Aitana Monzón - Acalanda Magazine - Editorial Amarante
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Viviendo la poesía

Todo el mundo sabe que la adolescencia es un peaje a la vida adulta, un tiempo de cambio y reflexión del individuo hacia mundos futuros, nuevas oportunidades, formas frescas de pensar. Y aquí es donde irrumpe con fuerza el arte.

Intervención de Aitana Monzón para la charla homónima del 25 de octubre en la UNED de Tudela.


Buenas tardes. Mi nombre es Aitana Monzón y me presento en calidad de amante y aprendiz del arte, en este caso de la poesía. Pero también he de presentarme en calidad de joven y exponer los motivos que me llevan a interesarme por ciertos autores, poetas, referentes dentro de este gran universo. Lo siento por tener que ser tan franca, quizás no sea lo que esperan de mí o lo que ansían oír. Les diré que todavía soy novata como para discernir sobre si un autor me parece más correcto que el otro, sobre si un verso me hace pensar más que otro en la belleza, sobre si ese poema o aquel me hacen viajar por distintos hemisferios. No. No he leído tanto como para poner en un ranking a Whitman, Shelley o Pozzi, mas sí que es cierto que en los últimos años he podido observar una nueva tendencia hacia la poesía entre los adolescentes que me hace creer más en el futuro.

Sin embargo, las cosas nunca son como uno las planea y también he de señalar que estas nuevas tendencias se inclinan más sobre la forma “urbana” de hacer poesía (digo “urbana” porque parece que últimamente asociamos el término “urbano” con el significado de “popular” o “mainstream”, en inglés): las nuevas generaciones ya no contemplan entender a Calderón, ni emocionarse con Dickinson, ni acostumbrarse a la podredumbre de los poetas malditos. Vivimos en una era de inmediatez, consumo, superficialidad… y me pregunto yo si eso tiene que ver acaso con la poesía. Será que ya no están de moda los clásicos. Esperen un momento. ¿Cómo que no están de moda los clásicos?

Pero dado que me han pedido dar mi humilde opinión, no veo reparos en hacerlo. Todo el mundo sabe que la adolescencia es un peaje a la vida adulta, un tiempo de cambio y reflexión del individuo hacia mundos futuros, nuevas oportunidades, formas frescas de pensar. Y aquí es donde irrumpe con fuerza el arte. El adolescente necesita encontrar su lugar en el mundo. No le sirve ir de la mano con lo ya establecido: desea rebelarse, ser distinto y destacar para, simplemente, no ser rechazado por los que le rodean. De hecho, pienso que todo acto de rebeldía que se asocia a la juventud no es más que un intento de descubrir el arte, de acercarse a él y tratar de entenderlo. Todos hemos soñado alguna vez con ser cantantes o pintores: en otras palabras, con pertenecer al arte en toda su complejidad, abstracción y plenitud. Así que: rebelémonos. Encontremos el camino hacia el arte.

Como decía, el presente, lo quieran o no, está a la merced del cambio y las tecnologías. Pero lo mismo ocurre con el arte. Hace poco leí que antes los chicos necesitaban mentir a sus padres para salir con los amigos, mientras que ahora mienten a sus amigos para quedarse en casa. Esto es en parte cierto: nos mueve la comodidad del hogar, de encender una pantalla y tener ante nosotros el mundo, la sabiduría, el conocimiento infinito, pero… ¿qué hay de la belleza? ¿Es que acaso también conmueve un Bernini visto desde el otro lado del salón? Sí, señores. Esto es en lo que ha derivado el arte: en indiferencia, en ignorancia, en consumo… en olvido.

La mayoría de la gente de mi edad no sabe que el presente bebe del beso anheloso del pasado. Lo mismo ocurre con la literatura. El término “romántico” se ha extrapolado a una caja de bombones y una carta por San Valentín. Pero el Romanticismo va más allá del amor de los hombres, más allá de lo corpóreo, de lo carnal, incluso de lo insano. Más allá de la complejidad de los seres: busca reconocimiento, soledad, reconexión con la naturaleza… Ahora veo que hay campañas que instan a los humanos a separarse de las tecnologías y conectarse con el medio. Por favor, no sean cínicos. Ni se nos ocurra decir que algo hemos inventado. ¿Qué pensarían Wordsworth, Darío o Novalis? Sin embargo, tiendo a creer en la bondad del mundo y en la esperanza de las nuevas generaciones. Aún hay jóvenes que se deleitan con Valéry, que descubren a las poetas sinsombrero, que sueñan que un mundo azul es posible con Machado… y eso me hace sentir parte de la raza humana, sin la cual, supongo que nada de esta discusión sería posible.

Aitana Monzón - Acalanda Magazine - Editorial Amarante

Entonces, entiendo que ahora se lean poemas de Defreds, Loreto Sesma o Marwan. El torbellino de la juventud necesita saciarse de significado y pertenencia al mundo. Pero para mí esto es solo el principio del camino hacia lo etéreo, lo magnífico, lo eterno, al fin y al cabo. No digo que la poesía actual, los slams y todas sus variantes no sean una forma de caracterizar el arte: sí lo son… pero es una forma vacua e incompleta. No tiene cimientos, complejidad, adherencia, entrañas. Puede que tales autores lleguen a ser “referentes”, por supuesto que sí. Mas no concibo que alguien pueda vivir sin conocer la palabra maldita de Baudelaire, que dice «¡La música a menudo me toma como un mar!” o la sonata que desprende Lorca de sus labios:

¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?

¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?”

No puedo dar juicios de moral, ni tampoco tengo respuesta que explique las tendencias de los jóvenes con respecto a su búsqueda personal de referentes en el campo de la poesía.  No hay dos corazones iguales, ni tampoco hay dos plumas iguales. Incluso si digo que mi poesía bebe de versos malditos que ya han muerto, puede que cambie de opinión y que, en un tiempo abra los ojos y encuentre bello lo que ahora denominamos “presente” o “vanguardista”. Sin embargo, sé que mi escritura va a la par que mis sentimientos. Escribir para mí es algo necesario, pero a veces también es un tormento. Pero lo que sí tengo claro es la raíz, el mecanismo interno, el tronco que sostiene mis ideas.

Quizás siempre estemos buscando la belleza, aunque quizás nunca logremos encontrarla. Puedo decir que, en mi caso, prevalece siempre esa búsqueda del balance entre lo ético y lo estético que tanto fascinaba a los clásicos: el ethos, el pathos. Entonces, puede que mis referentes hayan muerto hace mil años. ¿Qué importa eso? Su esencia está presente en mi verso en ocasiones simbolista, intimista o sinuoso como el mármol que define delicadamente las curvas de una escultura clásica, de alguien que fue referente incluso para mis referentes…

Con esto quiero pedir disculpas: como dije al empezar, no soy lo que ustedes piensan. Quizás tuviera que entregarme a la corriente que ahora parece estar de moda. Reitero mis disculpas, siempre he sido rara avis y no creo que el arte del verso sea algo caduco o decadente.  De todas maneras, dejen a las almas libres rebelarse. ¿Cómo, si no, alcanzaremos el progreso y la libertad? Me despido de momento, pero antes quisiera recordarles algo: cuiden al arte como les gustaría a ustedes ser cuidados. La belleza que les rodea, la más etérea, las más frágil y pura en todas sus formas no es más que un arma letal y tierna: poesía.

Aitana Monzón

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