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Iván Robledo Opinión Redactores

Morir de sueños

En contra de lo que pueda parecer, los grandes genios de la humanidad debieron ser tremendos dormilones.

En contra de lo que pueda parecer, los grandes genios de la humanidad debieron ser tremendos dormilones. No de otro modo se explica por qué nos referimos a ellos como grandes soñadores, o de cómo no ha habido gran hombre que no tuviera un sueño aún más grande, que lo persiguiera y lo llevara a la práctica para engrandecernos a todos. Sin gente que sueñe lo imposible no hay progreso, pero para poder soñar hay que poder dormirse antes, y muy bien además, de ahí el mal que los despertadores han hecho a nuestros contemporáneos. ¡Cuántos grandes sueños se habrán quedado en el camino que va de la cama al café por culpa de ese timbre inoportuno! Artilugios del demonio que suenan antes de que ese sueño haya llegado a nosotros y que han perecido enterrados para siempre en el limbo de los sueños de gloria. Toda gran hazaña comienza con un primer paso, es cierto, pero siempre después de haber dormido como un bendito.

Por desgracia, en nuestros días hemos cambiado el tener un sueño por, sencillamente, tener mucho sueño, que parece lo mismo pero es todo lo contrario, es una trampa de los sinsentidos. Nuca debemos olvidar que la historia de los grandes logros se ha escrito sobre una almohada, quién lo iba a decir, entre ronquidos y pesadillas, o con la cabeza echada en la mesa de una mala tasca, o retorcidos en el respaldo del asiento de un coche que no venía de ninguna parte. Algo debe tener un buen sueño cuando lo maldicen los tristes. Los sueños son el alma de la realidad para las personas que no confunden la vida con la supervivencia, el sueño es descubrir una suerte de secreto, un acertijo que nos permite abrir una puerta por la que llegar un poco más acá, una cerradura para cada una de las llaves que encontramos en el campo junto a las puertas que allí ponemos.

Sueño 2

Para quien sabe soñar, su gran enemigo no es el alborear sino la somnolencia. Nada hay más real que los sueños porque nunca sabemos qué vamos a soñar, como cada amanecer ignoramos que nos deparará la tarde, y ahí reside parte de su grandeza. Soñamos y, al hacerlo, vivimos dos veces porque solo en los sueños somos realmente libres, es sobre ellos como se nos permite regresar por unos instantes a nuestra infancia, el lugar donde todo fue posible. Los sueños son el reino donde viven los niños capaces de tocar la luna poniéndose de puntillas, el tiempo en el que lo conocen todo y a partir del cual, conforme vamos creciendo, comenzamos a olvidar. Por eso los niños duermen tanto, necesitan dejar de soñar por un rato y descansar de todo lo que ha sido creado para ellos. Tal vez por eso llegamos a pensar que los grandes hombres, esos soñadores que mencionábamos al principio, son en realidad niños grandes. Dejarse caer en ese pozo oscuro sin fondo conocido que es el soñar solo está al alcance de quienes creen que al final encontrarán el brocal por el que salir. Así se forjan los sueños en esas mentes privilegiadas mientras que el resto, por desgracia, nos limitamos a hacer lo que podemos, y hemos de reconocer que nuestros sueños suelen ser bastante tontos, tanto que nos vemos obligados a soñar despiertos.

Los sueños son en esencia el envés de cualquiera de nuestros mundos. Por ese motivo no leemos o escribimos para soñar, sino para rememorar lo que alguna vez, cuando fuimos niños, soñamos sin darnos cuenta. Quien lee o escribe regresa al punto donde se quedaron todos aquellos sueños que no nos dio tiempo a pedirle a los cielos, por eso no hay historia que no nos resulte familiar y entrañable, aunque haya que ser muy, muy niño para tener la valentía de reconocer que esas narraciones, como todas, también nos pertenece cuando sale a nuestro encuentro años después ahí donde el viento de la vida la dejó caer, en rincones de nuestras ciudades, que son todas, en caras que creemos creer reconocibles, en relatos que otras personas guardaron para devolvérnoslos bien encuadernados. No se sueña ante un libro para escapar de la realidad, sino para volver a ella, la que era nuestra cuando fuimos habitantes de la niñez.

-Espere, ¿y qué hay de las novelas de asesinos, o de las eróticas, o de las de ciencia ficción? ¿También son sueños infantiles?

Entonces recordamos que los niños nunca mienten, y que los sueños de la razón que conoció Goya de oídas nos muestran cómo se cuece la crudeza de nuestro subconsciente en todo su esplendor. Son las reminiscencias de Calderón a través de la boca soñada de Segismundo:

¿Qué os admira? ¿Qué os espanta?
si fue mi maestro el sueño,
y estoy temiendo en mis ansias,
que he de despertar, y hallarme
otra vez en mi cerrada
prisión, y cuando no sea
el soñarlo solo basta (…)

Van y vienen los sueños, y como las musas han de encontrarnos dispuestos, que llegan como gorriones que no entienden de las leyes de los hombres, que libres son y anidan donde les place o pasan de largo si no les merecemos. Solo en los sueños somos soberanos de verdad, son el único lugar en el que podemos acudir a nuestro propio entierro y contárselo, o no, al sol de la mañana siguiente.

Iván Robledo

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