Déjeme que le cuente, señora, que los árboles comienzan a brotar. Aunque no lo parezca. Y es que uno cree que las cosas que de verdad importan son las que les importan a los demás, no a uno, y además no sé el motivo, y por eso le digo que creíamos que esta mañana nunca iba a llegar, que quién nos lo iba a decir hace un año, pero acaba de pasar. Los árboles brotan y decirlo se hace hermoso, hoy incluso más hermoso que Nueva York, para que vea, luego no lo sé (seguramente no) pero ahora sí. Es verdad que a cada cual se le hace hermoso algo diferente, y quienes no la conocen a usted hacen lo que pueden, pero uno cree que lo de los árboles que brotan a veces es cosa de mucho prodigio y hechicería, lo es cuando uno vive donde viven los niños y ve cómo de un palo seco sale un brote, que es una gema, que también se dice yema, o un gromo, que es como se dice en el país de los recios, y cómo de ahí recogemos una manzana o una serpiente, que ya decidiremos. Hace un año, le decía, los días se contaban hacia atrás, como cuando caemos, y no había túneles con luces al final para todos, y hoy brotan los árboles.
No sé qué pensará usted, pero ha transcurrido ese año y no es verdad que nos lo robaran, no, los años no se roban como no se roban los andares, que un año fue el precio que nos obligaron a pagar para seguir funcionando como un tiovivo. Y muchos pagaron con sus vidas, que eran las vidas de todos, o con la muerte, que es el acordarse de aquellos. Y sin embargo, ya lo ve, ahora brotan los árboles como si todo fuera con ellos, brotan porque recuerdan la primavera que fuimos. No hay como taparse los oídos para escuchar los brotes por fandangos, para oír cómo los árboles revientan por sus costuras a pesar de nosotros, brotan como si los mereciéramos y no como si los necesitásemos. Brotan los árboles que nos han visto llorar tanto, los que estaban allí cuando todos juntos éramos soledad; los árboles brotaban en los caminos de ida y caían sus hojas por los caminos del regresar; brotan ahora los árboles sin preguntarnos si fuimos amantes decentes porque ya lo saben, brotan sin querer saber a quiénes amaremos a su sombra, que la sombra la hizo Dios para todos y ningún árbol rechaza a quien la busca, a quien anhela esa sombra, o su flor; ni siquiera rechazan, señora, su fruto. Brotan los árboles también en Barcelona mientras arde y brotan los mismos en el jardín que alguien plantó al lado de una uci, y brotan porque antes brotaron en Santiago, que hay árboles que no brotan hasta que brotan los primeros en Santiago, eso lo sabe poca gente pero es verdad que ocurre, y tanto ocurre que si no ocurriera es como si ocurriese, pero ocurre porque uno lo ha visto y es así. Los árboles brotan en Santiago y después, ya después, en los demás sitios, que son todos los rincones donde no está usted.
No sé qué pensará, pero a veces uno cree que a la gente lo que le gusta es saber de las cosas que importan, pero para eso hay que entender de mucho o no saber de nada. Uno procura hablar de lo que sabe o ha visto, como los árboles brotar hoy, que parece fácil pero no lo es; uno sabe de mirar árboles y de mirar sus sombras, y de buscar una en la que quepan las personas a las que quiere y poco más. Quizá algún día uno hable de otras cosas, pero hoy no, hoy uno habla de cómo brotan los árboles porque hace un año no se podía hablar de eso, ni siquiera imaginarlo, las lágrimas lo impedían, y mire que no se lo digo para entristecerla, que bien sé que usted es de aldea y no soporta los sermones, sino para compartir ese momento. Brotan los árboles, le decía, y pronto darán su sombra sin preguntar, los árboles no son como nosotros, no juzgan, los árboles no piden nada a cambio, ni siquiera los robles, ni siquiera una jacaranda es capaz de negar su color cuando la vista tiene sed, ni ninguno nos niega el favor de colgarnos de una rama por el cuello si enloquecemos. Otro día, si me lo permite, hablaremos de otro día, pero hoy no, el mundo es demasiado importante y tiene mucha prisa.
Esto era lo que quería contarle, señora, que pasó ese año como pasan las cosechas, y pasan las vendimias, y los árboles se quedaron y nos contemplan. Al verlos comprendo que solo hay una cosa que abunde más que la belleza de los árboles, y son los tontos tristes (¡qué le voy a contar!), los que no nos dejan ver los árboles que nos impiden ver el bosque. Las hojas de hace un año alimentan los brotes de este último invierno, las ramas secas eran, en su sombra sobre la hierba, las rejas del presidio de los miedos y ahora, ya lo ve, ya se ve, vuelven a brotar esas ramas secas, y cada brote, lo recuerdo bien, era una plegaria por volver a ver en su rama colgar una hoja nueva, una manzana nueva, una plegaria suya a pesar de todo, señora.
Y ahora, si lo desean, pueden seguir hablando de las cosas que importan. O no.
Cartas a esta señora
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