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Entre tierras movedizas, mi vida se debate

Un relato que trata sobre el estado que la ansiedad procura, con una lucha interna por perseguir los sueños, en la que el personaje se sobrepone para entrar en un estado de serenidad.

Nota del editor: Relato de ficción de Paloma Castro.

Hoy es día 5 de mes, y solo me quedan 45 euros para finalizarlo. La alarma ha sonado cuando esta mañana he querido pagar la compra en el supermercado. El importe era superior al saldo restante. Me agobio, y me sofoco por dentro. Mi garganta está seca. Mi mente comienza a hacerme pasar una nueva gamberrada. Es el ego, otra vez.  Son sus primos, los miedos. No sé cómo voy a hacer para salir adelante. Se me cierra el estómago. Me viene una imagen borrosa, medio naranja. Con toques amarillentos. Estoy devolviendo. Vomito esa angustia que no me sienta bien. 

                  Ansiedad no me deja tranquila ni un solo día. Por momentos, parece que se queda dormida. Camino descalza, sin hacer ruido, como cuando mi hijo Vincent se echaba la siesta siendo un bebé. A ver si no se despierta, y encuentro un momento de calma.  Pero a la que me despisto, Ansiedad sale con un cuchillo, y me amenaza. Me atormenta con proyecciones de miseria. Estoy sola en la calle como un vagabundo. El saldo de la cuenta de ahorros está vacía, decapitada. No sé cómo voy a hacer para salir adelante. Yo, en mi soledad, con mis problemas. Estoy sola. Lloro, y no paro de hacerlo. Mi rostro está húmedo con tanta lágrima. Y oigo a lo lejos “Al otro lado del río”.

                  A veces me descompongo. Me vengo abajo. El maldito ego me hace daño. Pero lo compenso cuando recuerdo a Frida, mi amiga del alma, y me dice, “no te preocupes, todo pasará”. A lo que añade mi conciencia, —puede que mañana salga una oportunidad que te sorprenda —. Y entonces, atiendo la voz de mi hija mayor, se llama Camille. Su nombre me apacigua. Me cita la lección aprendida en el colegio sobre la caja de Pandora: “la esperanza es lo último que se pierde”. Puede que Serenidad llame al timbre de mi casa, y me traiga en un sobre una noticia esperanzadora. Aunque sea un paliativo, para vivir sin tanto sufrimiento. 

                  Me debato entre la ilusión y la tragedia. El dolor me acecha por dentro. Es una sombra que se ha quedado pegada a mi espalda, y no la suelta. De manera tóxica. Mi vida es un debate, y yo en medio, trato de luchar en dos frentes que parecen opuestos. Que no pueden hacer las paces porque tienen intereses confrontados. Me debato en una pelea continua por perseguir mis sueños. Es algo propio a mi esencia, y a la educación que me inculcaron mis padres. “Lo más importante es hacer un trabajo que te guste”, me decía él, que en paz descanse.

                  En mis sueños, voy corriendo con mis zapatillas de deporte. Saltando los obstáculos de uno a uno, intentando no caer en los charcos. Sin lastimarme. Esforzándome por conseguir encontrar el camino que me lleve allí donde quiero ir. Estoy sudando. Por momentos me canso, pero no me rindo. No siempre sé muy bien cómo lograrlo, pero reconozco con el paso de los años, aquello que no quiero. Lo aparto, lo retiro. ¡Ya no lo quiero! —grito. 

                  Al otro frente, está el dinero. La necesidad de cubrir unos gastos mínimos con los que vivir que pasan factura con una rigurosidad implacable. Los pagos automáticos se envían a su destino final como los aviones combatientes No hay un plan intermedio. Es una misión que tiene que darse por cumplida al finalizar el mes. Al igual que el resto de facturas que llegan, y se acumulan sobre la mesa, como si fuese una acampada militar. Y allí estoy yo, en medio. 

                  Todavía no tengo la cuenta a cero. Pero tampoco quiero llegar a ese extremo. Si Ansiedad quiere localizarme en el móvil, puede que Serenidad derribe la puerta de mi casa antes de que coja el teléfono. Quizás las cosas terminen por colocarse en su sitio. Así que inhalo, y exhalo. Emitiendo un sonido interno que me permite liberar la tensión. Lo repito, el volumen es cada vez más alto. Con más fuerza. Quiero sacar a Ansiedad de mi cuerpo. Una vez más, respiro. Parece que tiene algo de efecto el sonido que emito. Me libera por dentro. Cierro los ojos. Repito de nuevo. Me froto las manos. Parece que voy a hacer una hoguera como los hombres de antaño. Parece que sale fuego. 

                  Siento ese campo magnético. Poso mis manos sobre mi frente, y fricciono con cuidado mi sien, bajando por mi rostro, poco a poco. Doy un masaje a mis mejillas. Compruebo si mi paladar esta más relajado pues padezco de bruxismo. Hundo mis dedos para quitar ese nervio que se endurece como un alambre eléctrico, y me provoca un ruido desencajado cada vez que abro la boca. Froto de nuevo mis manos. Comienzo a sentir el beneficio de mi propia energía que he generado con ellas. Masajeo la zona detrás de las orejas. Recorro mi cuello. Y con las manos, toco mi pelo, una mano en la nuca, y otra en la frente. Bajo y subo, como si fuese una máquina de cortar el césped. Quiero retirar esos hierbajos que me molestan. Respiro de nuevo. Y poso mis manos sobre mi pecho. Parece que Ansiedad se ha suavizado. Como el mar, después de la tormenta. La calma me apacigua por dentro. No sé por cuánto tiempo. Pero decido sacar partido a esta ocasión que me brinda Serenidad. Imploro al universo que me devuelva parte de lo que le he entregado. Pues si doy, yo también necesito recibir algo a cambio.

Paloma Castro

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