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Hijos del fuego, de Joaquín Castillo

Todo es simbólico, todo tiene una segunda lectura, todo es un juego de seducción y represión, un binomio de luz y oscuridad que se refleja durante toda la obra.

“Para los que luchan por la unión de los pueblos en medio de una vorágine de incomprensión”

De esta manera asertiva y contundente comienza la obra del escritor y psicólogo almeriense Joaquín Castillo. Autor de obras como Memorias de un Oscuro Deseo e Hija del Agua, la Editorial Amarante vuelve a apostar por su creación con ésta su última obra, Hijos del Fuego.

Enmascarada la realidad, quizás, las inquietudes y la denuncia bajo el género de ciencia ficción, Hijos del Fuego nos desvela un mundo con toques mágicos, misteriosos, pero con reminiscencias evidentes de nuestra propia realidad. Sin duda, su conocimiento sobre el comportamiento de la psique humana se hace evidente durante toda la novela. Sumergirse en sus letras y en su historia supone dar máxima libertad a la imaginación, a la creatividad de realidades nuevas. Supone también estar dispuestos a adentrarnos en ese mundo interno del autor en el que crea, bajo su visión, un universo paralelo cargado de sorpresas y simbolismos.

La naturaleza es el elemento clave, magnánima regente de principio a fin, presente en la vida de los personajes de la obra que se hacen llamar con nombres comunes de elementos naturales, como las nubes o las flores, pero también con nombres de instrumentos musicales o hasta de animales, como es el caso de Lapin, que al traducir del francés al castellano significa “conejo”. Tan solo a la realeza y a la alta aristocracia se le reservan los nombres propios de personas, dato a tener en cuenta y un motivo más que da a reflexionar durante toda la obra.

Todo es simbólico, todo tiene una segunda lectura, todo es un juego de seducción y represión, un binomio de luz y oscuridad que se refleja durante toda la obra. Choque de culturas, el poder contra la clase llana; la aristocracia, la monarquía contra los humildes; hombre frente a mujer… Estigmas que marcan y obligan a seguir un camino sin retorno ni posibilidad de mejora.

Las apariencias muestran rostros de aparente formalidad, de integridad frente a la sociedad, cuando en verdad esconden el lado más oscuro y pernicioso de la miseria humana. Corrupción engalanada con los mejores trajes emitiendo una visión de rectitud que de ninguna manera oculta un tufo nauseabundo de podredumbre que tarde o temprano acaba por delatarlos.

Hijos del Fuego, puede simbolizar la redención de la especie humana enclavada en una sociedad inventada, ambientada en épocas de sistemas tribales, de sacerdotisas, de seres con poderes mágicos capaces de resucitar al que ya expiró, de bodas concertadas con la finalidad de poner fin a rivalidades entre pueblos, a reparar afrentas o saldar deudas de honor.

Una obra muy singular, pues pese a estar catalogada como ciencia ficción, parece inspirada en el deseo de salvación de la humanidad, de vencer la sombra inherente en toda luz, de sanar esa parte del todo que de no ser curado acabará pudriéndolo por completo. Forma ficticia con bases mundanas, tal vez muy bien camufladas, para no desenmascarar un entresijo social que dista mucho de ser un perfecto y equilibrado orden mundial.

La obra además, parece estar en simbiosis completa con una necesidad urgente y apremiante de darle prioridad y protagonismo a la naturaleza, a la riqueza medioambiental, en línea con una conciencia ecológica necesaria.

Una historia y una trama que nos transporta a otra civilización cargada igualmente de los mismos errores, alegrías, traumas e insatisfacciones que pueden caracterizar a cualquier generación, conectada a la nuestra con el estado más anhelado y predilecto, la paz.

Isamar Cabeza

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