El español se define como una lengua romance que se habla en España, gran parte de América, Filipinas, Guinea Ecuatorial y otros lugares del mundo.
Debemos asumir el hecho de que nuestra Lengua no es precisamente coloquial, ni siquiera exclusivamente patriótica. Los llamados hispanohablantes han alzado nuestro idioma a niveles inimaginables, esparciéndolo por todo el mundo y aportando una lexicografía encomiable que muchos, desde luego necios, se niegan a aceptar.
Merced a los medios de comunicación, tenemos constancia de los infinitos matices que se agrupan en nuestra Lengua a fecha del presente, engrosando su dinámica en todos los ámbitos posibles: lenguaje usual, culto, rabanero, literario, cinematográfico, poético y desde luego filosófico.
Ya no alcanza, para quienes deseen conocer en profundidad nuestro idioma, con ceñirnos al habla propiamente española en todas las regiones de nuestra Península. El DRAE (Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua) no se forja, a Dios gracias, únicamente en España. Tenemos Academias de la Lengua en los siguientes países: Colombia, Argentina, Chile, Paraguay, Perú, Estados Unidos, México, Ecuador, Guatemala, Panamá, República Dominicana, Honduras, Puerto Rico, Costa Rica, Nueva York, Chicago, Boston, Denver y El Salvador.

La legislación de nuestro idioma no podía rechazar las formas propias que el mismo constituye la idiosincrasia según el país. Esto, desde luego, no es un problema; debemos verlo como virtud y con orgullo, pues el enriquecimiento de una Lengua establece su basamento y grandeza, quedando lejos, muy lejos, de aquellas otras cuyo léxico simplemente se mantiene y de a poco va perdiendo términos porque no se usan en el habla y escritura cotidiana.
Así vemos que Latinoamérica y Norteamérica han acogido el español con un agrado envidiable, lo que hace mayoritariamente sugerente el conocimiento de toda su lexicografía.
Si tomamos un verbo al azar, veremos que su conjugación ha sufrido un notorio incremento en las diversas formas.
Escribir, por caso. Presente. Yo, tú/vos, usted, él y ella. Plural. Nosotros, nosotras, vosotros, vosotras, ustedes, ellos y ellas.
Yo escribo. Tú escribes. Vos escribís. Usted escribe. Él, ella escribe. Nosotros, nosotras escribimos. Vosotros, vosotras escribís. Ustedes escriben. Ellos, ellas escriben.
Tenés un camba que te hacen gustos
y veinte abriles que son diqueros,
y muy repleto tu monedero
pa´ patinarlo de Norte a Sud…
Te baten todos Muñeca Brava
porque a los giles mareás sin grupo,
pa´ mi sos siempre la que no supo
guardar un cacho de amor y juventud.
Con letra de Enrique Cadícamo y música de Luis Visca, Muñeca brava es un tango porteño de sabor exclusivo. En esta segunda estrofa nos encontramos términos absolutamente desconocidos para cualquier español. Esto tiene su cierta lógica, claro. Dichos términos no aparecen en el diccionario y, además, tienen su germen en esa deliciosa jerga originada y desarrollada en la hermosa ciudad de Buenos Aires y su conurbano: el lunfardo.
Camba: indio o mestizo del oriente de Bolivia.
Diquero (lunfardo): ostentoso, jactancioso, alardeador, importante. Mujer que procura atraer a los hombres.
¡A cobrar los giles!: expresión de triunfo antes que el mismo se produzca, en una carrera de caballos.
Gil. (Glosario de términos gauchescos y criollos de Argentina). (Lunfardo): Imbécil. Individuo o tipo fácil de embaucar.
Algunas oraciones Rioplatenses desprenden un sabor único:
¿Viste, che? Ya anda chuco el pibe y aún es temprano.
No te arrimés tanto a la mesa que vos me traés yeta.
Pelo gilvo y plata en la faltriquera: no puede ser otro que el dedo de Rivadavia.
Y allá por la media tarde, esa naifa canta con el nacarado del matungo Romera.
Debemos apreciar dos cosas fundamentales del lunfardo. Una, que se escribe. Otra, que se emplea y evoluciona. Es decir, es un registro lingüístico al uso. Frente a las mediocres jergas que fueron improvisándose en España derivadas de los regímenes carcelarios, como sucedió con el repulsivo cheli, la semántica y sintaxis del lunfardo ha constituido un bloque vital expresivo que resulta obligatorio conocer.
El tango, como bien lo definió el genial Astor Piazzolla, es un pensamiento triste que se puede bailar. Pensamiento escrito con la densidad de un poema, un drama, un lamento que engarza con el flamenco pese a ser dos universos de raíces diferentes pero igualmente intensas.
