Busco a Alberto Romero Guillén por la sala de exposiciones de su magna exposición “ALFONSO X, TRES CULTURAS, UN REY”, creada específicamente para conmemorar el VIII centenario del nacimiento del Rey Sabio. Una muestra ubicada en el emblemático Centro Cultural San Marcos, de Toledo, en otros tiempos iglesia de San Marcos, perteneciente al convento de la Santísima Trinidad, levantada de nueva planta durante el siglo XVII.


Al verme se lleva un buen susto, que no es capaz de disimular.
—¡Uff, José Antonio, me he llevado un susto tremendo!— me confiesa. Es que, con el espacio tan grandioso de la iglesia, mi concentración en la música medieval de fondo y el fotografiado de los detalles de este cuadro de las Cantigas de Santa María, al girarme me he sobresaltado al verte inopinadamente junto a otras personas.


Luego, tras volver en sí, me explica que ayer fue un buen día para esta exposición, por el interés mostrado por su obra por algunos visitantes procedentes de diferentes partes del mundo; y que, en ese momento, se hallaba tomando fotografías de detalle para una persona de origen brasileño, que había mostrado especial interés por la obra de las Cantigas, por su expresividad, texturas, colores, delicadeza y el detalle de cómo sale el instrumento musical fuera del bastidor.

Alberto Romero me traslada su plena satisfacción por la excelente acogida y valoración de sus 42 obras en torno a la figura del Rey Sabio. La gente le comenta que, a través de sus cuadros, reciben buenas vibraciones, repletas de vida, de luz y de felicidad; además —le dicen—, nos vamos contentos al leer y reflexionar sobre las frases inmortales de este gran personaje colocadas estratégicamente, inspiradoras y motivadoras, que nos ayudan a comprender mejor el verdadero sentido de la vida.


Yo creo que hablar del artista plástico toledano Alberto Romero Guillén es hablar de España. Su extensa obra está poblada de personajes egregios de nuestra historia como Alfonso X el Sabio, Carlos V, los Reyes Católicos, el Gran Duque de Alba, el Cardenal Cisneros, Cristóbal Colón o Felipe II; escritores de la talla de Cervantes, Quevedo o Bécquer; artistas plásticos de renombre universal como El Greco, Picasso o Dalí; personajes inolvidables de la cultura mexicana como Maximiliano I, Emilio Zapata, Pancho Villa, Benito Juárez o Frida. Especial mención merecen sus trabajos artísticos en torno a la figura de Doña Cayetana de Alba, su gran musa.






Cuando le saludo observo que tiene las manos ásperas, de artista que trabaja el barro y la madera, el bronce y el hormigón. Compruebo también su elevada sensibilidad, que le capacita para modelar sus estilizados personajes de tendencia expresionista, captando la realidad sustancial del motivo, intensificándolo y realizándolo con premeditada intención. Sus procesos de metamorfosis y descomposición de la anatomía humana nos ponen en relación directa con el más puro y radical barroco español del siglo XVIII.
A quienes me preguntan por Alberto Romero les digo que, esencialmente, es un artista toledano contemporáneo, coherente con sus raíces y sus tradiciones. Un visionario del arte, de plena actualidad hoy y mañana, pues los personajes que interpreta seguirán velando por todos nosotros desde el Olimpo de la Historia.

—Es un honor para mí poder trasladarte mi visión sobre el llamado “ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN” —me comenta con la humildad que le caracteriza. Luego me añade:
—Pero, deseo hacerlo con mi alma de artista, ese que siempre busca sentido a todo lo que le rodea, y ve en todo lo creado una obra divina.
—¡Fantástico! —le respondo. Precisamente, “Honos alit artes”, es decir, el honor alimenta siempre las artes, y a los artistas como tú.


