Cuando la tradición va unida a injustas normas civiles, las mujeres son consideradas propiedad y el miedo desaparece, nacen aldeas como Umoja, símbolo de la sociedad matriarcal en Kenia.

El mundo pese a todo sigue girando, sigue saliendo el sol y sigue habiendo atardeceres. Y es que existe mucho más de lo que imaginamos, mucho más de lo que podemos ver a través de cualquier medio de comunicación. Como consecuencia de esta crisis y de este acuartelamiento, la naturaleza recobra su propio ritmo y los animales recuperan su espacio perdido. Todo respira y se regenera aprovechando este tiempo en que nosotros, los humanos, permanecemos encerrados por miedo a morir por el famoso virus. Ahora, abril de 2020, el mayor miedo es al virus, pero sin pandemia de por medio motivos a los que tenerles miedo nunca faltan.
El miedo siempre viene a incordiar, aparece para limitar nuestra existencia, para crear otros sentimientos como la angustia y la fobia. Será porque nuestra mente ante el peligro reacciona poniéndose a la defensiva o porque desconfiamos de lo nuevo, tanto como de lo que ignoramos. Sea cual sea la razón, el miedo juega en nuestra contra, hasta que un día se descubre que los límites se pueden romper y que hay vida más allá y quizás más placentera de la que conocemos. Los últimos datos que ofrecen sobre el coronavirus, aparte de las víctimas, infectados y curados, nos dejan claro que la violencia machista no se ha tomado un respiro, sino que el confinamiento no ha hecho otra cosa que avivarla.
Debe ser horrible vivir con un maltratador, tenerlo al lado veinticuatro horas y saber que cualquier momento es bueno para que descargue su violencia sobre ti. El miedo, en definitiva, es el que paraliza, el que provoca situaciones que no deberían de suceder nunca.
Cuando el civismo falta, la palabra no es suficiente y el amor es un vocablo sin significado, es hora de tomar medidas urgentes.
A esta conclusión debieron llegar las mujeres de la tribu Samburu, pues a día de hoy representa el sistema matriarcal más revolucionario que se haya conocido.
El miedo es igual en todos lados, sea un país, llámese “civilizado” o desarrollado o un país tercer mundista como lo es Kenia. Las injusticias para con la población femenina africana quizás sean mayores que en España, por establecer una comparación con una realidad que conocemos de primera mano. Al menos aquí no sufrimos la ablación, como ellas. En Samburu, un distrito de Kenia, un día las mujeres dijeron “basta”, tomaron sus pocas pertenencias y abandonaron el poblado donde siempre habían vivido. Aquello debió ser un acontecimiento inaudito, inédito, nunca visto, tal como para nosotros este confinamiento, que si en enero nos hubieran dicho que esto iba a pasar nadie lo hubiera creído.
Ellas unieron fuerzas y vencieron sus miedos, tomaron las riendas de sus vidas y decidieron que alzarían una aldea donde ningún hombre podría entrar, y así lo hicieron. Se bastaron ellas solas para construir sus casas, sembrar sus alimentos y criar a sus hijos. Su fuente de ingresos se basa en el turismo en la elaboración de abalorios típicos de su cultura que venden en una página online y a los viajeros que pasan por la aldea.
Es una historia que resulta idílica, pero que no está carente de problemas y obstáculos, pues los maridos de estas mujeres no se resignan a esta sublevación y de vez en cuando aparece uno reclamando a su esposa, ya que la consideran de su propiedad. Contra esta acción, ellas reaccionan echándoles de allí, pegándoles si hace falta. Y es que pese a su falta de educación, sus escasos recursos o el miedo a que las maten, entendieron que no era justo ser tratadas como propiedad, ni tenían por qué casarse obligadas a los doce años con hombres que podrían ser sus abuelos.
Toda una toma de conciencia que germinará en las generaciones siguientes dando lugar a una sociedad más justa, más igualitaria. Toda una demostración ejemplar de que el poder está en la voluntad, en tomar la decisión oportuna y aunque el miedo nos haga temblar seguir adelante hasta el final, porque la vida solo es una y no hay tiempo para malgastarla.
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