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Lo de quedarse dormido

San Ero cuentan que vivió en el monte Castrove, en el monasterio de Armenteira, y quien lo cuenta era Alfonso X el Sabio en una de sus cantigas, que eso es mucho contar o ya me dirá usted, pero es más que nada que el santo Ero durmió trescientos años escuchando el trino de un pájaro.

Déjeme que le cuente, señora, que las cosas que siempre están cambiando hacen que siempre estemos igual, tan distintos, como siempre, exactamente tal y como usted no nos dejó, que no es poco aunque tampoco mucho, como bien comprenderá, que bien sé que usted es de aldea y que estas cosas, en el fondo, no le impresionan como pareciera o pareciese. Ya habrá adivinado que esto no es como lo del príncipe Salina, ya sabe, el crápula siciliano de aquel asunto del Gatopardo, sino que va de otras cosas, las que cambian por quedarnos dormidos, o por suponer que lo estamos, que a veces parece que nos dormimos con el alma en carne viva y que lo sueños cicatrizan las pasiones mal curadas. Lo de que las cosas cambien está muy bien, y además es necesario; lo malo es que a veces ocurren cuando no miramos, como pasa con las agujas de los relojes de agujas o cuando se abren las flores, y al volvernos es cuando nos llevamos el susto, que fue lo que le pasó a los que iban en el cohete de Charlton Heston cuando aparcaron (que eso se dirá de otra forma, claro) y se encontraron con lo de los simios en el planeta. Son estas las cosas que cambian cuando uno no mira, como le digo, pero también las que cambian cuando uno duerme, que todavía es peor porque lo que cambia nos suele encontrar en pijama y para eso no hay remedio que valga ni que no.

En realidad uno sabe que estas cosas, lo de los simios y otras parecidas, no ocurren todos los días porque sería terrible, y la gente al final se cansaría y comenzaría a tirar piedras, que es lo que se hace (con razón) en estos casos; pero si se fija bien verá que ocurren, sí, ocurre que nos despistamos y al darnos cuenta el mundo ha cambiado como si le hubieran dado la vuelta como a unos leotardos (no digo ya calcetín, que ya es decir). Todo esto se lo contaba por lo de los simios, claro, para que no crea que es cosa de la política porque a la política le pasa como a la energía, que ni se crea ni se destruye, solo la cobra otro. Y es que tampoco lo de los simios y el señor Heston es como nos lo cuentan, que uno no puede ausentarse tanto tiempo del planeta por lo de los contratos de permanencia y la revisión del gas y de los ojos, pero sí sirve para explicarle lo que le digo, que lo peor de dormirnos en los laureles es que se nos clavan las ramas, (y que hay bichos también), que lo mejor es dormir como Dios nos deje, poco y descansados, sin pereza y ligeros de vientre para no tener pesadillas, que es lo que pasa según cuentan quienes pueden hacerlo.

El caso es que uno se ha echado a dormir muchas veces y, créame, lo de criar fama no es para tanto. Uno cree (¡qué quiere que le diga!) que lo de dormir a piernas sueltas es solo una tradición de antaño (o de hogaño, no lo sé), que lo de Charlton Heston y sus cuitas los simios del planeta es solo una tradición mal contada, que la cosa dicen que viene de mucho antes y que se la atribuyen a un tal san Ero que, como todo buen santo de verdad (santo, santo), es apócrifo, que es una manera saludable de ser santo por lo que se ahorra en novenas y traductores al inglés de sus elevados pensamientos. San Ero, le decía, cuentan que vivió en el monte Castrove, en el monasterio de Armenteira, y quien lo cuenta era Alfonso X el Sabio en una de sus cantigas, que eso es mucho contar o ya me dirá usted, pero es más que nada que el santo Ero durmió trescientos años escuchando el trino de un pájaro, o puede que no, que no durmió, que es la mejor manera de soñar y eso es lo que en realidad quiero decirle, y además es algo que también le ocurrió a otro monje, que será que lo de los hábitos hacen a estos sujetos, a un tal Yves, de Bretaña; y como para andar por casa quizá haya oído hablar de aquel otro tipo, Rip van Winkle, que en un suspiro se le pasaron veinte años, pero que como era inglés tuvo la mala suerte de que al despertar se encontró con su hijo vivo, que ya es mala pata.

Esto era lo que quería comentarle, señora, cuando me acordé de lo de los Simios y de lo del señor Heston, que vivimos tiempos en los que las liebres saltan dónde sí se las espera y así no hay manera de nada. Será por eso que hay quien dice, que cenizos los hay en todas partes, que el sueño es el anticipo de la muerte, como el que vivieron Bogart y Bacall, pero uno no está seguro de que tenga que ser así. Hay muertes todavía peores que el morirse, incluso que el dormir, que es el ir a soñarla y encontrarla con los ojos cerrados. Y eso sí que no.

Iván Robledo Ray

Cartas a esta señora

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