—Espero estar a la altura de las circunstancias. La Transición fue un período poliédrico muy complejo —me comenta, tratando de rebajar mis expectativas.
—Estoy convencido de que vas a estar a la altura de las circunstancias, Alberto. La conversación que vamos a mantener en torno al espíritu que se conformó durante este periodo histórico no tiene por objeto revisar ni interpretar nada; tampoco tener que dirigir una mirada nostálgica hacia el pasado; solo verlo con los ojos del alma; con un alma de artista como el tuyo.
—Por mi parte, si es como dices, adelante. Será para mí un honor contemplar el “ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN” con los ojos del alma, que siempre trata de ver la belleza en todo lo que contempla.
Alberto Romero vivió muy intensamente, desde su más tierna infancia, el llamado “ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN”. Sus ojos y oídos infantiles y juveniles del gran artista que es, captaron escenas en las que estuvieron presentes hombres y mujeres claves de este periodo, así como acontecimientos que forman parte de la Historia de España.
—¡Claro que lo viví!— exclama, cuando le pregunto si vivió el periodo de la Transición. Yo tenía 10 años cuando el general Franco murió en el 75. Por lo tanto, estaba finalizando mi etapa infantil y comenzando la de mi adolescencia. Recuerdo perfectamente ese momento crucial del cambio de Régimen; las primeras elecciones generales de 1977, un miércoles 15 de junio para elegir a los miembros que iban a constituir las Cortes; los protagonistas de ese momento: El Rey Don Juan Carlos I, Torcuato Fernández Miranda, Adolfo Suárez, Santiago Carrillo, Felipe González, Manuel Fraga… Los partidos políticos: UCD, PCE, PSOE, ALIANZA POPULAR… Recuerdo, por supuesto, “La Matanza de Atocha”, un atentado terrorista en el centro de Madrid, la noche del 24 de enero de 1977, que se cobró la vida de cinco abogados laboralistas del Partido Comunista de España (PCE) y de Comisiones Obreras (CCOO); y, cómo no, el golpe de Estado del 23-F, en el 81.
—Acontecimientos generales, todos ellos grabados en el imaginario colectivo de todos los españoles —le comento.
—Sí, claro, pero también tuve el privilegio de vivir acontecimientos más particulares, producidos por la enorme tensión política y social propia de aquella época tan convulsa.
—¿Podrías compartir alguno?
—¡Claro!. Hay uno que no podré olvidar jamás, relacionado con el terrorismo de ETA. A toda la familia nos sobrecogió la amenaza de muerte por parte de esta organización terrorista a mi padre, Manuel Romero Martínez, más conocido en Toledo como “El Dr. Romero”.

—¿Y, se puede saber cuál fue la causa de esta amenaza de muerte hacia tu padre, “El Dr. Romero”?— pregunté muy intrigado.
—Por supuesto. En aquella época mi padre ocupaba el cargo de Jefe de Traumatología del Hospital Nacional de Parapléjicos, un centro inaugurado por los Príncipes, Don Juan Carlos y Doña Sofía, en 1974, para prestar servicios de salud y rehabilitación integral a las personas con lesión de la médula espinal; también para la formación de personal cualificado y la realización de investigaciones científicas y técnicas en el campo de las neurociencias y las lesiones medulares.





Las amenazas de muerte que recibió mi padre por parte del entorno de ETA se iniciaron al solicitar que se retiraran determinados signos que hacían apología del terrorismo, de una habitación donde se encontraban varios enfermos de la organización.
—¿Olvidando la atención sanitaria requerida? —volví a preguntar, más intrigado todavía.
—No. En absoluto. Mi padre, por encima de todo, era un profesional de la medicina que creía firmemente en el juramento hipocrático, por el que se sentía obligado en todo momento a atender cualquier necesidad humana.
—Bien. ¿Y cómo terminó aquel peligroso suceso?
—Pues, aunque te parezca increíble, dimitiendo de su cargo. Creo que no le quedaba otra opción. Es que él no podía aceptar en su fuero interno actitudes de este calibre.

