La vida y obra de la pintora y poetisa Elizabeth Siddal (1829-1862) fue inmortalizada como uno de los más enigmáticos símbolos de todo un movimiento artístico. Su melancólico a la vez que críptico rostro de osadas y serenas facciones cautivó a un grupo de revolucionarios pintores que captaron en su espíritu, luz y carácter la belleza y fuerza propias de lo que es divino y mundano a un mismo tiempo. Su talento y sofisticación la consagraron como la inspiración de las obras maestras de célebres artistas como John Everett Millais (1829-1896), William Holman Hunt (1827-1910) y Dante Gabriel Rossetti (1828-1882), quienes contemplaron en ella el cambio y génesis de una nueva forma de entender y crear arte.
Con tan solo veinte años y descubierta por Walter Deverell (1827-1854) mientras trabajaba en una sombrerería como modista, Elizabeth Siddal estaba destinada a convertirse en una de las primeras modelos “góticas” y musa de la insurgente Hermandad Prerrafaelita, conmocionando a la sociedad y críticos de la época y transformando los pilares de la historia del arte.
Elizabeth Eleanor Siddal nació el 25 de julio de 1829 en Londres, Inglaterra. Alrededor de 1831 se mudó junto a sus padres, Charles Crooke Siddall y Eleanor Evans, a Southwark, una zona menos saludable de la ciudad. Lizzie -tal y como la llamaba cariñosamente su madre- aprendió a leer y a escribir a muy temprana edad, cultivando y desarrollando su pasión, gusto e inclinación por la pintura y la poesía. Y es que se dice que la joven quedó completamente embelesada por un poema de Alfred Tennyson que encontró en un pedazo de papel de periódico que había sido empleado para envolver mantequilla. Este suceso casi propiciado por la fortuna sirvió como motivación a una adolescente Elizabeth Siddal, quien haría de la poesía, entre otras artes, su vocación.

La infancia y juventud de la muchacha transcurrió en la mayor calma y discreción. Sus primeros años se sucedieron de manera mecánica y confortable pero monótona, ya que no ocurrieron grandes acontecimientos ni vivencias que la conmocionaran profundamente. A pesar del legado y mito que estaba designada a representar, no sería hasta un día en apariencia corriente en el invierno de 1849 mientras se hallaba ocupada en la trastienda de la sombrerería en la que trabajaba, que un joven artista desde el exterior maravillado por su porte y elegancia la observaba. Elizabeth Siddal estaba a punto de conocer a los fundadores de la Hermandad Prerrafaelita.
Su futuro cuñado, el escritor William Michael Rossetti (1829-1919), la describió como;
“Una de las criaturas más bellas con un aire entre dignidad y dulzura con algo que excedía la modestia y la autoestima. Alta, finamente formada con un cuello suave y regular, con algunas características poco comunes, ojos verde-azulados, grandes y perfectos párpados, una tez brillante y un espléndido, grueso y abundante cabello oro-cobrizo. Poseía una modestia y respeto propio y se reservaba de forma desdeñosa. Su forma de hablar tenía un tono sarcástico.”
William Michael Rossetti (1829-1919)
El pintor Walter Deverell aguardó en la calle a que la joven terminara su jornada de trabajo, y cuando ésta se disponía a regresar a casa, se presentó como uno de los integrantes de la fraternidad que defendía el innovador ideal de capturar para plasmar sobre el lienzo esa belleza sublime y celestial que late soberbia en la esfera de lo terrenal. El Prerrafaelismo surgió como una tendencia artística radicalmente opuesta a la estricta y tradicional academia del siglo XIX, Royal Academy of Arts, pues pretende perpetuar el método y expresión pictórica de los ilustres Raffaello Sanzio (1483-1520) y Michelangelo Buonarroti (1475-1564). De modo que sus integrantes anhelan expresar el más minucioso detalle a partir de intensos y luminosos colores que resaltasen los temas de sus obras. Algunos de los más memorables giran en torno a las escrituras bíblicas, la materia de Bretaña o la figura de la mujer fatal.


