Pero esta primavera, como la anterior, está atrapada por las manos del infortunio y aunque haga florecer a las plantas y las tierras den los frutos esperados, esta primavera sigue careciendo de lo acostumbrado. Muchos, como yo, añoran el olor característico de estos días, añoran la ciudad siempre repleta de caminantes colgados de sus pensamientos, de sus fiestas y sus costumbres. Al disfrute de la gente que se vuelve vagabunda y por estos días teñidos de sacros vive en la calle, bajo los tibios rayos del sol o la luz de la luna, venerando a sus imágenes crucificadas y a sus vírgenes de inmensos mantos que, entre candelabros de cola, de velones llorando cera y de plateados varales de palio, cierran el cortejo procesional.

Se echa de menos el silencio, el respeto y la solemnidad de sus interminables filas de nazarenos cruzando avenidas y plazas con sus cirios encendidos y sus pies descalzos en señal de penitencia. Se echa de menos la música de las bandas de cornetas y tambores que erizan la piel y conmueven… y emocionan.
La añoranza me regresa al pasado, me devuelve a mi niñez y me hace sentir de nuevo las mismas emociones que sintiera entonces.
No puede ser que todo se acabe, que todo lo que teníamos acabe o se transforme para siempre. Que nuestra realidad está cambiando, es obvio, aunque nos neguemos a aceptarlo, aunque las terrazas se colapsen de gente (igual que antes, algunos incluso ignorando las advertencias), aunque las cofradías en estos días se reinventen para no dejar ese vacío tan inconsolable, aunque la primavera nos regale los mejores días y su sonrisa más amable.
Ahora, hoy más que nunca soy consciente de la fortaleza de nuestras raíces, de esas que nos atrapan y nos vinculan a unas creencias, a un lugar y a un tiempo indefinido. Arbolitos somos, a nuestras raíces nos debemos, ellas nos someten y nos dan la savia, los nutrientes que hacen que nuestras emociones broten y nos hagan sucumbir a la alegría o la pena, a la ilusión o al pesimismo.
Necesitamos reinventarnos, y lo hacemos, constantemente, no se sabe si por el anhelo a nuestra rutina pasada o a la necesidad de explorar nuevos límites necesarios para seguir luchando en nuestro día a día.
Sevilla sintió la ausencia de las cofradías por sus calles, pero hubo actividades que nos han permitido vislumbrar algo de lo que siempre ha sido, para algunos para suplir la experiencia y para otros para llenar el vacío.
Y como cada año, en cada primavera, Sevilla pasa de la túnica de nazareno al vestido de flamenca, a los volantes y los palillos, a los paseos a caballo y al buen vino que nunca falta en cualquier reunión de amigos.

Nuestra fiesta sagrada, la más universal, la más identificativa, la más grande… La feria con sus luces y sus ruidos, su alegría, su música y su gastronomía, con su gente y con su baile. Este año, como alivio al hostelero y al feriante, el ayuntamiento ha decidido apostar por algunas actividades, así que la calle del Infierno volverá a ser invadida de atracciones trepidantes para goce de niños y de grandes, durante la semana del diecisiete al veinticuatro. Se invita a los dueños de los locales a vestir de gala sus bares y restaurantes, al estilo andaluz, cual caseta luciría en un pasado de tiempos normales. Y a nosotras, a las mujeres, se nos alienta a airear nuestro traje de faralá y salir a la calle a pasear así vestida o a acudir a los desfiles de moda flamenca que este año vuelve a estar de luto por un sector que desde el 2020 está prácticamente inerte.
Actividades adaptadas a una nueva realidad que no permite desarrollar nuestras fiestas, pero que tampoco logra borrar nuestra idiosincrasia.
En esta permanente estación de la pandemia (vacía de soles, oculta de lunas y siempre de luto) que seguimos sufriendo, Isamar Cabeza se rebela. Reforzando raíces y embrujando pasados a través de la magia poderosa del recuerdo, nos transporta a un tiempo y lugar presentes, pero no actuales, que sin estar, vuelven a ser y, con ello, a respirar y a vivir. Lo irreal se convierte en real por el uso de la emoción vestida de buena escritura. Aunque haya pandemia es primavera. Y la vida, la real o imaginada y la recordada o inventada, está en todo.
Sus comentarios, mi estimado amigo Felipe, son recibidos siempre con la mayor gratitud y con sumo placer, pues la elegancia y el buen tino son innatos a su manera de expresarse.