—Algo que le engrandece —apostillé. ¿Y cómo vivió el resto de la familia este peligroso suceso?
—Como puedes imaginarte, mi padre trató de minimizarlo, para que no nos preocupáramos. Más tarde, al analizar las diversas cartas y postales amenazantes recibidas, pudimos comprender que fueron momentos muy duros y peligrosos para todos nosotros.
Al recordar estos dolorosos sucesos, observo que Alberto Romero cierra suavemente por unos instantes sus ojos, no sé si para tratar de recordar, olvidar o comprender por qué el hombre puede llegar a ser, en determinadas circunstancias, un verdadero lobo para el propio hombre con su odio a la convivencia y a la propia vida. Al abrir sus ojos no observo en él ningún signo de rencor en su rostro. Sí de tristeza e impotencia.
—Pero volviendo al promotor de este gran centro sanitario que es el Hospital Nacional de Parapléjicos fue el ministro de Trabajo, Licinio de la Fuente. ¿Le llegaste a conocer?— pregunté, haciendo que nuestro profundo silencio de respeto y homenaje a todas las víctimas del terrorismo se fuera difuminando paulatinamente, del mismo modo en que la más larga y oscura noche va dando paso a la claridad de un nuevo día.
—Yo no. Mi padre bastante. Ten en cuenta que mi padre ocupó durante 16 años el cargo de Presidente del Colegio de Médicos de Toledo, y posteriormente, el de Castilla-La Mancha. Según nos comentaba era un hombre excepcional, nacido en Noez, un pueblecito de Toledo, en el seno de una familia de agricultores. Hijos: Estamos ante un hombre que se ha hecho así mismo —nos decía. Mirad: En su juventud trabajó como camarero y linotipista en la Editorial Católica para poder pagarse sus estudios y ayudar al sostenimiento familiar. Luego quiso estudiar arquitectura, pero la falta de recursos le obligaron a estudiar Derecho en la Universidad Complutense de Madrid, consiguiendo licenciarse en 4 años, en lugar de los 5 de rigor. Además, tuvo que costearse la carrera— esto nos lo subrayaba especialmente —gracias a becas económicas, sólo reservadas para expedientes académicos muy brillantes como el suyo. El resto de su brillante trayectoria profesional y política es muy conocida: consiguió ser abogado del Estado, empresario y ministro; por cierto, muy bien valorado por Franco, por su gran capacidad de trabajo y eficacia en la gestión. En el último año del régimen ocupó el puesto de Vicepresidente Tercero del Gobierno, bajo la Presidencia de Carlos Arias Navarro. En fin, creo que, cualquier toledano como yo tiene que sentirse muy orgulloso de este hombre tan brillante, eficaz, audaz y de relevantes y fructíferas iniciativas

—Como la que acabamos de comentar de la promoción del Hospital Nacional de Parapléjicos, hoy referente en el mundo —comenté, tratando de completar su exposición.
—Pues sí. Pero es que, además, este hombre fue un firme defensor de los derechos laborales de los trabajadores, promocionando las magistraturas de trabajo, consiguiendo que la participación en una huelga no fuera constitutiva de causa de despido. ¡Ah! y tampoco deberíamos olvidar sus esfuerzos en el plano de la igualdad de la mujer.
—Sí, efectivamente. Esto lo recuerdo yo perfectamente porque lo estudiábamos en la carrera de Derecho. Un decreto suyo del año 70 decía en su artículo primero: La mujer tiene derecho a prestar servicios laborales en plena situación de Igualdad jurídica con el hombre y a percibir por ello idéntica remuneración. En fin, la legislación promovida por Licinio de la Fuente en materia social y laboral fue muy numerosa y decisiva.
—Y también en el impulso de la protección sanitaria —me amplió.
—¡Claro!, también. En fin, de Licinio de la Fuente podríamos seguir hablando durante muchas horas, pues su legado político es ingente. Fue, claramente, un prohombre del régimen anterior; pero, también una figura clave en el proceso de la Transición política española.
—Algo que mucha gente desconoce —me matizó.
—Cierto. Muy pocos saben, por ejemplo, que Franco deseaba que Licinio de la Fuente fuera el Presidente de las Cortes Españolas, al expirar el mandato de Alejandro Rodríguez de Valcárcel, antes que Torcuato Fernández-Miranda porque, según Franco, los dos eran muy inteligentes, pero Licinio tenía menos antipatías. Franco, sin embargo, no pudo ver cumplido este deseo, al fallecer seis días antes de la elección. El nuevo Jefe del Estado, S.M. el Rey, don Juan Carlos, se inclinó finalmente por Torcuato Fernández-Miranda en la terna propuesta por el Consejo de Estado donde, además de Fernández-Miranda, estaban Licinio de la Fuente y Emilio Lamo de Espinosa.