Con semejante juicio y propósito se aproximó Walter Deverell a una sorprendida y expectante Elizabeth Siddal, a la que ofreció la oportunidad de posar como modelo del círculo de artistas. Sin embargo, en la Inglaterra victoriana dedicarse al modelaje era poco más que ser prostituta, por lo que las mujeres que ganaban dinero posando eran socialmente denigradas y avasalladas, peligrando en muchas ocasiones su honor como la reputación de sus familiares y allegados. Por eso, persuadió a su madre, la señora Deverell, una mujer refinada y distinguida para que visitara a la familia de la joven con el objetivo de esclarecer que las intenciones de aquella empresa eran puramente artísticas y que la estima y respetabilidad de la joven no se vería comprometida. En consecuencia, y debido a la precaria situación económica de los Siddall, Elizabeth accedió de buen grado a aparecer y ser reconocida como el nuevo rostro, fascinación y musa de los pintores de la Hermandad Prerrafaelita.
Uno de los episodios y accidentes más notorios que contribuyeron a formar la leyenda que rodea la figura de nuestra poetisa y artista tuvo lugar en el estudio de John Everett Millais, cuando posaba para que fuera retratado el ahogamiento de Ophelia.
El pintor dispuso una bañera en la que vertió litros de la fría y sucia agua del mismísimo río Támesis, en torno a ésta prendió velas que calentaran con sus tenues llamas unos pocos grados la temperatura del agua en la que Elizabeth Siddal, ataviada con un viejo vestido de novia, yacería como el personaje de Hamlet (1609) de William Shakespeare (1564-1616). Un entusiasmado John Everett Millais estuvo trabajando en su inmortal obra todos los días durante un invierno. No obstante, sucedió en una sesión que el pintor se hallaba tan sumamente concentrado y ensimismado en la creación de dicha pintura, que las velas se fueron consumiendo y apagando lentamente, provocando que el agua que sumergía por completo el cuerpo de Elizabeth Siddal se fuera helando. El artista tardó en comprender lo que estaba sucediendo, pues la joven tratando de ser lo más profesional posible en su trabajo no llamó su atención ni se quejó.


Para cuando John Everett Millais se percató de la gravedad del asunto, la sacó a toda prisa de aquella bañera, la envolvió con mantas intentando que entrara en calor y avisó a sus compañeros de la Hermandad para que le ayudaran a trasladar a la joven inconsciente donde pudiera ser atendida por un médico. Elizabeth Siddal enfermó gravemente de neumonía y transcurrirían numerosas semanas hasta que recuperase un beneficioso color en las mejillas y recobrase las fuerzas, aunque por desgracia la salud de la joven jamás volvería a ser la de antes. El médico de la familia prescribió como remedio para los fuertes dolores que padecía el consumo de láudano, fármaco por el que desarrollaría una adicción y del que dependería el resto de su vida.
Este percance enfureció sobremanera al fundador y cabeza de los integrantes Prerrafaelitas, Dante Gabriel Rossetti, quien les exigió que no volvieran a reclamar el servicio de la joven, así como le suplicó a ella en reiteradas ocasiones que no volviera a encarnar el papel de Ophelia. Se alejó así Elizabeth Siddal del resto de los pintores para pasar a ser la pasión y mito principal de este último, quien la pintó de manera obsesiva durante la mayor parte de su juventud, excluyendo a otras modelos que habían trabajado anteriormente para él y evitando que su musa modelara para los otros Prerrafaelitas. Mas es sabido que cuando el artista Dante Gabriel Rossetti conoció a la joven quedó deslumbrado nada más verla y embelesado en exceso, puesto que discernió en ella el arrebatador éxtasis de la personalidad de Beatrice, el eterno amor del poeta italiano Dante Alighieri (1265-1321), con el cual se identificaba y admiraba.


