su perro, que no recuerdo el nombre pero si la raza, era un «vizsla», que Gary reconoció al instante: ¡es un perro húngaro¡ dijo sorprendido.

Era una familia de Córdoba, Argentina; —decidimos viajar por Chile unos meses —nos explicó Eugenia, una de las hijas—. La verdad era curioso ver como allí dentro cada espacio se aprovechaba al máximo. De camino tuvimos la enorme fortuna de ver un «huemul del norte», una especie de ciervo chileno en peligro de extinción, que hizo formar una extensa caravana de coches que se paraban a fotografiarle y donde aproveché mi sigilo para sacar algunas fotos (me recordó a las tardes en que iba con mi padre a orillas del Torío en León, para ver a los corzos bajar a beber al caer la tarde).

Horas después por fin subimos al barco en Puerto Chacabuco. A medida que el viaje transcurría veías a tu alrededor naturaleza en estado puro, —que coincidimos en que nos recordaba a la película de Jurassic Park—, incluso pingüinos en algún que otro islote perdido y una ballena al fondo; (lo supimos cuando uno de los niños que viajaban en el barco entró a la cabina de pasajeros gritando: ¡una ballena, una ballena!) Todo el mundo se acercó a la parte trasera para verlas, ya a lo lejos.

«Tengo que volver, necesito más tiempo» me decía continuamente a mí mismo mientras cruzaba ese golfo hasta Quellón; y creo que de alguna forma una parte de mí decidió amarrar allí cabos. Chile esconde lugares que me gustaría aprovechar al máximo para conocerlos, apartados de la prisa, los comercios y «lo metálico»; quiero darme la oportunidad de creer que ingenuamente todo es posible, y alguna vez pueda regresar por más tiempo. Ahora, sentado mientras viajo de camino a Santiago de Chile y dejando atrás los casi 4.000 kilómetros que llevo recorridos, recuerdo que bajo todo imprevisto reposa un estado de buen humor, donde todo es posible y cada pequeño instante tiene sentido.

Reconozco que, a pesar de que estos días hayan sido desesperantes, lejos de casa, pasando frío, soportando vientos, con largas esperas al sol y comiendo jamón cocido medio recalentado, he sido feliz; este viaje va tomando forma y está mereciendo mucho la pena.

David Flecha

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