—Observo que tú eres, como mi padre, otro gran admirador de Licinio de la Fuente.
—Lo soy. Es que me entusiasma la brillante biografía política y humana de este hombre. Por cierto, que el padre de Licinio de la Fuente se llamaba como el mío: Eugenio y, además, los dos eran agricultores con recursos limitados. Sé que a mi padre le hubiera gustado que yo hubiera llegado a ser ministro pero, en aquellos años de la dictadura y, luego, durante los primeros de la democracia, estos altos puestos estaban reservados para los más brillantes, como era el caso de Licinio de la Fuente. ¿Sabías —y esto es una curiosidad que también pocos saben— que en su etapa de Ministro de Trabajo medió para que los famosos “Payasos de la Tele” (Gaby, Fofó y Miliki) pudieran trabajar en España?.
—Pues no. Esto es muy curioso.
—Como sabes, alcanzaron un grandísimo éxito. Hoy les seguimos recordando con mucho cariño y admiración. Fueron contratados por Televisión Española en 1972 para cubrir la franja infantil con el programa “El gran circo de TVE”, sustituyendo a los inolvidables “Los Chiripitifláuticos”.
—Yo tenía entonces 7 años, así que me encontraba entonces en plena etapa infantil. Hoy les sigo recordando muy vivamente. Es que, José Antonio, ¿quién puede olvidarse del cómo están ustedes?
—¡Biennnnnnnn!— exclamé, respondiendo a la pregunta de “Los Payasos de la Tele”, muy bien representados en este momento por Alberto Romero. ¿Y por qué? —le pregunto en plan retador.
—¡Porque esto es una barbaridad muy bárbara!, ja, ja, ja— me responde sonriente con una de las archiconocidas frases de nuestros simpáticos amigos de la tele. En fin, no cabe duda —me comenta con cierta nostalgia— de que estos artistas cómicos fueron un auténtico fenómeno sociológico en España durante los años setenta, logrando que todos fuéramos más felices.
—¡Que es mucho! —exclamé. En realidad, la clave de su éxito fue saber trasladar a la televisión sus espectáculos cómicos, tal como lo hacían en sus actuaciones en teatros y circos. Y no sólo se ganaron la admiración y el cariño del público infantil y juvenil, también del adulto. Precisamente, ahora mismo me viene a la memoria el recuerdo de las enormes carcajadas del cura de mi pueblo —don Amador— viendo un día en mi casa, con mis padres y mi hermano, uno de sus programas. Me imagino que tú tendrás también muchos recuerdos entrañables de este estilo.
—¡Claro! Yo también te podría contar muchas anécdotas y situaciones graciosas que vivimos en familia disfrutando con estos grandes artistas, fichados, según me comentas por Licinio de la Fuente.
—Sí. Así fue. Gaby, uno de estos payasos, ha contado que Licinio les preguntó en cierta ocasión, medio en broma, que si querían trabajar en España, a lo que él le contestó: ¿No es usted el Ministro de Trabajo? Pues lo que queremos es trabajar en España, que llevamos casi treinta años fuera de nuestra tierra. Y el atrevimiento dio resultado; a la semana recibimos una oferta para actuar en Televisión Española”.