Veamos este tango, La cieguita, con letra de Ramuncho (Ramón Beltrán Reyna) y música de Kepler Lais (Patricio Muñoz Aceña).
A pesar del mucho tiempo, desde entonces transcurrido,
aún mi pecho conmovido, se recuerda del dolor,
de aquel día en que paseaba, vi en un banco a la cieguita
y a su lado a la viejita, que era su guía y su amor.
Y observé que la chiquita, de ojos grandes y vacíos,
escuchaba el griterío de otras nenas al saltar,
y la oí que amargamente, en un son que era de queja,
preguntábale a la vieja, ¿por qué yo no he de jugar?
Y a punto fijo, no sé
si el dolor que sentí
fue escuchando la voz de la nena,
o fue cuando miré,
a su vieja advertí
que lloraba en silencio su pena.
¡Ay, cieguita…!
dije yo con gran pesar,
ven conmigo, pobrecita,
le di un beso y la cieguita
tuvo ya con quien jugar.
Y así fue que diariamente, al llegar con su viejita,
me buscaba la cieguita, con tantísimo interés.
¡Qué feliz era la pobre cuando junto a mí llegaba
y con sus mimos lograba que jugásemos los tres!
Pero un día, bien me acuerdo, no fue más que la viejita
Que me dijo: la cieguita está a punto de expirar…
Fui corriendo hasta su cama, la cieguita se moría
y al morirse me decía: ¿con quién vas ahora a jugar?
Y a punto fijo, no sé
si el dolor que sentí
fue escuchando el adiós de la nena,
o fue que cuando miré
a su vieja, advertí
que lloraba en silencio su pena.
¡Ay, cieguita…!
Yo no te podré olvidar,
pues me acuerdo de mi hijita
que también era cieguita
y no podía jugar.
Estamos ignorando, y es algo imperdonable, la poética del tango y su contexto, el léxico que se emplea, la dinámica emocional que suscita y, en compendio, la magia que desprende cada «triste pensamiento» en un mundo sencillo y cotidiano.
El español es mucho más que una lexicografía pseudoculta omitiendo los registros que por derecho propio requieren estudio y análisis.
Las absurdas limitaciones de nuestro conocimiento lingüístico nos hacen cometer disparates abominables tanto en el habla como en la escritura. Ignorar la Lengua, y me refiero a toda, en su integridad, es algo que debemos subsanar con carácter inmediato, pues no andamos en una isla o desierto, aislados del mundo como muchos suponen o creen.
Ningún idioma goza de tanta riqueza como el español. Por razones de acervo y personalización, la Lengua hispana cobra dimensiones fascinantes en terrenos que no nos son desconocidos, todo lo contrario, pues estamos viviendo el día a día, por igual, en España o Argentina, en Perú o El Salvador.
La ignorancia nos mata inexorablemente. No podemos pensar, y mucho menos conocer los pensamientos ajenos, sin un pleno conocimiento del lenguaje. Es fácil censurar todo lo desconocido porque la burla es el remedio de los idiotas.
Ya sin fronteras culturales, tenemos la forzosa obligación de indagar en nuestro idioma más allá del rudimentario conocimiento del mismo. Ignorancia supina, se llama. Y esto es mucho más triste que todos los tangos porteños.
No debemos olvidar, y esto, sobre todo, para quienes se arropan con las ridículas vestimentas de la arrogancia, que Estados Unidos ya está conociendo el español Rioplatense y usándolo en su ámbito cotidiano.

La ironía, sin duda, estriba en que van a saber más español los yanquis que los propios españoles. Nosotros, y me excluyo con desiderata congoja, hacemos apología de la RAE como si ésta fuera causa divina. Desgraciadamente, la Real Academia no está, ni mucho menos, en su mejor momento, pues inexplicablemente se han colado (no se me ocurre mejor verbo) sujetos en la misma que deberían estar cavando papas, alzando muros o limpiando calles con cepillos y escobas.
No permitamos que la flaqueza de una institución como la RAE nos lleve a la idiotez más abrumadora. El lenguaje no se legisla exclusivamente en España, pues tan notorio español es el de Cervantes (de hecho era castellano) como el usado por Miguel Ángel Asturias (véase Mulata de tal), Carlos Fuentes (La muerte de Artemio Cruz) o Marco Denevi (Rosaura a la diez).
Los vaivenes de laya política no pueden disipar la grandeza de un idioma como el español. Conozcamos nuestra hermosa Lengua al margen de las abominaciones que los llamados «expertos» provocan y no pueden ser, bajo ningún concepto, excusa para nuestra ignorancia.
El español es nuestro idioma; conocerlo más y mejor cada día una soberana obligación.
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