Iván Robledo Opinión

Lo de los serios

Déjeme que le confiese, señora, que uno no sabe muy bien qué es eso de escribir cosas serias, pero sí que dentro de poco tiempo el ser un tipo serio no será privilegio de unos cuantos, sino de todos. Como se lo digo, que así me lo han contado, que pronto todos seremos serios y sesudos y eso supondrá un avance indudable que nos permitirá ahorrar tiempo para emplearlo en dejar de ser serios, que es esa curiosa costumbre que se ha convertido en novedad perpetua.

Uno se puede hacer una idea vaga, pero nada más, de lo que es escribir cosas de mucha seriedad, aunque no crea que lo de ser serio es algo nuevo, no, que ser serio, ¡tan serio!, es cosa que se viene escuchando de lejos, en realidad desde siempre, de cuando a ese primer hombre se le ocurrió decir que lo hacía era serio y trascendente y lo que hacían los demás no lo era porque hacían lo de siempre, lo de todos; ya ni se sabe cuándo fue eso, pero quienes escuchaban asintieron porque nunca antes habían escuchado lo de ser serio y reflexivo, o al menos nadie les había dicho que había cosas que se pueden llamar trascendentes y otras que no, y ese día todos se lo pasaron muy bien gracias a ese señor que les decía lo que eran las cosas de mucha formalidad. Desde entonces es fácil entender que hablar desde una misma trascendencia ayuda a comprender casi todos los puntos de vista y evita discusiones desagradables, nos hermana casi como a ángeles y, al cabo, nos sabemos queridos, aunque sepa que esto no se lo digo para confundirla, que bien sé que usted es de aldea y sabe torear a los tontos de tres en tres, sino que más bien se lo digo para que el tema no la pille despistada.

Y es que lo mejor de la seriedad actual es que cada cual tiene la suya, que ya no es como antes, como cuando alguien te tenía que decir lo que era ser juicioso porque así lo quería el jefe de negociado de cualquier cosa (y me reconocerá que jefe de negociado es un cargo abstracto pero de nombre hermosísimo), que para eso están los buenos y santos amigos, por no decir los padrinos campo a través; ahora es distinto, ya lo sabe, uno dice que lo suyo es reflexivo y ya está, ya lo es, y si alguien le dice que no, que no es serio, puede llamarle de todo e insultarle como antes se insultaba a las personas que eran serios (es decir, como ahora pero al revés) y asunto solucionado. No sé qué pensará usted, señora, pero hay quien todo esto lo encuentra satisfactorio, y que por eso cualquier crítica que ahora se le hace a una persona por lo que piensa se entiende que va en contra de la seriedad campante.

Ya sabrá que la seriedad es solo un nombre, que también hay quien usa el término autenticidad, y quien rebelión, e incluso innovación, que es el nombre preferido de quienes hacen lo de siempre, que es el camino más seguro para ser original. Lo de ser una práctica satisfactoria se entiende bien, no hará falta que se lo cuente, porque gracias a esto de la seriedad y a sus variados nombres, tan numerosos que son legión, siempre tendremos una excusa para no reconocer lo malo que somos en lo nuestro y en lo de los demás.

Por esta razón a uno le gusta leer a quienes aseguran que tal o cual cosa es la nueva revolución, a uno le gusta leerles porque sabe que esos tipos no son muy listos (le hablo de neuronas, claro), y en seguida les sigo la pista para divertirme a su costa cuando hablan o escriben. Esto no está bien, ya lo sé, tiene algo de perverso pero la actual trascendencia de tantos obliga a buscar el entretenimiento donde sabemos que siempre salta la liebre.

Algunos días uno cree que hay quien confunde el derecho a decir lo que quiera con cierta obligación que tienen los demás de soportar el tostón que nos pretende contar; o que por alguna razón el mundo resbalaría sobre el abismo de hielo que cubre el vacío del cosmos si no escuchara lo que tienen que decirnos, todo ello mientras se preguntan admirados cómo es posible que el mundo haya sobrevivido hasta hoy sin saber lo que él (o ella, fíjese) tiene que decirnos a todos, ¡a todos, oiga, a todos!

Créame señora, uno nunca se fiaría de alguien que creyera que eso tan importante que tiene que decirnos le interesa de verdad a alguien que no le ha preguntado. Pero claro, esto lo dice uno que ha visto cómo usted se colocaba un mechón detrás de la oreja.

Así que ya le digo: si le sale un ripio embuche con una pena parental. Mano de santo, oiga. O no.

Iván Robledo Ray

Cartas a esta señora


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