—Vamos, dicho y hecho.
—Es que Licinio de la Fuente (para muchos seguirá siendo don Licinio) era un hombre de Estado, con una clara vocación de servicio público, que se entregó en cuerpo y alma durante toda su vida al servicio de España y de todos los españoles. Por cierto, otro dato menos conocido también sobre él es que se especuló con que pudiera ser nombrado por el Rey Presidente del Gobierno.
—Sí, es verdad. De esto no se ha hablado mucho, como tampoco de que fue una figura clave en el proceso de la Transición política española. ¿Has oído hablar de los “Siete magníficos”? —me pregunta.
—Sí, claro. Se les llamaba así a los siete partidos que se integraron en Alianza Popular —le respondo.
—Pues uno de estos siete magníficos era “Democracia Social”, un partido fundado precisamente por Licinio de la Fuente. Pues bien, luego, como bien sabes, Alianza Popular se fusionaría con el Partido Demócrata Popular (PDP) y el Partido Liberal (PL), derivando en el actual Partido Popular (PP).
—Tengo entendido que tu padre, “El Dr. Romero”, además de su clara vocación como médico, también realizó algunas incursiones en la política de aquella época.
—Sí, así es. Mi padre en aquella época estaba considerado como un traumatólogo de reconocido prestigio en Toledo y esto hizo que políticos de la talla de Manuel Fraga Iribarne, Federico Silva Muñoz, Laureano López Rodó, Gonzalo Fernández de la Mora, etc se fijaran en él para representar al partido Alianza Popular. Mi padre entonces dio un paso al frente, llegando a ocupar el puesto de Secretario de Alianza Popular por Toledo. Debo decirte que en esta responsabilidad política nos involucró a sus siete hijos, de un modo u otro. La verdad es que aquella decisión de mi padre de participar en la política activamente tenía su aquel: es que no estaba del todo bien visto por entonces pertenecer o simpatizar con un partido más escorado a la derecha que la Unión de Centro Democrático (UCD), liderado por el carismático Adolfo Suárez. Por cierto, que llegó a ser senador por Toledo por unos días, tras las elecciones de octubre de 1982. Te acabo de decir que por unos días porque, como consecuencia de unas impugnaciones, fue desposeído del cargo, por tan solo una decena de votos.
—¿Cómo era tu padre, el Dr. Romero, desde un punto de vista político?
—Muy abierto y dialogante. Sus posiciones ideológicas de carácter conservador bien conocidas no fueron nunca un obstáculo para mantener una gran amistad hasta el final de su vida con Jerónimo Ros Campillo, un histórico dirigente socialista. Ros Campillo —médico, también como mi padre— llegó a ser diputado por Toledo en las primeras Cortes Constituyentes, entre 1977 y 1979, diputado regional y presidente del PSOE en Toledo.