El estilo de Rossetti es uno que muestra un encanto e interés por los arquetipos y paisajes medievales que hallamos como fondo del lienzo y que enmarcan y enfatizan elementos y escenas bíblicas como la figura de la “mujer caída” o la femme fatale con los personajes de Lady Lilith, Pandora, Proserpina y Helena de Troya. Sin embargo, la cúspide artística de la gran obra de Dante fue con la pintura Beata Beatrix, en la cual transformó a la que sería su futura esposa, Elizabeth Siddal, en un emblema del entusiasmo e inspiración poética. Es decir, en el símbolo de ese amor frenético e idealizado que es perseguido en la tierra pero inalcanzable en vida. El artista defendía la ilusión de que el único y verdadero amor es aquel que es capaz de provocar un dolor tal por el que merece la pena sufrir, pues en su tortura se halla el deleite. Un amor tan exquisito y divino que posee la virtud de canalizar su belleza y éxtasis para la elaboración de obras maestras mundialmente reconocidas. La mencionada obra pictórica fue realizada tras la muerte de la joven en 1872.
Entre óleos y más íntimos y personales bocetos trascurrieron los años 1852 y 1853, durante los cuales ambos se volvieron más reservados y distantes encerrados en la casa que compartían en Chatham Place, hechizados en el delirio de su mutuo amor. No obstante, y a pesar de estar formalmente comprometidos, de las insistencias de los amigos más cercanos del pintor y de ser socialmente reconocidos como pareja, transcurrirían muchos años antes de que Dante Gabriel Rossetti accediera a unirse en matrimonio con Elizabeth Siddal.
Para entonces la personalidad de la joven estaba ya sellada en el firmamento para la eternidad como musa hermosa y sublime. Una inmortal imagen que actuaría como “techo de cristal” y metafórico ataúd de la artista y visionaria, consumiéndola anímica y espiritualmente. Así yacería drenada por el ansia y devociones irreales de su amante, puesto que éste quiso por encima de todo volverla, a través de centenares de pinturas y bocetos, en un himno estético.
A lo largo de dicha etapa de juventud, la emergente pintora y poetisa Prerrafaelita comenzó a estudiar lecciones de pintura convirtiéndose en la discípula de su amado, ocupando todo el tiempo libre del que disponía en la perfección de su técnica y en la confección de su imaginación y creatividad. Rossetti sentía una profunda veneración por el ingenio e invención artísticos de la joven y siempre apoyó su arte, aconsejándola y guiándola, pero también prestándole sus utensilios de pintura, celebrando sus éxitos, elogiando sus pinturas y poesías, al igual que recomendándola a amigos y conocidos cuando visitaban su estudio y proponiendo que se expusiera y vendiera una de las obras de la autoría de Elizabeth Siddal, en lugar de las suyas en las galerías. Dante Gabriel Rossetti proclamaba que la joven tenía un don y que sería rememorada como una de las grandes artistas de la época, merecedora del público reconocimiento de su genio en los círculos que ejercían las mismas disciplinas y alabada junto al talento masculino de sus contemporáneos.
“Nunca conocí a una mujer tan brillante y agradecida –tan llamativa y tan entusiasta por disfrutar de esa peculiar y deliciosa fusión de ingenio, humor, pintura repleta de personajes y poesía dramática– poesía sometida a efecto dramático que es solo poco menos maravillosa y deliciosa que las más altas obras del genio. Ella era una maravillosa y adorable criatura.”
Algernon Charles Swinburne (1837-1909)


“Me sorprendió incluso a mi por su gran mérito de sentimiento y ejecución.”
Escribió Rossetti en una carta al Profesor Norton (1827-1908).
Me ha encantado Laura, maravilloso artículo, muy completo y excelentemente redactado. Gracias por tan interesante escrito.
Muchas gracias por tan bello comentario. Me hace extremadamente feliz que te haya gustado.
Excelente, profundo, preciso artículo muy bien ilustrado. Soy profesor jubilado en la Universidad Nacional del Arte en Buenos Aires: Extraordinario trabajo.