De la progresista visión de una mujer, María Laborda, dotada con un inmenso don para la escritura, al extremo opuesto, Francisco Alvarado, sacerdote conservador que luchará con su pluma contra las ideas liberales francesas.
De María Laborda se conservan pocos datos biográficos, se sabe que fue una dama española por los datos que ella misma añade a sus escritos. Se la conoce también como María de la Gorda Bachiller y se presenta como «actriz que fue bajo el nombre de Margarita de Castro», de la cual se sabe que vivió a finales del siglo XVIII y principios del XIX, y que en 1773 formaba parte de la compañía que representaba en el teatro de Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, como dama cuarta. Es probable que haya sido hermana de otras dos actrices, Francisca y Ventura Laborda.
De la comedia en prosa en cinco actos La dama misterio, capitán marino de Laborda, se conservan dos apuntes el A y el B. El apunte A aparenta ser el original, y en él se encuentran muchas correcciones y párrafos marcados por la censura. A pesar de no incluir el texto de la censura o de la licencia para su representación -parece ser que nunca la hubo- se puede reconocer la firma abreviada de Francisco Cavallés Muñoz que aparece en todos los folios. Esta obra no fue representada, impresa o anunciada en los periódicos de la época. Serrano y Sanz sugiere la posibilidad de que se trate del «arreglo de alguna obra extranjera» sin indicar cuál sería ésta, por lo que se debe ignorar su comentario hasta tanto haya alguna evidencia al respecto. El texto de la comedia está precedido por el «Prospecto» de la dramaturga, conocido hasta ahora en las versiones fragmentadas de Serrano y Sanz, y de Nelken. Se trata de un documento de mucho interés por su decidido carácter de manifiesto feminista, y por la doble finalidad que Laborda le asigna: la confesión de la autora sobre los motivos personales y didácticos que la llevaron a componer el drama, y sus observaciones sobre las infinitas posibilidades de que disponían las mujeres para desempeñarse con idoneidad en las tareas propias de su sexo y aquéllas que se consideraban asociadas al sexo masculino.

Cuando me propuse dilatar con la pluma una parte de las muchas ideas que animan mi corazón, se aparecieron a mi mente dos formidables monstruos que con semblante aterrador intentaron confundirme: eran la “sátira” y el “desprecio”. Mas yo les dije con serena frente: no temo vuestros golpes, que darán en vago. ¿A quién se dirigen? ¿A una débil mujer confundida en el profundo abismo de la obscuridad, que no compone el más leve átomo del globo literario? Yo no escribo por vanidad; sigo los impulsos del Eterno Ser que le plugo formar mi alma un ente racional adornado del admirable don de la palabra, por cuyo medio disfruta y comunica los placeres que hacen amable la existencia; yo cumplo su voluntad practicando tan singular prerrogativa. ¿Podré temer vuestros furores cuando me mueve tan soberana causa?
Me parece necesario advertir, que este mi primer ensayo, sólo es una mera distracción de mis penosas tareas. Mi ocupación, estado, y fortuna, no me permiten perfeccionarle con mis cortos conocimientos; no he tenido en él más objeto que adormecer la memoria de mis pasadas desgracias y minorar las presentes; manifestando al mismo tiempo, que las damas españolas entre las gracias de Venus saben tributar holocaustos a Minerva. Dichosa yo, si logro que estimuladas de mi ejemplo abandonen una de las muchas horas que pierden sin fruto, y traten de emplearla en corregir mi obra con otras más dignas de atención. ¡Cuánto sería mi placer si llegase a verlas tan amantes de la literatura como son de las modas extranjeras!»
La acción de esta comedia se desarrolla a una milla de Londres, alternativamente en las quintas del barón de Negllingt, padre de Teodora y futuro consuegro de Rebeca Wesfiel, y el Conde Wesfiel, hermano de Rebeca; y dura un poco más de un día. La comedia se halla dividida en cinco actos, pero la escritora no los subdividió en escenas, sino que prefirió separar las situaciones haciendo mención de los personajes que intervienen en cada una de ellas y del lugar físico en que se hallan.
La heroína de la comedia es Rebeca Wesfiel, a quien los azares de la vida la han convertido ya en «dama misterio», ya en «capitán marino».
Laborda consideraba la obra de gran importancia didáctica para las jóvenes de aquella época. A lo largo de los cinco actos nunca se reconviene a Rebeca por haberse dejado seducir, nadie piensa de ella como una perdida; en cambio se la reconoce por sus méritos, por haber sabido granjearse el respeto y la admiración de las cortes de Francia e Inglaterra, y por haber sido capaz de criar a su hijo aún a la distancia. Es cierto que para llevar a cabo tamaña empresa Rebeca debió asumir un rol masculino, tal vez el más prestigioso entre las profesiones de la época y el que más definía la masculinidad. El hecho de que Rebeca cambia con igual éxito de sexo e indumentaria varias veces en la comedia -al igual que lo hicieron durante el Siglo de Oro las protagonistas de Ana Caro y María de Zayas-, indica claramente lo fútil que es juzgar a un ser humano por su exterior y no por su verdadero valor. La obra concluye con un mensaje de esperanza y optimismo dirigido a la audiencia femenina:
«Rebeca: Plegue al cielo que, si alguna infeliz comete el mismo error, siga también mi ejemplo para vindicarle; pues, aunque a todas no es dado un mismo espíritu y valor para una penosa carrera, la providencia facilita medios honrosos a quien los busca huyendo del peligro. Y conozcan todos que una mujer sabe ejercer el valor y cursar las ciencias con los mayores progresos, cuando aspira a colocar su nombre en el glorioso templo de la fama.»
Por otro lado, y formando parte de este programa de radio, nos encontramos con la figura poco popular conocida como el “Filosofo Rancio”, Francisco Alvarado quien, de orígenes humildes, se dedicaría al estudio de la filosofía y la teología. En 1810 deja Sevilla para viajar hasta Portugal ante la llegada de las tropas francesas. Su espanto ante las nuevas ideas traídas del país galo le hacen dirigir cartas a otros sacerdotes, que constituirían gran parte de su obra escrita.

Alvarado encuentra su postura de lo más acertada, lleva mal los cambios, sabe que las viejas estructuras flaquean y cree ciegamente que el país debe seguir bajo las directrices absolutistas de Fernando VII, por eso se enfrenta como caballero andante contra las cortes de Cádiz y contra todo aquel que defienda las ideas ilustradas. La influencia de Cervantes queda manifiesta en su retórica y en su manera de atacar, sirviéndose de su pluma como lo hiciera el Quijote con su espada, no en vano había leído la obra del famoso de la Mancha y había imitado su estilo y hasta pareciera que su modo de actuar. En definitiva, Alvarado defiende en sus “Cartas” el sistema absolutista siendo nombrado consejero de por Fernando VII antes de morir éste. Combatió con dureza y constancia cualquier innovación al régimen establecido, así pues, sus “temibles gigantes” fueron la política ilustrada, la corriente liberal, afrancesada, jansenista, masónica o librepensadora que empezaba a nacer en la sociedad del siglo XVIII.
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