—Oye, por cierto: ¿Llegaste a conocer personalmente a Manuel Fraga Iribarne, el líder nacional de Alianza Popular, germen de lo que hoy es el Partido Popular?
—Pues sí. Mi padre tuvo una relación muy intensa con don Manuel Fraga. Recuerdo perfectamente que estuvo en nuestra casa en varias ocasiones; incluso, llegó a dormir en ella; y hasta pudimos disfrutar de sus famosas queimadas, que a él tanto le apasionaban.
—¿Cómo lo recuerdas?
—Pues como un señor que imponía. Como un hombre con una enorme personalidad, y muchísimo carisma. Como un político honrado que amaba profundamente a España. Yo lo veía muy parecido a mi padre, por su seriedad, honradez y fuerte personalidad.
—Oye, Alberto, seguramente que tendrás muchas anécdotas de aquella época.
—¡Sí, claro!. Puedo confesarte hasta un pecado de juventud. Recuerdo que en más de una ocasión cogí uno de los teléfonos (teníamos 3 o 4) para escuchar las conversaciones que Fraga mantenía con mi padre.



—¡Uff, Alberto! Esto es espionaje en toda regla y objeto de las más severas sanciones gubernativas, que deja a la altura del betún al mismísimo comisario Villarejo —comenté en tono jocoso. ¿Te llamó la atención algo importante, que puedas comentar?
—No. Nunca pude captar conversaciones que pudieran comprometer altos intereses del Estado, ja, ja, ja. Ya me hubiera gustado a mí —me responde sarcásticamente. Lo que yo pude escuchar entonces eran conversaciones referidas a la organización del partido, a nivel local, provincial o regional.
—¿Eras consciente, a pesar de tu juventud, de que en esos encuentros y conversaciones telefónicas con don Manuel Fraga se estaba cocinando algo muy importante?
—Sí, claro. Yo era muy consciente de la máxima relevancia de la figura de Fraga Iribarne en la España de aquella época. Que había sido varias veces ministro con Franco; luego diputado y senador; padre de la Constitución Española y Presidente de Alianza Popular. Fraga me parecía un grandioso parlamentario. Me emocionaba y hasta me hacía levantarme de mi asiento. Cuando se quedaba en nuestra casa a dormir, lo hacía con las sábanas que yo utilizaba (limpias, evidentemente) y esto me hacía sentir como un muchacho muy importante. Recuerdo también que estuvo en nuestra casa el notario y político, Félix Pastor Ridruejo, muy amigo de Fraga, que tuvo un papel fundamental en la reorganización de la derecha española tras la muerte de Franco. ¡Ah, también a Jorge Verstrynge!


—¡Jorge Verstrynge! ¡El todopoderoso Secretario General de Alianza Popular, Jorge Verstrynge!— exclamé. ¿Cómo le recuerdas?
—Como un político joven y dinámico, muy unido a Fraga. Verstrynge, representaba entonces la juventud y la modernidad dentro del partido. Luego, ¿quién se podía imaginar que daría un cambio tan radical a su vida, desde el punto de vista ideológico?

—Pues sí. De hecho, según él mismo ha confesado en su libro “Memorias de un maldito”, durante su juventud en Francia, sus ideas políticas convivían a la vez con las posiciones contrapuestas del neofascismo francés y el nacional-bolchevismo. Y, aquí, en España, comenzó siendo admirador del ministro falangista José Antonio Girón de Velasco; luego, durante sus estudios de Ciencias Políticas y Sociología en la Universidad Complutense de Madrid vio en su profesor, Manuel Fraga, a un gaullista, populista y socialdemócrata, colaborando con él dentro del Gabinete de Orientación y Documentación de esta universidad.
—Y fundando, como seguramente sabrás, de la mano de Fraga, claro, la Asociación Política, “Reforma Democrática”, considerada como un embrión de lo que luego sería el partido Alianza Popular —me comenta tratando de complementar mi información sobre la figura de Jorge Verstrynge.
—Bueno, en realidad, te confieso que este dato lo tenía algo olvidado; sin embargo, recuerdo vivamente toda su intensa trayectoria política y mediática posterior de: Diputado y Secretario de Alianza Popular; la fundación de su propio partido “Renovación Democrática”, tras sus enfrentamientos con Fraga; los rumores de su integración en el CDS de Adolfo Suárez; su ingreso en el PSOE en el 93, dándose de baja posteriormente; sus trabajos de asesoramiento para el Partido Comunista de España e Izquierda Unida; y recientemente sus simpatías por Podemos.



