Cuaderno de bitácora – Página 9
Mientras emprendía los preparativos de mi viaje hacia Alaska, la Federación Peruana de Judo se hizo eco de mi viaje; y con la intención de que pudiera colaborar con su equipo, me propusieron la idea de trasladarme hasta Lima con el objetivo de impartir algunas clases. No me lo pensé, y al llegar a Santiago de Chile viajé directamente hasta Lima aprovechando la oportunidad de que en varias semanas su equipo nacional participará en tres copas del mundo. Era la mejor fecha para no romper con la continuidad de los entrenamientos y las sesiones que tienen programadas hasta la fecha, y no me importaba cambiar mi plan de viaje, ya que después de Lima podría viajar hasta Bolivia, país que me salté de la lista por trasladarme a Perú, y había aceptado, tras varios contratiempos, que tenía que adaptarme a cualquier cambio.
Estaba ilusionadisimo por varias razones. Había conocido a su equipo deportivo dos años atrás, en un torneo al que viajé cuando era entrenador en Colombia, y les había visto medirse a otros deportistas. Me quedé impactado cuando, nada más llegar, dos años después de aquella primera impresión, reconocí a todos y cada uno de los muchachos que aquella vez ví sobre aquel tatami; y, tenía la impresión de que, o el tiempo pasó demasiado rápido, o aquellos jóvenes habían crecido rompiendo con todo lo que se les pone por delante. Creo que en este caso es más lo segundo…porque esa transformación, ha tenido que ser, seguro, a base de trabajo, trabajo y más trabajo (pocos secretos más hacen falta para llegar lejos en este deporte), y también lo sé porque después de haber estado con ellos en varias sesiones de entrenamiento necesité frenar porque me dolía todo, y cuando digo todo… Es todo, sumado a que mis pies acabaron convirtiéndose en un campamento de grietas, llagas y durezas que hasta me impidieron caminar algunos días.
Otra de las razones por las que quería llegar a Lima era mucho más personal, y que formaba parte de mi vida privada.
Tras haber pasado tres días en Santiago de Chile viajando en carretera desde Quellón, editando alguno de los vídeos, comiendo empanada y visitando algunos amigos, viajé hacia Lima, me sorprendieron varias cosas nada más llegar; una de ellas y que seguro no te deja indiferente si eres nuevo en la ciudad, es el tráfico -creo que nunca había estado en una ciudad donde conducir fuese tan ‘jodidamente’ caótico-.
Lo común es utilizar el transporte público (lo que supone una aventura dentro de otra aventura). Subirte a un bus hecho de óxido y asientos a medio hacer, que va sorteando al resto de coches mientras un ayudante saca la cabeza por la ventanilla gritando las calles a donde se dirige, con un sol infernal que te abrasa todo el cogote y un continuo pitido de claxon de todos y cada uno de los coches que quieren adelantarte, -lo más parecido a subirte a unos coches de choque pero sin escuchar Camela de fondo, eso sí, los típicos huaynos peruanos… tampoco ayudan mucho-.
Si además vienes de fuera pensarás: -pues deben de tener unas normas muy particulares porque no veo ni un solo golpe con todo este caos-; la respuesta es más que clara:
Aquí la norma es la siguiente: -si tu coche es más grande pasa antes, si mete antes el morro pasa antes, si va más rápido pasa antes, da igual si tiene que cruzar uno, dos o tres carriles… pasa antes- hay que tener mucho sentido del humor para soportar algo así a diario.
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