A veces ocurre que la poesía llega, aunque se haga la remolona y haya que ir a buscarla, pero siempre llega. Así es como se me han asomado entre las hojas de un otoño incierto los versos que componen la verdad y el misterio de Isamar Cabeza. Este año la última brisa de agosto me susurra en los oídos “Poemas, tankas, haikus y otros cuentos”.
Conforme avanzo en mi lectura me adentro en un mundo poético delicioso, de mirada cuidada y versos maduros (por no mencionar la delicada y bella portada de este libro, un detalle de la pintura de Jules Joseph Lefebvre). La introspectiva de Isamar se traduce, desde mi visión, en memoria, en una rica adjetivación, en una pronta soledad y en una soleada madurez, siempre con el regusto de un viento andaluz con aroma de azahares. Así pues, uno se adentra en esa rica biblioteca de autores y figuras pasadas de la literatura universal que, como Zorrilla o Camus, se asoman por las páginas.
Me impresiona mucho el poema “Tiempo de silencio” (p. 109). Es una composición sencilla, sin florituras ni aspavientos. Sin embargo, creo que su título resume muy bien el contenido de esta obra literaria. Por otro lado, sonrío a menudo cuando encuentro versos que se me antojan parecidos a algunos que yo también he escrito. Este es el caso de “A mi yo verdadero” (p. 108), que lanza, como muchos otros poemas dentro de estas páginas, un grito de rebeldía e independencia femenina más allá de los cánones y las opresiones de la sociedad.
Hay también imágenes de la carne (palmas, ojos, labios, pecho) que equilibran precisamente ese silencio e introspección ya mencionados. La melodía también se abre paso con los sonidos del viento (“Vientos míos”, p. 106), con el juego de disfraces y metáforas, con el tierno balance de lo bello y lo oscuro en “El mito de Sísifo” que dice así:
“Déjame sanar esa oscuridad latente […] como si fuese un mechón que de tu frente retiro… déjame mostrarte lo bello de la vida… déjame”.
Isamar se concede como mujer, como poeta, y como la voz de sus lectores ser todo aquello que alguna vez ha anhelado. Se concede, pues, una tregua a ella y a sus versos. Una tregua que puede ver la luz y puede ser cantada ahora por nosotros. Y de esa manera, también da una lección valiosa a los mortales, pues
“Seres somos, de ciclo finito con ínfulas de eternidad.” (p. 91).
La poesía de Isamar Cabeza está conformada por el ritmo, por las pausas anhelantes, por la musicalidad y el gusto poético. Es, también, una poesía creyente: cree en el tiempo, en la vida, en las cosas, en los hombres y en las mujeres. Es un canto a la tierra (tan tuya y tan nuestra), como dice la página 101:
“Que si de patria es ser patriota de tierra, es ser labriego y de mar, marinero”.
Puede que precisamente este hilillo de voz cale en mí profundamente, puesto que también pienso que pertenezco a la tierra que he pisado, y no que la tierra me pertenezca. Isamar no pretende que la entiendan, pero en sus versos asoman la verdad y la eterna y efímera poesía de la primavera.
Muy buena reseña a un libro que contiene la fuerza de la que se nutren los huracanes.
Creo que nadie me ha definido mejor hasta el momento. Gracias, Carlos y mil gracias a ti también, Aitana. Un abrazo a ambos.