—Sí, es verdad, Verstrynge es una figura intelectual y política controvertida que encarna, a mi juicio, un momento político complejo, dinámico y cambiante, de luces y sombras, de avances y retrocesos.
—¿Alguna anécdota más sobre estos personajes relevantes de la Transición, sr. Romero? Dígala, por favor, o calle para siempre— pregunté con cierta retranca, tratando de aflojar la carga emocional que todos estos análisis y emotivos recuerdos podían estar provocando en él.
—Te la diré encantado, por supuesto, José Antonio. Nos la contó nuestro padre en diversas ocasiones. Él nos relataba muy orgulloso (y hay fotografías que lo atestiguan) que, con 18-19 años, en su época de estudiante de medicina, que tuvo que compaginar con el Servicio Militar, en su tienda de campaña de la milicia estuvieron López Rodó y Fernández de la Mora.
—¡Vaya, qué sorpresa! ¿Y cómo los recordaba?
—Los recordaba con las características de lo que posteriormente llegaron a ser: hombres de una gran estatura intelectual y política.
—¿Alguna otra?
Pues, verás, José Antonio. Recuerdo perfectamente que, con 12 años, durante las primeras elecciones generales del 77, fui cogido de la mano de mi padre a la Plaza de toros de las Ventas a un mitin cierre campaña de Alianza Popular. ¡Me pareció impresionante! En este mitin participaba Carlos Arias Navarro, que se presentaba como senador por Madrid y Fraga Iribarne. Hoy sigo recordando vivamente la imagen de mi padre, emocionado y feliz, durante todo el recorrido hasta que llegamos al coche, tras escuchar los elocuentes discursos de Fraga y Arias Navarro.
—Está claro que tu padre te inoculó desde muy pequeñito la pasión por la política.
—Pues sí. Él me solía llamar tiernamente “El pequeño”; y los dirigentes políticos de aquel momento, con los que yo tuve el privilegio de relacionarme, de la mano de mi padre, “Romerito, el político”.
Llegados a este punto, comprendí que era el momento de emprender con Alberto Romero un nuevo sendero dialéctico; uno en el que él se mueve como pez en el agua: el de la cultura y el arte. Así que, sin más dilaciones, le pregunté:
—He escrito en diversas ocasiones que hablar de Alberto Romero es hablar de la Historia de España. ¿Hay algún periodo de la Historia de España que a ti te llame especialmente la atención?
—Pues sí, claramente la época de Alfonso X, El Sabio, un monarca considerado como el mayor cronista de la España Medieval, que reinó en Castilla y León entre 1252 y 1284; tuvo que enfrentarse de lleno a la crisis económica presente en Europa desde mediados del siglo XIII y a la rebelión de la nobleza. Hoy es conocido por haber sido un rey interesado por la cultura, la historia y la ciencia. Me apasionan también los Reyes Católicos, considerados como dos de los monarcas más importantes de la Historia de España, pues con la conquista de Granada y la anexión de Navarra pusieron las bases de la futura monarquía hispánica y su hegemonía mundial. Siento también atracción por la figura de Carlos, el hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, que recibió una de las mayores herencias de todos los tiempos. Sus dominios incluían media Italia, Austria, los Países Bajos, España y los territorios recién descubiertos en América. Tampoco puedo dejar de mencionar a Felipe II. Con Felipe II, con el que España llegó a ser la primera potencia de Europa y el Imperio español alcanzó su máximo apogeo. Y es que, por primera vez en la historia, un imperio integraba territorios de todos los continentes habitados. Y, por supuesto, me apasiona el llamado “Siglo de Oro español”, por ser un periodo histórico en que florecieron las arte y las letras de un modo extraordinario; una época coincidente, por cierto, con el auge político y militar del Imperio español. Como bien sabes, “El Siglo de Oro” no se enmarca en fechas concretas, aunque generalmente se considera que duró más de un siglo: entre 1492, año del fin de la Reconquista, el Descubrimiento de América, y la publicación de la Gramática castellana de Antonio de Nebrija, y el año 1659, en que España y Francia firmaron el Tratado de los Pirineos. También se apunta como final de esta época el año 1681, año del fallecimiento del gran escritor Pedro Calderón de la Barca. Evidentemente, mi obra recoge mi gran interés por estos periodos y sus personajes principales.





















—¿Y la Transición política española? ¿Qué interés te merece desde el punto histórico, cultural y artístico?.
—Como te he venido comentando, en nuestra casa vivimos todos intensamente este periodo. Mi padre, “El Dr. Romero”, nos inoculó en vena su pasión por la cultura y la historia. Yo creo que nos transmitió con mucha pasión lo que España y los españoles nos jugábamos en ese momento: la concordia entre todos los españoles. Desde un punto de vista cultural y artístico, no podemos dejar de citar a la famosa “Movida madrileña”, un movimiento que claramente implicó a la juventud como grupo social diferenciado, con sus propios valores, símbolos y bajo una manera particular de vivir, cuestionando radicalmente el modo de ver la vida hasta ese momento. Claramente, la música, el cine, la estética, el diseño, la moda, los lugares de encuentro, etc., se vieron afectadas por esta nueva cultura.

Finalicé esta intensa conversación con Alberto Romero sobre la Transición con un fuerte y sincero abrazo. Es que Alberto es muy amigo de sus amigos y su elevada sensibilidad de artista le lleva siempre a ser pródigo en demostraciones externas de afecto como el que me trasladó a mi. Luego, mientras abandonaba su imponente exposición dedicada al rey sabio, Alfonso X, del Centro Cultural de San Marcos, observaba cómo diversos visitantes contemplaban extasiados su magnífica obra. Al salir a la calle Trinidad tomé una bocanada de aire fresco y, antes de continuar mi camino, no pude evitar girarme para contemplar, una vez más, la evocadora fachada de este Centro Cultural. Verdaderamente —pensé: “Honos alit artes”. El honor alimenta las artes.
José Antonio Hernández de la Moya y José Francisco Adserias Vistué en EL ESPÍRITU DE LA TRANSICIÓN.
Fotografías facilitadas por el artista Alberto Romero y el Gabinete de Prensa del Hospital Nacional de Parapléjicos.
Muchas gracias por acompañarnos. Acceso a las conversaciones.
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El espíritu de la transición bien pudiera significarse en dos símbolos muy presentes en la entrevista. Uno, las manos -del gran artista Alberto Romero-. Como instrumento de modelaje y transformación de una realidad previa (limitada y excluyente) en otra mejor (amplia, plural, inclusiva, variada y de todos). Otro, el Hospital Nacional de parapléjicos de Toledo -promovido por el ministro Licinio de la Fuente-. Como lugar de referencia para: la prestación de servicio «universal» de salud y “rehabilitación” integral de lesionados de médula (estos enfermos, como ocurría con las personas vinculadas al bando perdedor de nuestra incivil guerra, permanecían invisibles y exiliados a la fuerza de la realidad oficial); la formación del personal sanitario (priorizar la preparación médica asegura el buen tratamiento del enfermo y la recomposición de la salud -social-); la investigación científica (solo el conocimiento médico avanzado garantiza la superación y cura de las peores enfermedades -y, sin duda, la división de las dos Españas lo era)-.
P.D. Hace menos de dos años, Antonio Robledo Díaz, un malagueño y deportista de 38 años, quedó parapléjico mientras saltaba en una cama elástica para acompañar al hijo -de 10 años- de su pareja -Eva- y evitar que se sintiera solo. Dos operaciones, una prótesis y una placa para sostener la columna no fueron suficientes para arreglar el entuerto. Acabó -al fin llego- en el Hospital de Toledo para poder recibir el tratamiento más adecuado. Tras la durísima rehabilitación (esfuerzo, sufrimiento e infinitas dudas) vive en una silla de ruedas. Pero, lejos de amilanarse, sigue adelante. Se ha casado con Eva, el amor de su vida. Y lleva, dentro de lo que cabe, una vida parecida a la «normal». Gracias a Eva, sobre todo, y gracias al Hospital toledano, Antonio ha vuelto a sonreír. Y lo ha hecho con una sonrisa llena, inmensa, incondicional y muy, muy agradecida. Éste es -también- el espíritu de la transición.
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